EL
ESPÍRITU, Misterio de Dios y del mundo
REFLEXIÓN
25. Por
fin, ¿cuál es la última acción del espíritu?
Se nos dio el Espíritu de Cristo. Fuimos
bautizados y el cielo se abrió para nosotros para que oyéramos haciéndonos uno
con el cuerpo del Hijo al espíritu de Dios pronunciarse con complacencia sobre
nuestro ser. Ya somos movidos por él en verdad de fe, amor y alegría. Ya
conseguimos mirar a Dios con ojos de hijos suyos y reconocer que somos hermanos
entre nosotros. Ya hemos comprendido que el pecado no es la verdad del mundo y
de nuestra vida y que la vida de Dios habita con más hondura en nosotros
llamándonos de continuo a él estemos donde estemos… Experimentamos, sin
embargo, que aún estamos en camino, vemos sólo como en espejo, que aún no se ha
manifestado todo lo que seremos (1Jn 3,2), que aún temblamos frente a la muerte
y al mal del mundo, y que aún vivimos entristeciendo al espíritu (Ef 4,30).
Frente a ello se nos invita a la perseverancia.
A rechazar la tentación de olvidar el Espíritu del mundo y dejarnos esclavizar
por las cosas en su densidad material, tenga esta la importancia que tenga.
Este es quizá el pecado contra el Espíritu firmemente condenado como camino de
muerte (Mc 3,,28-30): olvidar que vivimos por el aliento de Dios desde el que
nos llamó a ser, olvidar que este aliento nos creó y nos sostiene en Cristo y
que este Cristo-Jesús es el camino real de nuestra vida. Pecar contra el
Espíritu es separarse de esta corriente de vida divina que nos habita e invita
a soltarnos, flotar y dejarnos conducir afirmándola con nuestra libertad. Pecar
contra el Espíritu es renunciar a lo imposible porque lo es para nosotros
renegando de esa confianza en que Dios no abandona la obra de sus manos y
llevará a todo a plenitud haciendo su don de vida sobreabundante sobre las
posibilidades del mundo en sí mismo. Pecar contra el Espíritu es arrojar la
toalla y dejarse llevar por la somnolencia que trae la oscuridad de este mundo
y hacer tratos con ella, con unas luces que se apagarán al amanecer de la
eternidad de Dios p ara su creación. Pecar contra el Espíritu es renunciar a
ser lo que somos como obra de Dios y entregarnos a lo que somos como obra de
nuestras solas manos. O por decirlo al hilo del texto de Marcos, condenar a
Cristo a las afueras del mundo como endemoniado, para enseñorearnos nosotros de
él.
Frente a ello, la Iglesia, aquellos que se
dejan llevar por el Espíritu, gritan para que Cristo se haga Espíritu de vida
en todos (1 Cor 15,45), para que advenga a lo que somos y realice en nosotros
lo que necesitamos ser, previsto desde la fundación del mundo.
El Espíritu que nos hizo hijos de Dios en
Cristo grita con nosotros: “ven Señor
Jesús” (Ap 22,17), para que así aquella ciudad inimaginable que el ser
humano necesita para ser él mismo, sea hogar de todos. Un hogar donde todo
aparezca envuelto por “el Espíritu que
hace que todo sea lo que es en comunión y con la alegría de serlo”.
Espíritu discreto, escondido hasta el límite, y, sin embargo, exuberante en su
impulso para que la verdad y la alegría, Dios y el ser humano se encuentren en
el juego del amor.
(El Espíritu, Misterio de Dios y del mundo; Francisco García
Martínez. Ed. CCS)
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