¿SE ENCUENTRA LA
FELICIDAD EN LA SENDA DEL MISTICISMO?
He aquí una imagen que muchos han ofrecido
antes que yo: no se coge una mariposa cazándola; no, sino que nos sentamos en
silencio y la mariposa se posa entonces sobre nuestros hombros. No encontramos
la felicidad buscándola directamente, pues eso nos deja demasiado
autocentrados; en este caso todo sigue girando alrededor de nosotros, aunque no
lo sepamos todavía. "Hoy voy a ser feliz", pensamos. Sin duda hemos
tenido días así, en los que nos damos cuenta de que estamos esforzándonos
demasiado en conseguir algo. Eso indica que somos demasiado conscientes de
nosotros mismos, demasiado intencionales. La consciencia del ego sigue estando
al timón de la nave.
Recordemos lo que dije antes sobre el
viejo cerebro mamífero. El contento profundo es algo en lo que entramos, no
algo hacia lo que tendamos conscientemente de manera porfiada. ¿No hemos notado
lo rápido que pasa la felicidad producida por algo que hemos alcanzado
demasiado deprisa? Lo que solemos hacer entonces es crear otra meta
supuestamente más elevada. Existe una sensación de inquietud -y de derrota-
inherente a la búsqueda consciente de la felicidad. La felicidad se mueve más
bien en el ámbito del regalo y de la sorpresa, como una paloma que se posa o
como una lengua de fuego, y sin duda es por eso por lo que empleamos estas
metáforas para referirnos al Espíritu Santo.
La felicidad se define muy a menudo de una
manera egoísta, y de este modo nunca podrá funcionar mucho tiempo. Primero,
como niños definimos la felicidad de una manera fundamentalmente sensorial,
como una comida que gusta mucho, una habitación de hotel estupenda o una
experiencia sexual maravillosa. Lo cual es perfectamente comprensible. Pero
todas estas cosas, por sí mismas, no nos hacen felices. Si no introducimos la
felicidad en la habitación del hotel no podremos ser felices. Solamente
estaremos a gusto unos minutos. Pero si ya estamos contentos y felices, entonces,
aunque estemos en una habitación mediocre, o incluso en una habitación
cochambrosa, seremos capaces de decir: "Hoy me siento feliz y
contento".
A veces, las cosas sencillas pueden
brindarnos una mayor y más profunda felicidad precisamente por saber que
estamos abrevándonos de un pozo y un río más profundos, a los que podemos tener
acceso en todo momento sin necesidad de una comida en un restaurante de lujo o
de una experiencia sexual fantástica.
La felicidad es siempre un don fruto de
haber buscado primero la unión o el amor. «Si
el amor es nuestra meta real y constante, nunca podremos fracasar realmente»,
y la felicidad vendrá de manera mucho más fácil y natural. Por favor, pensemos
en esto, y veremos que es cierto.
La meta purificadora del misticismo es
nada menos que la unión divina. La meta de la oración es la unión divina, la
unión con lo que es, con el momento, con nosotros mismos, con lo divino, es
decir, con todo. Cosas tales como estar sanos, crecer y vivir felices son sin
duda maravillosos subproductos de la oración, pero no deben ser nuestra
preocupación primordial, pues eso contaminaría el proceso. No nos empeñemos en
que la meta del misticismo o de la oración sea nuestra felicidad personal. Esto
constituiría el punto de referencia ("quiero ser feliz"). La
purificación de la motivación es algo absolutamente fundamental. Pero sin duda
por no haber insistido suficientemente en esto nos topamos con mucho esfuerzo
eclesial que no es sino puro interés personal disfrazado (como una prima de
seguros a todo riesgo), sin nada que
ver con el verdadero amor de Dios.
En mi calidad de sacerdote, soy consciente
de que la mayor parte de las oraciones oficiales de la liturgia sacramental
católica son más o menos de este tenor: "Ojalá vaya al cielo". ¿No me
creéis? Comprobadlo. ¡Ah, como si no hubiera en el mundo preocupaciones más
importantes o necesidades más acuciantes que mi eterna "cobertura"
personal! No entiendo cómo los sacerdotes siguen recitando día tras día unas oraciones
tan autocentradas e individualistas. Si es verdadera la máxima ‘lex orandi, lex credendi’ (el contenido
de la oración es el contenido de la fe), no hemos de extrañarnos de que el
pueblo cristiano saque una nota tan baja en preocupación por el sufrimiento del
mundo, y haya amparado tantas guerras e injusticias en esta tierra. ¡Es que no
le enseñamos a orar!
Si buscamos la unión con Dios y con todas
las cosas, a buen seguro que se posará la mariposa con suavidad y firmeza sobre
nuestros hombros. Entonces la felicidad vendrá como un maravilloso corolario y
conclusión, como un don, como un rico glasé sobre la tarta -ahora bien
horneada- de la vida en toda su extensión.
(Fr. Richard Rohr, OFM)
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