PROLEGÓMENOS
5. ¿Dónde,
encontrar pues, el Espíritu verdadero?
Deberemos esperar que se manifieste, que venga
da decirse en nosotros. Mientras tanto, ¿acaso no tenemos algún indicio de su
movimiento y su verdad? Como principio básico podríamos decir que se reconocerá
el Espíritu en las fuentes de la armonía, de la belleza y la vida. Es decir,
toda belleza que produzca vida, toda vida que se exprese como belleza aparecerá
como signo de la acción de este Espíritu esquivo. No sólo en lo que produce
vida, pues esta es fácilmente reducible en la acción humana a la vida propia
arrancándose de la complicidad y armonía global (la comunión con toda la
realidad) y produciendo el horror más que la belleza. Y no sólo la belleza,
pues demasiadas veces esta se ensimisma y se intenta conseguir al precio de la
vida del mundo.
La vida en cuanto proceso en el que el mundo se
busca a sí mismo configurándose como hogar hospitalario de lo humano y en el
que la persona se busca como aliento de vida para todos, he aquí lo que parece
una señal segura de su presencia. Es en este proceso dinámico, tal y como
aparece en los claroscuros de la historia del universo y de la humanidad, donde
habrá que percibir el movimiento del Espíritu como el que da a la vida su
impulso y su sentido más profundo. Es aquí donde el movimiento del mundo parece
definirse en su orientación última, al menos tal y como pide una vida humana y
una vida del mundo a la altura de sus expectativas más hondas y como cree la fe
de los creyentes. Por eso el Espíritu se manifiesta en quien no se conforma con
la muerte y el sinsentido, en quien es habitado por la esperanza y el esfuerzo
por extender y sostener la vida (de todos), en quien sabe someterse a la
ambigüedad de un mundo mortal impregnándolo de gratitud y esperanza de futuro.
(El
Espíritu, Misterio de Dios y del mundo; Francisco García Martínez. Ed. CCS)
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