lunes, 15 de octubre de 2018

El Espíritu. Misterio de Dios y del mundo...10


EL ESPÍRITU, Misterio de Dios y del mundo
REVELACIÓN

10. ¿Alcanza el Espíritu de Dios a decirse del todo en la creación y en la historia?
Todos tenemos experiencia de la distancia que existe entre lo que buscamos y el resultado concreto de nuestra búsqueda. Podríamos decir que no es connatural una especie de incapacidad para someter la realidad a nuestra acción (pensante o transformante) con el fin de hacerla coincidir con su anhelo último. En esta perspectiva, el ser humano ha soñado siempre, y así aparece también en la revelación bíblica, con un tiempo cumplido, con un tiempo definitivo a la altura de las expectativas que suscita su propio ser en el mundo. Este tiempo cumplido no es sino la coincidencia del ser con su propia plenitud, del ser humano con sus posibilidades originales y, claro está, la resistencia de este acontecimiento al paso del tiempo; por tanto, la suspensión superadora del tiempo en él.
Este acontecimiento es el tiempo perdido tal y como aparece en la pérdida del paraíso, no porque se diera históricamente y desapareciera en una historia que se degrada progresivamente (como afirman algunos mitos en su literalidad, entre ellos algunos de los relatos bíblicos), sino en cuanto tiempo no alcanzado nunca por una historia siempre finita y nunca fiel totalmente a sus mejores posibilidades. Este tiempo acontece en la conciencia humana, especialmente en la revelación bíblica, como cumbre de la obra divina que acontecerá en su momento: ‘el día del Señor’. Por eso, esta plenitud de los tiempos como cumplimiento de las promesas inscritas en el orden de la creación y en el camino de la historia por el Espíritu creador y mesiánico de Dios, está en un continuo clamor en el mundo: ¿cuándo Señor?, ¿por qué no ya?
Pues bien, la revelación cristiana afirma que este acontecimiento ya se ha producido, que ya ha tenido lugar este encuentro entre el impulso originario de Dios que pronuncia el mundo llamándole al ser y la definitiva respuesta del mundo que pronuncia a Dios en su verdad. En Jesucristo, la fe afirma que el impulso de Dios y el decirse de la creación ha alcanzado su verdad plena y permanente. Jesús mismo en su ministerio, tal y como lo recoge Lucas, habla del hoy en el que se cumple la expectativa mesiánica (Lc 4, 18-21). De igual manera, en Marcos aparece el hoy del cumplimiento que coincide con la acción y predicación de Jesús (Mc 1,15). Ambos textos aparecen inmediatamente después de la rememoración del bautismo de Cristo en el que se representa la creación originaria en la que se complace Dios. En el bautismo, Jesús es descrito como el que sale de las aguas originales (del caos) a la vez que se pronuncia la palabra de Dios sobre él: ‘tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco’. La creación queda en él descrita en su designio último, en su objetivo primigenio, en forma de diálogo creativo (Padre-Hijo). El bautismo, por tanto, tal y como es narrado, no describe fundamentalmente un momento de la vida de Jesús donde tuviera una experiencia psicológica especial, sino su verdad más honda, aquella que le define como lugar en el que la creación, recogida y representada en él, puede reconocerse en su verdad originaria nunca revocada por Dios. Una verdad que no es sino el destino a la participación filial de la vida de Dios. En esta humanidad de Jesús, el Espíritu, que se presenta nuevamente aleteando sobre las aguas del bautismo y adentrándose en el ser de Cristo, manifiesta entonces la verdad de Dios en su acción. En este sentido, el Espíritu, desde su presencia en el inicio permanente del ser creado hasta su consumación en el Hijo encarnado, aparece como Espíritu que busca suscitar la filiación en el mundo (F.-X. Durwell).
Esto se produce de dos formas. La primera es descrita en la anunciación, en la que la carne tomada del seno de María es alentada por el envío del Espíritu sobre ella como carne del Hijo único de Dios, como carne/humanidad que pertenecerá por siempre al ser filial de Dios. La plenitud de los tiempos coincide así con el momento en que la creación se reconoce inserta, unida a la misma vida de Dios en el Hijo.
La segunda se describe cuando Cristo ofrezca este Espíritu como vínculo de comunión con él para participar de este acontecimiento de la filiación. Así se dirá de Cristo resucitado que es para el mundo este cumplimiento de los tiempos, ya que en él, participando del Espíritu que él ofrece, todo se consuma, pues en él aparece el ser humano verdadero (1 Cor 15,45). Por eso en él, con su mismo Espíritu, todos podemos decir que somos hijos, podemos responder a la llamada con la que Dios pronuncia nuestra existencia con la oración constitutiva que quiere pronunciarse en lo íntimo e nuestro ser: ‘Abba’, Padre (Rom 8, 14-17).
El Espíritu que aleteaba sobre el abismo en el que nacemos, el que impulsa interiormente las formas creaturales que el Padre llama a la existencia pronunciándolas, ese mismo Espíritu alcanza a decirse, a manifestarse del todo en su dinamismo propio cuando Dios se complace en Cristo como Hijo y este se consagra por entero a la gloria de su Padre. Así aparece la verdad última de las cosas, la plenitud de los tiempos, y por eso, meditando en esta perspectiva, el evangelista Juan llamará a este ‘Espíritu de la verdad’ (Jn16,13). Él es el que empuja a Dios y al mundo desde dentro de sí mismos hacia su propia identidad relacional. Así el Espíritu se realiza identificando a lo distinto de sí, apareciendo sólo en la identidad de éstos.
Queda claro en esta perspectiva que los tiempos mesiánicos no coincidirán, por tanto, con las imágenes, necesarias pero torpes en su expresividad, de una tierra ensanchada en sus bienes interiores, sino como afirma Moltmann [«El don y la actualidad del Espíritu de Dios es lo más grande y admirable que puede ocurrirnos a nosotros, la comunidad humana, a todos los seres vivientes y a esta tierra. Porque en el espíritu Santo no está presente cualquiera entre los muchos malos o buenos espíritus, sino Dios mismo, el Dios creador y vivificante, el Salvador y dador de felicidad»], en la participación en la riqueza sobreabundante e inimaginable que es Dios mismo como hogar propio de la creación.
Detengámonos ahora un poco en la forma de este cumplimiento en Cristo.

(El Espíritu, Misterio de Dios y del mundo; Francisco García Martínez. Ed. CCS)

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