5.- LA SENDA HACIA EL PENSAMIENTO NO DUAL
«Hay una clase de existencia en la que las
epifanías y el trajín cotidiano, la muerte y la vida, Dios y no Dios -todas
estas aparentes antinomias- se mezclan y se convierten en una sola conciencia.
Yo disto mucho de darme cuenta de todo esto por mí mismo, pero me estoy
poniendo las lentillas para intentar verlo».
[Christian Wiman (poeta y autor de ‘Mi
abismo luminoso’)].
¿Cómo aprender a alejarnos del pensamiento
dualista? ¿Cómo aprender el pensamiento no dualista o la contemplación?
Es una buena pregunta, pues efectivamente
es algo que tenemos que aprender. El pensamiento dualista se da tan por
supuesto en el mundo accidental que lo llamamos pensamiento sin más, y durante
la mayor parte de los cinco últimos siglos las Iglesias occidentales se han
olvidado de la enseñanza sistemática de la contemplación. No es extraño, pues,
que estemos divididos en treinta mil grupos que nos llamamos cristianos. Y es
que perdimos la mente y el corazón superiores, o al menos la capacidad para
acceder a ellos. No es de extrañar que Jesús dijera: "Mirad, pues, cómo
escucháis" (Lc 8,18).
Todos nos hemos educado en el pensamiento
dualista. Creemos que lo que caracteriza a una persona inteligente o racional
es su habilidad para hacer distinciones. A la mayoría de nuestros profesores de
universidad les encanta, en efecto, realizar distinciones y enseñarnos a hacer
lo mismo. Está claro que hemos perdido la antigua tradición según la cual hay
algunas cosas anteriores a -e incluso más importantes que- saber hacer
distinciones. ¡De hecho, el establecer distinciones, entre otras cosas forma
precisamente parte del problema! Las distinciones se hacen en su mayor parte en
la mente, o con palabras, y esto tiene sin duda muchísimos aspectos positivos y
necesarios; pero también encierra cierta falta de verdad, pues es realmente
bueno ver las semejanzas e identidades profundas de las cosas antes que
distinguir tal aspecto de otro. A mí me gusta decir que debemos empezar siempre
por el "sí" y nunca por el "no".
Las antiguas religiones ya vieron que su tarea
principal era enseñar a la gente la manera de pensar alternativa, la cual
podríamos llamar con los nombres de chamanismo, adivinación, rabdomancia
(radiestesia -sensibilidad especial-, vara-agua)... La práctica de esta otra
manera de pensar la llamaríamos ahora meditación, contemplación o simplemente
oración. Yo estoy convencido de que era esto lo que significaba en los orígenes
la palabra ‘oración’. Hay que usar un
procesador distinto: no se procesa plenamente el momento juzgándolo,
analizándolo, diferenciándolo; no hay por qué convertirlo en algo distinto,
opuesto. Hay que respetar todas las cosas por ser exactamente lo que son en vez
de catalogarlas con la mente, según los gustos y aversiones de cada cual. Hemos
de dejar que se refleje como en un espejo limpio, sin ninguna distorsión
añadida (léase sin ningún "juicio").
Yo creo que la gente que vivió en siglos
pasados, mayormente en sociedades agrarias, antes de la invención de la
imprenta, y de la enorme proliferación de las palabras, tenía un acceso mucho
más fácil al pensamiento no dual. Ahora tenemos unas mentes con destellos
estroboscópicos (estroboscopio: instrumento que permite ver como lentos o
inmóviles objetos que se mueven de forma rápida y periódica, mediante su
observación intermitente -típico cielo en el que las nubes corren a una
velocidad increíble, o se detienen), lo que nos dificulta el acceso a la mente
contemplativa. Ahora cuesta más trabajo encontrar un espejo limpio, y es sin
duda por eso por lo que es tan importante seguir trabajando. Pero a muy pocos
se les ha enseñado cómo hacerlo.
El catolicismo -y aún más la ortodoxia
oriental- tiene una larga tradición de enseñanza de la contemplación; sin
embargo, son los protestantes quienes más a menudo me invitan a enseñarla. Es
porque saben que no saben. Saben que nunca la tuvieron a lo largo de su
historia o de su tradición. Para entonces ya se había perdido. Pero los
católicos estamos en una situación peor: creemos que por conocer la palabra ‘contemplación’ ya sabemos practicarla.
Incluso las órdenes religiosas contemplativas católicas han dejado de enseñarla
a sus miembros, lo cual constituye una gravísima pérdida. Muchos han sentido
por ello una gran frustración, aunque algunos la han aprendido en virtud de la
gracia, de la caridad y del sufrimiento.
Los cristianos católicos y los ortodoxos
tenemos que recuperar la tradición de esta conciencia alternativa. ¡Pero los
más tradicionalistas de hoy son muy poco tradicionales! Conocen muy poco de la
Gran Tradición, más allá de los últimos cuatrocientos o quinientos años;
generalmente los últimos cien años, o los que llevan viviendo. Eso es lo que
ocurre cuando se adopta una postura defensiva frente a los otros: se organiza
la vida alrededor de cosas externas y nada esenciales, y se evitan las cosas
interiores o que resultan subversivas para el propio ego.
Primero debemos saber que tenemos esta
tradición contemplativa. Está muy presente en los Padres y Madres del Desierto,
en el cristianismo celta, en al Filocalia y en Evagrio el Monje de la Iglesia
oriental, así como en la historia monástica de todas las antiguas órdenes, que
a veces la enseñaron de manera directa o indirecta (Dionisio, Juan Casiano, el
famoso monasterio de san Víctor de París, Buenaventura y Francisco de Osuna).
La mayor parte de nuestros místicos, siguieron esta tradición contemplativa,
ejemplificándola más que expresando con palabras lo que había ocurrido. Tal vez
esa sea una de las razones por las que la perdimos, y por las que es tan
importante una buena enseñanza teológica y espiritual.
Sabemos que la conciencia no dual se
enseñó de manera sistemática hasta los siglos XI y XII, sobre todo entre los
benedictinos y los cistercienses. Los primeros franciscanos fueron
beneficiarios de esta comprensión más antigua; los dominicos de la Renania la
ejemplificaron maravillosamente, y los carmelitas recuperaron buena parte de
ella abrevándose en su antigua historia en el Monte Carmelo, en Palestina. Su
máxima expresión la tenemos por supuesto en el siglo XVI, en esa especie de
supernovas que son Teresa de Ávila y Juan de la Cruz, quienes tuvieron que
volver a enseñar la contemplación corriendo grandes riesgos personales.
Pero, después de las luchas de la Reforma,
y de la hiperracionalización de la Ilustración (en los siglos XVII y XVIII),
nos volvimos sumamente defensivos y nos empeñamos en demostrar que éramos
mejores que los otros y que podíamos salir triunfadores de cualquier debate.
Así, adoptamos una forma más racional de pensar, envuelta en piadosas palabras
cristianas. “A partir de entonces presentamos nuestras doctrinas de una manera
dualista, argumentativa y apologética. Ya no existía la conciencia no dual,
sino un pensamiento enteramente dualista en torno a las doctrinas cristianas”.
La mayoría de los sacerdotes se educaron de esta manera hasta los años sesenta
del siglo pasado, cuando por fin llegaron las esperadas reformas del Vaticano
II.
En este punto, tras casi cinco siglos de no enseñar sistemáticamente o de no
comprender la contemplación, tuvimos que buscar escuelas, profesores, libros...
a fin de desarrollar una práctica que nos ayudara a comprender la vieja mente.
La mayoría de nosotros creía que los contemplativos eran simplemente unos tipos
introvertidos, silenciosos, a los que les gustaba mucho orar. Eso nos dejaba fuera
de juego a nosotros, tan extrovertidos y activos. Pero una vez que comenzamos a
conocer la mente contemplativa, nos dimos cuenta de que era, por así decir, la
manera natural de ver (¡y la habíamos desaprendido!) Es una manera
completamente natural, como vemos en los niños de menos de 6 o 7 años, pues a
esta edad ya empiezan a juzgar, analizar y distinguir unas cosas de otras.
En mi caso, yo experimenté la
contemplación por primera vez antes de aprender bien a nombrarla o de
reconocerla como tal. Yo me creía a veces un franciscano ingenuo o bobo por no
tomar suficientemente en serio mi intelecto.. Sin embargo, había muchas
personas inteligentes en la Iglesia que se sentían francamente poco
espirituales. No sé cómo decirlo de otra manera. Gracias a las enseñanzas de
Thomas Merton, en los últimos veinticinco años la contemplación ha cobrado
nueva fuerza en muchos de nosotros. Dejándome guiar por varios profesores, por
varias tradiciones, empecé a nombrar y comprender mi propia experiencia. Cuando
algo es así de verdadero, uno sabe con total seguridad que muchas personas ya
lo han descubierto, aunque empleen distinto vocabulario y tengan diferentes
puntos de vista.
Yo creo que el acceso a la mente
contemplativa es fruto de mucho sufrimiento y de mucha caridad. Estas personas
descubren simplemente que piensan de manera no dual, no oposicional, no
argumentativa. Disfrutan de la paz interior de Dios. Saben que por fin pueden
disfrutar de Dios, de la vida, de sí mismas, sin necesidad de debates
intelectuales. es un lugar muy agradable para vivir. Leamos a este respecto
Filipenses 2, 1-5, un pasaje en el que la mente no dual está en pleno
despliegue e impulsa a san Pablo a citar el maravilloso himno de los versos
6-11, donde aconseja tener la misma mente o los mismos sentimientos que tuvo
Cristo Jesús. Yo creo que la mente contemplativa es la mente de Cristo.
(Fr. Richard Rohr, OFM)
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