lunes, 15 de octubre de 2018

El Espíritu. Misterio de Dios y del mundo...11


EL ESPÍRITU, Misterio de Dios y del mundo
REVELACIÓN

11. ¿Por qué Cristo fue empujado al desierto por el Espíritu? El Espíritu y la encarnación del Hijo
Al comienzo del evangelio de Marcos aparece una escena que sintetiza la necesidad que tiene el ser humano de conformarse con su verdad, la necesidad de hacer camino de sí mismo hacia su ser realizado. Se trata de la escena de las tentaciones de Jesús en el desierto que será ampliada luego en Mateo y Lucas. Pues bien, este camino del ser humano hacia sí mismo se realiza en la limitación del tiempo y del espacio, en la limitación creatural que en cierra al ser humano en el ‘límite’, entre límites, dándole la posibilidad de ser él mismo y no otro en esa misma situación y de ser ahí su propio artesano.
Este trabajo, según la fe, no se sitúa en una tierra sin referencias que apunten a su identidad, ni en un cuerpo sin señales de su verdadero destino; sin embargo, estas son ambiguas y sólo en su elección se reconocen como verdades fundamentales del ser humano. Estas señales son por una parte la apertura a un fundamento de todo lo existente, la creación existe llegando a nosotros como don, sin que podamos dar razón de ella, por ello podemos confiar en que existe un donante que la ha querido y nos ha querido en ella y, por tanto, nuestro ser no estaría abocado últimamente a la muerte. Por otra parte, la necesidad de los otros como referencia de vida, que nos limitan constitutivamente, pero que antes nos han dado espacio de ser con su misma acción. Además, la limitación a la que nos someten es primariamente la forma de que seamos distintos, de que aparezca la individualidad y así la presencia original de nuestro ser. En este contexto aparece la invitación a desarrollar nuestra distinción desde la complementariedad responsable.
Estas señales, sin embargo, parecen haberse malinterpretado amaneciendo el ser humano a sí mismo en sospecha hacia Dios y hacia los otros, una sospecha que le hace habitar el mundo en enfrentamiento mortal de desesperación. Desconfía de Dios ante el límite último que es la muerte y de los otros ante lo que ellos le presentan como no suyo interpretándolo como robo. Así el ser humano ha intentado arraigarse en su propio poder, superando todo límite encontrándose finalmente arrojado a un abismo que antes o después le traga.
El Espíritu que lo habita aparece entonces como desasosiego entre la verdad originaria de las cosas y la sospecha que ha ocupado su puesto. Es este desasosiego (angustia lo han llamado en los dos últimos siglos algunos autores) en el que el ser humano nace a la vida y desde el que deberá decidir cómo construye su identidad. Este es su desasosiego originario. Un desierto que es inicio de toda vida: ¿es un vergel este mundo mortal o es un desierto este paraíso creatural que se nos muestra en la vida? La muerte obliga a preguntarse. La muerte obliga a mirar la historia de huesos secos del mundo y decidirse hacia la fe y el amor o hacia la sospecha y la codicia envidiosa.
Los cuarenta días que Jesús pasa en el desierto recogen y representan la historia de Israel y la historia del ser humano; son el tiempo de la carne mortal, el tiempo que se agota, que no resiste en su fecundidad por sí mismo y que incita al ser humano a preguntarse desde dónde va a afrontar esta pobreza radical. El Espíritu que conduce a Cristo al desierto es el mismo que lo suscita en el seno de María y lo arroja a este mundo para alcanzar en y para este mundo la plenitud de los tiempos. Esto se realizará como historia de ‘lucha de fe’ por sostener la presencia paternal de Dios en la sequedad absoluta y última de la vida que se va y en una ‘lucha de amor’ por sostener la comunidad humana en medio del odio cínico que utiliza la muerte de los otros para sostenerse en sí. El último día del desierto, el día definitivo, además, será el momento de la cruz. Toda la vida concreta de Cristo de principio a fin es una lucha creativa en medio del poder desertizador del caos. La referencia a Satán en las tentaciones del desierto apunta al desarrollo de su vida y su muerte en contraste con poderes que deforman la existencia de la creación y que deben ser vencidos en su mismo campo de juego.
Dejándose conducir por el Espíritu, Jesús vence los demonios de la sospecha en Dios como fuente de bendición originaria (frente a Eva, paradigma del ser humano engañado) y los demonios de la sospecha y el odio sobre el otro acusado siempre de enemigo potencial (frente a Caín, paradigma del ser humano engañado por su envidia), y se ofrece como espacio de hospitalidad suprema para los que están cansados y agobiados como lugar de encuentro con el futuro creador, que ya está en marcha desde Dios aunque esté oculto por la muerte.
El Espíritu sumerge a Cristo en el mundo para que lo haga renacer desde Dios, su origen más real y, a la vez, más oculto por la historia de los seres humanos. En Cristo el mundo encuentra así su verdad. Llega, superando toda tentación, a la vida consumada, a la plenitud del tiempo.

Sabemos, por tanto, qué es el Espíritu cuando lo vemos realizarse en Cristo. Es el Espíritu de la filiación confiada, el Espíritu de la acogida total del ser como ser recibido agradecidamente, el Espíritu de la paternidad y complacencia divina. La tentación que se extiende de principio a fin en la vida de Cristo y que llega a su hora de tinieblas en la cruz es vencida en él por el empuje del Espíritu que le hace ser quien es, el Hijo, regenerando la historia de lo humano y dando a la creación su sentido más pleno.

(El Espíritu, Misterio de Dios y del mundo; Francisco García Martínez. Ed. CCS)

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