1.- ENCONTRAR A DIOS EN LAS PROFUNDIDADES DEL SILENCIO. – B
El alma no utiliza palabras. Rodea las
palabras de espacio, eso es lo que queremos decir por silencio.
El ego, por su parte, emplea las palabras
para conseguir lo que quiere. Cuando discutimos con nuestra pareja, con un
amigo o un compañero, eso es lo que estamos haciendo. Echamos mano a las
palabras que más poder nos confieren, que nos hacen parecer más cargados de
razón, superiores, más inteligentes, convencidos de que así saldremos
vencedores en la discusión. Todos lo hemos hecho o vivido. Es lo único que el
ego sabe hacer. Pero, a ese nivel, las palabras son más bien inútiles, por no
decir incluso hipócritas y destructivas.
Eso es lo que va a ocurrir inevitablemente
cuando dejemos de valorar el silencio, cuando el silencio que envuelve las
palabras ya no sea tan importante como -o más importante que- la elección de
palabras.
El silencio es una especie de totalidad.
Puede absorber a los contrarios. Puede absorber las paradojas y las
contradicciones. Tal vez sea esta la razón por la que no nos gusta el silencio.
En el verdadero silencio interior no hay nada que discutir, y ya sabemos que a
la mente le gusta mucho discutir: nos brinda algo que hacer.
Nuestras interacciones conducen a menudo a
la discusión, incluso dentro de la Iglesia; por ejemplo, sobre las formas de
oración en sí mismas, sobre la cuestión del lenguaje incluyente o del liderazgo
masculino o femenino, cuestiones sin duda importantes. Más ejemplos: ¿me gusta
este salmo o es demasiado violento?; ¿es este canto demasiado evangélico,
católico o carismático? Siempre tiene que haber algún asunto a debatir, de lo
contrario me siento casi inútil. Una de las razones por las que la oración
contemplativa, especialmente en grupo, es tan liberadora y tan apaciguadora es
porque en ella no se puede tomar partido.
En resumen, al ego le gustan las cosas por
las que se puede tomar partido, pero el verdadero silencio interior no permite
tomar partido. Describimos esta tendencia tan extendida con el nombre de ‘pensamiento
dualista’, nada que ver con la contemplación como tal.
Quien viva en una cultura capitalista como
la nuestra, en la que todo se reduce a competir, comparar y ganar, solamente
puede ver el silencio como algo contrario a la buena lógica. ¿Cómo enseñar algo
tan vacío, tan inocuo, tan generador de fracaso como el silencio? Respuesta:
sabiendo que también ofrece una "paz que está por encima de todo
juicio" (Flp 4,7) y una "alegría que nadie os quitará" (Jn
16,22).
Pero si los que están en la Iglesia se
centran preferentemente en técnicas externas y fórmulas litúrgicas (por
ejemplo, cómo deben plegar las manos los sacerdotes, qué palabras deben emplear
o qué tipo de indumentaria llevar), el alma permanecerá básicamente orillada e
inalterada. Un excesivo hincapié en lo que yo llamo "oración social"
u "oración verbosa" nos brindará muchas más posibilidades de
discutir; pero esa es sin duda la razón por la que Jesús dio tanta importancia
a la oración silenciosa "dentro del propio aposento" y no
"ensartando palabras y palabras, como los gentiles" (Mt 6,5-7).
No podemos evitar la sensación, de hecho,
de que el tiempo aumenta estando en silencio. Parece como si el tiempo
"llegara a su plenitud", como dice el Nuevo Testamento, como si se
trascendiera a sí mismo, pasando de su dimensión puramente cronológica, es
decir del simple “cronos al Kairós” o tiempo verdaderamente
relevante, esto es, al tiempo en el que cada momento es todo lo perfecto que
puede ser, en que todo es perfecto aquí, en este preciso momento, sin necesidad
de nada más. Yo estoy más que bien. Estoy contento.
Si conseguimos ver el silencio como el
fundamento y origen de todas las palabras, entonces descubriremos que, al
hablar, nuestras palabras están mejor escogidas y son más apacibles.
Francisco de Asís nos dijo que empleáramos
siempre palabras "bien escogidas y castas", que no predicáramos si no
teníamos nada que decir, que no predicáramos simplemente por predicar. Cada
predicación debía ser fruto de la contemplación y no de ideas vacuas (¡como lo
son tantas veces las nuestras).
Yo creo que cuando reconocemos algo como
bello en nuestra vida es porque brota, en parte, del silencio que lo rodea. Tal
vez sea esta la razón por la que guardamos silencio en las galerías de arte. Si
algo no está rodeado de la vastedad del silencio y del espacio, resulta más
difícil apreciar el lado singular y hermoso de las cosas. Cuando algo aparece
mezclado con todo lo demás, deja de destacar su singularidad, su cualidad de
objeto único y bello.
“El silencio no debe entenderse como
una simple ausencia de sonido audible o de ruido. Cuando el vacío -o lo que
pueda parecer un espacio vacío o ausencia de sonido- se convierte en su propia
plenitud con su propia voz dulce, podemos experimentar lo que quiero decir por
silencio”.
El silencio es como la red que hay debajo
del funámbulo. Nosotros caminamos sobre la cuerda floja tratando de encontrar
las palabras más adecuadas para explicar nuestra experiencia, pero el silencio
es esa red de seguridad que nos permite caer, que dice y admite, al igual que
los poetas, que ninguna palabra es siempre del todo correcta. Por eso el poeta
está siempre intentándolo (¡algo que le agradecemos enormemente!). La gran
espaciosidad y la red de seguridad que hay debajo de un funámbulo es el
silencio. Lo libera de preocupaciones y del temor de cometer errores y me
ofrece más espacio para corregirlos
Existen dos tipos de silencio. Está el
reparador silencio natural de la personalidad introvertida o la pausa en medio
de una conversación. Pero también está el silencio espiritual, el silencio que
no necesita llenarse de una risa nerviosa, de un chiste o del intento de
aparentar ser simpáticos o demostrar que estamos bien informados, que
"estamos en el ajo". El silencio espiritual exige una presencia
profunda con uno mismo en el momento presente.
Si la vida es en gran medida palabras e
ideas -pues es a eso a lo que hemos reducido, especialmente tras el invento de
la prensa escrita-, entonces la muerte -ese gran misterio por el que aún no
hemos pasado- es silencio. Y entonces podríamos decir que la fe y el silencio
son dos maneras de practicar para la muerte. ¿Quién soy yo antes -y después- de
todas mis palabras, ideas y opiniones?
«El hecho de que la vida y la muerte
"no sean dos" es algo muy difícil de entender, no porque sea
demasiado complicado, sino porque es demasiado sencillo».
«Echamos de menos la unidad entre la vida
y la muerte en el punto mismo en que nuestra mente corriente empieza a pensar
en ello».
“La contemplación es precisamente
cuestionar esa mente corriente y decir que eso que llamamos pensamiento no
puede llevarnos a ella”. Necesitamos un sistema
de funcionamiento diferente, que a la vez empiece con el silencio y conduzca al
silencio.
Podemos llamar al "no silencio" con
el nombre de "pensamiento dualista", en el que todo se entiende
mediante términos opuestos, como la vida y la muerte. La mente dualista es casi
la única que existe en occidente. Incluso creemos que equivale a ser muy cultos
-ser muy buenos en pensamiento dualista-, pero eso es lo que Jesús y Buda
calificarían de "pensamiento enjuiciador" (Mt 7,1-5), contra el que
nos advierten encarecida e insistentemente.
El pensamiento dualista no descansa casi
nunca. Funciona sobre todo cuando tomamos partido de un modo temperamental y
luego tachamos al otro bando o partido de falso, equivocado, de herejía o no
cierto. Con frecuencia es algo a lo que no nos hemos expuesto todavía, o que
amenaza de algún modo a nuestro ego, o que trasciende nuestra formación. La
mente dualista parte en dos el momento y prohíbe el lado oscuro, misterioso,
paradójico. es nuestro modo corriente de conversar. Básicamente, carece de
humildad y de paciencia, y es lo opuesto a la contemplación.
“El pensamiento no dualista es
precisamente la contemplación, un término no muy estimulante para describir lo
que creíamos que era la oración, pero que describe con una exactitud casi
clínica lo que está sucediendo”. El Espíritu Santo nos
exime de tomar partido y nos permite permanecer contentos en medio de la
oscuridad parcial de cada situación el tiempo suficiente para que esta
permanencia nos enseñe, nos agrande, nos enriquezca. Para aprender a hacer esto
tenemos que practicar durante muchos años y cometer muchos errores. Pablo
expresa esto mismo con gran belleza en su epístola a los Filipenses (4,6-7):
«Orad con acción de gracias, y la paz de
Dios, que está por encima de todo juicio ("cuya principal función es
realizar distinciones") custodiará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús».
Todo aparece dicho aquí de manera escueta.
Los maestros de la contemplación nos enseñan a estar en guardia y no dejar que
nos controlen las emociones y los pensamientos obsesivos.
Cuando pensamos de manera no dualista, con
la mente y el corazón bien custodiados, nos sentimos pobres por unos momentos,
como sumidos en un silencio embarazoso.
(Fr. Richard Rohr, OFM)
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