martes, 16 de octubre de 2018

El Espíritu. Misterio de Dios y del mundo...8


EL ESPÍRITU, Misterio de Dios y del mundo
REVELACIÓN

8. ¿Cómo está el Espíritu en la historia?
Este Espíritu no sólo creador, sino de creatividad divina (de formas múltiples con espacio propio) y de relación divina (de palabra que llama a la existencia y se comunica esperando diálogo) es insuflado en el hombre por Dios según consta en Gn 2,7: “Entonces Yhwh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente”. Esto significa que el hombre que alza su mirada y su poder sobre las cosas debe definir su realidad con el impulso de este aliento divino. El hombre ejemplo de este posicionamiento es Salomón, que sabe que sin la sabiduría de Dios no conseguirá ni ver ni actuar con justicia/con verdad. Salomón parecería identificado con el Adán que ordena la realidad según el Espíritu de (sabiduría) inhalado de Dios (1 Re 3, 2-15). En este sentido, a lo largo del AT (Antiguo Testamento) muchos textos relacionan, casi hasta identifican, sabiduría de Dios y Espíritu de Dios, de tal forma que quien aparece regido por la primera se revela como imagen de Dios en la creación, como hombre con Espíritu de Dios.
Esta imagen, que identifica al rey con Adán, es instructiva porque invita a pensar la posición y la acción del hombre con poder sobre lo real (sobre las cosas y los otros) y se desarrollará hasta mostrarse como aquella misión real (munus regio) que debe poseer todo creyente en su relación con el mundo y con los otros, y que se identifica con el pastoreo: el cuidado preocupado por la realidad y por los que están a nuestro cargo. Esta misión que pertenece radicalmente a Dios y que se realiza en la historia en Cristo será compartida con todos por él y posibilitada por la entrega de su Espíritu en el bautismo, pero esto nos lleva al final cuando estamos en los primeros estratos de la revelación del Espíritu.
Por tanto, el texto del Génesis donde el hombre recibe el aliento divino marca el comienzo de la historia y su sentido. Dios llama a la existencia al hombre como su misma imagen al hacerle partícipe de su aliento, del Espíritu íntimo que la ha impulsado en su creatividad y que protege la realidad frente al caos. Así la creación en el hombre puede encontrar el Espíritu de discernimiento para la armonía de las cosas y el Espíritu de compañía (de relación) donde reconocerse mutuamente como habitados por un don plural y enriquecedor que invita a la comunión y sostiene cada individualidad. Es esto lo que conduce al ser humano, hombre o mujer, y a la humanidad en su conjunto, a convertirse en “pastor del ser”, si se nos permite utilizar la hermosa expresión de Heidegger (que como ‘pastor-nazi’ dejó bastante que desear).
El Espíritu aparece entonces como impulso interior de la historia que llama al ser humano dentro de sí para que sea lector (intérprete) y actor (señor) de la creación, dirigiéndola hacia el espacio de la filiación y fraternidad donde se encontrará finalmente a sí misma.
Podríamos hablar entonces de una especie de participación del ser humano en el Espíritu creador de Dios, que no necesita ser robado de una especie de reserva divina protegida (al estilo del fuego en el mito de Prometeo). Participación como un don en el que Dios se complace. En este sentido, todo el movimiento de la libertad y de la sabiduría humana por configurar con poder el mundo provendría de Dios mismo. Entre Dios y el hombre no tiene por qué existir, por tanto, una relación de rivalidad y lucha de poderes por hacerse con más espacio sobre la creación, como dos naciones enfrentadas por un mismo territorio o dos bandas rivales enfrentadas por el control de distintos barrios. El poder de acción de Dios y del ser humano en el mundo se sitúa en diferentes planos y el Espíritu imprime en el ser humano aquel impulso para realizarse (nunca retirado) y aquella invitación interior a hacerlo en la misma forma creativa y complaciente de Dios sobre su creación. La identidad del ser humano no se anula, por tanto, con la presencia de Dios, sino que, al contrario, se afirma en su última vocación.
Cuando el ser humano imprime otra forma a su actuación aparece la muerte, el desaliento. Al ser el Espíritu negado como suscitador y protector de la vida, la historia aparece atravesada por un impulso deformado en el que el ser humano queda redefinido y desorientado hasta confundir los caminos de la vida y de la muerte. Esto es lo que llamamos pecado, pecado que ha dado forma a nuestra historia, porque el ser humano, la humanidad en su historia, no ha vivido en su forma “salomónica”, haciéndose uno con la sabiduría de la creación. Esta historia, que intuye sus posibilidades o su verdadero ser, se revela en Israel como pura espera, como esperanza de un corazón nuevo habitado por la sabiduría de Dios, por su Ley (Jer 31,33), por el Espíritu que dé a luz la creación verdadera, la historia verdadera que quedó oscurecida, frustrada, esclavizada por el pecado del ser humano. Esta situación no antigua sino perteneciente a nuestro orden de existencia hace elevar la súplica a los creyentes: “Danos, oh Señor, tu espíritu, y renovarás la faz de la tierra”.

(El Espíritu, Misterio de Dios y del mundo; Francisco García Martínez. Ed. CCS)

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