LA SENDA MÍSTICA Y LA
VIDA COTIDIANA
El padre Karl Rahner habla del
"misticismo de la vida cotidiana". Es una buena frase. Tenemos que abandonar
la costumbre de hacer del misticismo algo que solamente se puede dar entre
célibes, ascetas y monjes.
Es precisamente lo que Francisco procuró
hacer: llevar de nuevo la vida religiosa a las calles, al laicado, a la
parroquia normal, a los que siempre se ha intentado que parezcan ciudadanos del
reino de tercera clase.
Necesitamos que se nos ofrezca un nuevo
sistema operativo. No importa lo que hagáis, no podéis acercaros a vuestro
trabajo cotidiano, a vuestro quehacer cotidiano. a vuestra familia... con la
que yo llamo una mente dualista, “una mente enjuiciadora, comparativa,
competitiva, en la que la mayoría de nosotros estamos tan bien entrenados, hasta
tal punto que creemos que es la única mente que existe”.
Jesús se refiere también a esta mente enjuiciadora.
Por ejemplo cuando dice: "No juzguéis" (Mt 7,1). Tal vez deberíamos
decir simplemente: "No encasilléis, no pongáis etiquetas". Es una
manera de controlar, y a menudo una manera de jugar a ser superiores. La mente
enjuiciadora trata de conocerlo todo comparándolo con cualquier otra cosa. Pero
comenzar así es empezar dando un primer paso negativo. Dicha mente dista mucho
de conocer las cosas en sí mismas y para sí mismas. Estos intentos de conocer
-intentos de bajo nivel- nunca nos acercarán a la experiencia mística. Por eso
los grandes maestros espirituales siempre tienen alguna forma de "no
juzgar". La mente enjuiciadora es demasiado autorreferencial y cierra de
golpe cualquier horizonte que esté abierto.
La primera palabra con la que se designó
esta mente diferente, esta consciencia alternativa -pues eso es lo que es- fue
simplemente la ‘oración’. Esta palabra ha sido tan mal empleada y tan
trivializada que ha acabado significando solamente la oración rogativa, la
oración leída, la oración social (litúrgica) o la oración recitada. Siento
decir que a los católicos se nos conoce a menudo por esto, por aprender
fórmulas y recitar fórmulas y más fórmulas. Muchos de nosotros tuvimos que
dejar de usar la palabra ‘oración’ y usar en su lugar la
palabra ‘contemplación’ para que los demás supieran que estábamos
hablando de algo distinto.
No estoy diciendo que la oración con
fórmulas sea una equivocación, sino que eso no es lo que enseñaron los Padres y
Madres del Desierto durante los primeros trescientos o cuatrocientos años de
cristianismo. No es el sentido original de la oración. Esto lo podemos ver en
las numerosas y largas retiradas de Jesús a la soledad del desierto, y en el
hecho de que los discípulos tienen que pedirle insistentemente que les enseñe
lo que nosotros llamamos el Padrenuestro (Lc 11,2). No es por la oración en el
templo o por la oración social por lo que se conoce a Jesús, aunque desde luego
no se oponía a ella, a menos que se volviera demasiado ritualista, legalista o
transaccional, cuando vemos que arroja a los mercadores del templo. El
evangelio dice que Jesús y los discípulos "cantaban juntos los
salmos" (Mc 14,26; Mt 26,30), es decir el ‘hallel’ o los salmos
113-118, que abrían y cerraban la Cena de Pascua.
La oración es mirar desde o con una
perspectiva diferente, no con ojos comparadores, competidores, juzgadores,
etiquetadores o analizadores sino receptores del momento en su completitud e
incompletitud presentes. Esto es lo que yo quiero decir por contemplación. Se
necesitan muchos años de práctica para abandonar nuestro pensamiento
normalmente dualista y permitir que una oración no dual, receptiva, se
convierta en nuestro modo de consciencia primario.
Para muchos la oración sigue limitándose a
recitar el Padrenuestro y el Avemaría: y no pretendo menospreciar estas
oraciones, especialmente cuando son el fruto hablado de una oración profunda.
Pero conozco a muchos católicos que han recitado el Padrenuestro y el Avemaría
toda su vida, a sacerdotes que han dicho (no celebrado) misa toda su vida.., y
no saben orar. Con esto no pretendo emitir un juicio contra ellos, pues nadie
les enseño otra cosa. Es más bien el fruto de una tristeza profunda porque sé
que, sin acceso a la corriente más profunda, sus vidas, su celibato, su ministerio
tendrán más que ver con la función que con la unción, por citar las palabras
del papa Francisco pronunciadas recientemente ante un grupo de sacerdotes.
El objetivo de la oración, como convendrá
cualquier buen cristiano, es darnos acceso a Dios y permitirnos escuchar
realmente a Dios, si no es presuntuoso hablar en estos términos. Pero, sobre
todo, oramos para poder experimentar por nosotros mismos la Presencia
constante, interior. En realidad, nosotros no oramos, sino que es la oración la
que viene a nosotros (Rom 8,27-27); nosotros nos limitamos a permitirla, y a
disfrutarla.
La única manera de hacer esto es trabajar
para mantener el campo abierto, sí, para permanecer abiertos a la gracia. ¡Qué
paradoja tan grande! Sin embargo, esto no significa que la gracia no pueda
irrumpir en cualquier momento y lugar. De hecho, esto es lo que más suele
ocurrir. Pero queremos disfrutar de los frutos de la gracia las veinticuatro
horas del día y no únicamente de vez en cuando.
Si procedemos con el hemisferio izquierdo
del cerebro, si procedemos con la mente enjuiciadora, calculadora, dualista, no
tendremos acceso al Espíritu Santo porque lo único que entrará entonces es lo
que ya creemos, eso con lo que ya estamos de acuerdo, eso que no nos amenaza. Y
Dios es por definición lo desconocido,
lo siempre misterioso, lo que está más allá. Así, si no estamos preparados para
más, para el misterio, ¡cómo vamos a estar preparados para Dios! Nuestra
válvula de admisión estará completamente estancada e hiperprotegida.
La contemplación es un pensamiento no
dual; se da cuando no dividimos el campo del momento entre lo que ya conocemos
y lo que ya no conocemos, como si fuera algo totalmente equivocado, herético o
pecaminoso. Mucho me temo que el pensamiento dualista es el modo corriente de
pensar; por supuesto, las pruebas las podemos encontrar casi en todas partes,
especialmente en la religión y en la política. Por eso no podemos hablar de
manera significativa en estos campos divididos.
(Fr. Richard Rohr, OFM)
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