lunes, 22 de octubre de 2018

COMPASIÓN SILENCIOSA...8


EL SAGRADO SILENCIO, EL CAMINO DE LA COMPASIÓN …B

La tangente de la historia…1   
Debemos reconocer que entendimos nuestra religión cristiana fuera de su debido contexto histórico. Desde muy pronto, no sólo nos apartamos de nuestro enraizamiento en el judaísmo, sino que además, después del año 313 d. C., nos alineamos con el Imperio romano y después con el poder (guerras y dinero incluido) de Europa, y así más o menos hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando las dos guerras mundiales expusieron a los ojos de todo el mundo esta gran incongruencia.
Si bien esta confluencia de acontecimientos tuvo algunos aspectos buenos -no estoy diciendo que todos fueran malos-, nuestro alineamiento con el Imperio romano, el Sacro Imperio Romano Germánico, la Monarquía hispánica y el Imperio inglés tornó una y otra vez necesario defender a nuestro Dios y demostrar que era mejor que los otros dioses. Los imperios necesitan que exista un acuerdo general sobre Dios para mantenerse compactos, y les importa menos, por no decir muy poco, si seguimos o no sus enseñanzas. El humilde judío Jesús se convirtió así en una figura teocrática. El Encarnado se convirtió de nuevo en un Juez Trascendente. Se convirtió en el Pantocrátor (el Omnipotente y Terrible Señor del Universo, que ya insinuara Miguel Ángel en la Sixtina), algo que carecía prácticamente de toda base en las Sagradas Escrituras. Comparemos esto con los sencillos dibujos del Buen Pastor y del "Asno Crucificado" que encontramos en las catacumbas. Estos dibujos bizantinos son unas imágenes enteramente diferentes de Jesús que influyeron profundamente en la práctica cristiana y todavía hoy siguen influyendo.
La misma palabra latina que se emplea para referirse a Dios, Deus, es en realidad una derivación de la palabra griega Zeus. Así pues, estuvimos trabajando básicamente con una noción pagana de dios; y en eso se convirtió Jesús, quien muy pronto dejó de tener apenas algo que ver con el Jesús histórico para pasar a ser la figura de un dios disponible, capaz de mantener cohesionado a todo el Imperio romano. En este sentido, algunos historiadores del arte opinan que la imagen del Pantocrátor que se impuso en las basílicas cristianas después del siglo IV fue un intento deliberado por imitar a la ominosa imagen de Zeus o de Júpiter en sus templos griegos y romanos. La imagen de un perdedor, de un crucificado, no era una imagen con la que el imperio (el ego) pudiera estar muy cómodo. Ni entonces ni tampoco en lo sucesivo.
Siempre ha habido personas que se han movido en un nivel más profundo (Santa Teresa, sin ir más lejos), o en la que yo llamo corriente subterránea, donde lo inefable, el misterio sigue teniendo cabida y es debidamente venerado. Pero en líneas generales, pasamos de una posición de minoría inmoral a otra de mayoría aparentemente moral, lo cual cambió radicalmente nuestra perspectiva.
La corriente más antigua y profunda puede encontrarse, por supuesto, en las enseñanzas del evangelio según san Juan y en muchas de Pablo; posteriormente en los Padres y Madres del Desierto para pasar poco después a Egipto, Siria, Capadocia (en la Turquía oriental) y varias zonas de Palestina. Es ahí donde la tradición mística se desarrolló primero y donde se descubrió y enseñó la vida contemplativa, enseñanza según la cual necesitamos una mente diferente para comprender el Evangelio en su verdadero nivel. Todos aquellos contemplativos, en vez de disputar acerca de doctrinas, buscaron la mejor manera de alcanzar ‘la paz interior’. Tratemos de ver la diferencia radical que esto representa. Leamos por ejemplo La Filocalia (la famosa colección de textos de la Iglesia Ortodoxa Oriental que van del siglo IV al XV) para conocer todo esto más profundamente.
Todos ellos fueron capaces de demostrar y enseñar que la ‘mente normal y dualista’ de la primera fase no puede llevarnos a "expresar las cosas del espíritu con lenguaje espiritual" (1 Cor 2,13). Es un instrumento demasiado débil para comprender lo que dice Jesús acerca de que "el Padre y yo somos uno" y que estamos compartiendo realmente contigo este mismo Espíritu e invitándote a nuestra relación.
Este nuevo principio de tres no podemos comprenderlo con el viejo principio de dos, con el ‘principio del dualismo, que siempre es un pensamiento antagónico, disyuntivo, del tipo verdadero/falso’. Este pensamiento dualista persistió muchos siglos en el catolicismo romano, contribuyendo en buena parte a crear un cristianismo de dos niveles (clérigos y religiosos frente a laicos), contra el que Lutero arremetió con mucha razón.
Los monjes -o frailes- y las monjas, si bien no todos son contemplativos, formaron el núcleo fuerte de todas las comunidades religiosas (por ejemplo, mi comunidad franciscana) y fueron responsables del redescubrimiento de la mente contemplativa en nuestro tiempo. Así, muchos religiosos de la primera hora se volvieron eremitas al ver que no podían sobrevivir en medio de la vida religiosa dualista al uso. Asimismo, muchos laicos, mostrando un gran amor y un gran sufrimiento, se volvieron "contemplativos ocultos", recibiendo por lo general poco apoyo por parte del clero, razón por la que también ellos decidieron pasar a un segundo plano a fin de poder sobrevivir.
Siempre que veamos una nueva floración de eremitas, anacoretas, personas solitarias y casas de retiro, podremos concluir que en dicha era se ha redescubierto el pensamiento no dual o contemplativo. Con una mente dualista no podemos soportar el silencio y la soledad durante mucho tiempo. Nos volvemos locos con nuestras disputas internas.
Pero, por desgracia, esta situación de estar partidos en dos creó una sociedad de dos niveles. Así no se esperaba que un católico corriente de Salamanca, Zamora o Valladolid pudieran aprender a tener una mente contemplativa. Se le enseñaba simplemente a pagar, rezar y obedecer. La oración no significaba realmente una práctica contemplativa; era más bien en la recitación de unas oraciones, o la oración social de la liturgia, donde podíamos saber si estábamos obrando bien o mal, algo que el ego tanto necesita saber. Por desgracia a este nivel hay muy poca cabida para un sincero trabajo en la sombra, para la humildad, para el misterio. Básicamente, se trata de conformarse al grupo.
Lo maravilloso de vivir en esta época es que se está recuperando y renombrando con gran sinceridad la tradición de la contemplación. Sí, tuvimos esta tradición, la perdimos..., pero la redescubrimos continuamente. Hasta ahora se había marginado por completo, de manera que no se esperaba de -ni se ofrecía a- un creyente cristiano corriente, ni tampoco de un clérigo corriente, que únicamente se limitaba a su labor de predicación y enseñanza. Esa es fundamentalmente la razón por la que el catolicismo se escindió al menos en tres niveles principales: el clero, que se encargaba de mantener todo bien ordenado y cohesionado; el laicado, que hacía lo que le decía el clero; y los monjes, monjas y frailes, que tuvieron que quitarse de en medio para encontrar la antigua profundidad, obviamente con diferentes grados de éxito.
Después, hay que dar gracias a Dios por la Reforma protestante acaecida en el siglo XV, pues hasta ese momento los católicos habíamos sido la única opción disponible: ostentábamos el monopolio del supuesto cristianismo, al menos en Occidente. No había una oposición leal que ayudara al cristianismo a mantenerse mínimamente centrado en sus metas básicas, ni siquiera a actuar con honradez, sobre todo porque, desde el gran cisma de 1054, habíamos perdido prácticamente todo contacto con la Iglesia de Oriente. Así, aprendimos de nuevo que el poder absoluto tiende por naturaleza a corromper lo que toca.

(Fr. Richard Rohr, OFM)

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