EL NOVIO DE SIMONE WEIL
jueves, 31 de enero de 2019
viernes, 11 de enero de 2019
JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 0
Por
la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos
visitará el sol que nace de lo alto,
para
iluminar a los que viven en tinieblas
y
en sombra de muerte
y
guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
(Lc 1, 78-79).
INTRODUCCIÓN
Nos disponemos a presentar en forma de preguntas y
respuestas el misterio de la vida de Jesús. Nadie, sin embargo,
puede decir del todo quién es otro, como tampoco y más radicalmente
aún podemos decir totalmente quiénes somos nosotros mismos.
Encontramos a los otros en la medida en que nos abrimos a la
manifestación de su misterio más allá de lo externo y lo sabido,
cuando les dejamos ser ellos mismos, aunque a veces, casi sin darnos
cuenta, los reduzcamos a nuestra propia perspectiva o interés. Por
tanto, nuestro camino será necesariamente una cierta apertura para
dejar a Jesús ser él mismo sin reducirlo rápidamente a lo
conocido, a lo significativo para lo que ya somos o a lo adaptable a
nuestras formas actuales de vivir y pensar. Al terminar el trayecto
que ahora nos disponemos a comenzar, quizá estemos más cerca del
personaje, pero su vida será siempre suya y no nuestra, habrá una
profundidad de su persona no agotada ni reducible a lo que nosotros
queramos que sea.
Además, con Jesús nos encontramos con un problema
añadido, y es que quiso reflejar el misterio mismo de Dios. Tanto es
así que los suyos terminaron por confesarle como Hijo de Dios,
perteneciente al ámbito divino aun sin perder la humanidad que
habían conocido. Esta presencia del misterio de Dios en él
reduplica la hondura inagotable de su ser y en algún sentido hace
que nuestras palabras sean débiles para la descripción, pues Dios
es justo aquel a quien de ninguna manera podemos controlar con
nuestros sistemas de medidas y análisis. Su misterio sólo se
comprende finalmente en una relación personal, por eso sólo quien
participó de ella otorgando confianza y seguimiento a los pasos de
Jesús podrán hablar de él con verdad.
Nosotros, ¿de qué Jesús vamos a hablar? Presentaremos
no sólo al Jesús que un espectador escéptico y descomprometido
pudo ver mirando de lejos cómo actuaba y qué decía, sino al que
conocieron los que se dejaron llevar por su forma de ser y de actuar.
Éstos vieron los mismos hechos, pero comprendieron su profundidad
desde dentro. Éstos afirmaron que al igual que Jesús vivió a su
lado por los caminos de Galilea, en la actualidad vive con los que se
abren a su presencia, escuchando la memoria de su vida y siguiendo
sus huellas.
Hablaremos, por tanto, de un Jesús que vivió humano
entre los humanos, pero que vive también participando personalmente
de la vida de Dios. De un Jesús que es pasado y que es presente. Que
tiene capacidad para atraer por lo que hizo y dijo antaño, así como
capacidad de dar esperanza por lo que ofrece hogaño. Que tuvo
presencia en un ayer puntual de la historia, pero que de la misma
manera se presenta en nuestro hoy como vida personal que genera
libertad, comunión y justicia en quien lo acoge.
Hablaremos así del Jesús que conocieron y conocen los
cristianos que es mayor que el Jesús que presentan los
historiadores, sin que esto suponga contradicción. La base de
nuestra reflexión serán los evangelios que, juntos, son sin duda la
forma más profunda de exposición de su misterio en forma narrativa.
Por eso será conveniente que el lector se detenga en las citas que
se apuntan a lo largo del texto.
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 1
1. ¿POR QUÉ PREGUNTAR(SE) POR JESÚS?
Cuando preguntamos por alguien aceptamos el reto de
entrar en un mundo nuevo. Esa persona aparece ante nosotros
invitándonos a conocerla, a comprenderla, a reconocerla yendo más
allá de nuestro pequeño mundo. A medida que vamos conociendo datos
de su vida, la pregunta se vuelve hacia nosotros: «y
tú, ¿qué dices de mí?».
En el relato bíblico de los orígenes, el hombre debe
poner nombres a la realidad que va apareciendo ante sí (Gn 2,19).
Poner un nombre, decir con verdad qué es lo que tenemos delante o
quién es el que nos sale al encuentro es una obligación de vida.
Por ello es necesario respetar el valor de las cosas y personas en sí
mismas y no sólo mirarlas desde lo que pueden ser y quiere uno que
sea para él. Sabemos que podemos dar nombres falsos, decir las cosas
con error o con mentira y así crear mundo irreales o perversos. Por
eso, cada día hemos de vivir con los ojos abiertos y la humildad de
quien acepta que la realidad está habitada por una grandeza mayor
que nuestras palabras y definiciones, y que preguntar es abrir las
puertas para que esta grandeza vaya mostrándose y enriqueciéndonos
cada día más.
En este sentido, la pregunta por Jesús debería formar
parte de nuestras reflexiones culturales. No se puede pasear por las
calles de nuestras ciudades sin encontrar huellas de su nombre, de su
herencia, de su paso. No se pueden leer los libros de nuestras
bibliotecas sin encontrar referencias a su vida y a sus palabras,
aunque a veces ya no se reconozcan. No se puede contemplar el arte de
nuestra historia sin toparse con su cuerpo representado en mil formas
diferentes. No podemos entrar en nuestro interior sin descubrir
cercana o lejana, buscada o no su presencia esté viva o muerta.
Quizá en los días de este nuevo siglo su imagen aparezca como
aquellos restos arqueológicos cubiertos por las soberbias
construcciones humanas, pero ahí está en el subsuelo de nuestra
cultura y de nuestra vida.
Jesús vive, por tanto, como un permanente 'rumor'
que busca quien pregunte por él para decir su verdad en un diálogo
amistoso. Vive como 'imagen' que busca una retina que se fije
con paciencia y aprecie la belleza escondida de su rostro. Vive como
'extraño compañero' que busca un corazón que reconozca el
anhelo de vida que le habita y quiera aceptar un poco de agua viva en
las fuentes de su ser.
Y esto vale para los creyentes que le conocen y que, sin
embargo, deben preguntarse si no lo han apresado en sus inercias de
vida deformando si íntimo misterio. Y vale para los que ya no creen,
que pueden preguntarse si lo que abandonaron no fue simplemente una
caricatura. Y vale igualmente para los que le rechazan porque en la
lucha contra él pueden ser vencidos por la luminosidad de su verdad.
Preguntarse por Jesús es preguntar por su historia
antes que por nuestros sentimientos frente a él, es dejarse
acompañar por sus palabras y sus gestos, por su acción y su pasión,
y dejarse interrogar por lo descubierto. Preguntarse por Jesús es
preguntar también por qué tantos le han entregado su vida, por qué
tantos le han perseguido, quién es éste que ha centrado la
historia con su nacimiento, cuál es el misterio de su persona.
Finalmente, tendríamos que decir que preguntar por
Jesús será dejar que nuestras preguntas sobre él pasen a ser
preguntas sobre nosotros mismos frente a él.
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
JESÚS EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 2
2. ¿DÓNDE PODEMOS ENCONTRAR A JESÚS?
Como hemos dicho, sus huellas se esparcen por todos los
rincones de nuestra vida: los exteriores sociales y los interiores
personales. Pero, ¿encontramos en algún sitio una imagen concreta,
asequible y veraz de su persona? Los textos del Nuevo Testamento, en
especial los evangelios, nos ofrecen esta imagen. En ellos se nos
presenta la figura de Jesús. No en forma de reportaje periodístico,
ni como una crónica histórica que apunte cada paso y cada lugar,
cada día y cada acción, sino como testimonio de aquellos que
habiendo compartido vida con él, recogen los recuerdos e
impresiones, las palabras y las acciones que hicieron imborrable su
persona, y los ordenan intentando mostrar su lógica y su sentido a
partir del final, cuando ya está todo dicho y hecho. Tenemos allí
el testimonio de quienes no sólo fueron fríos espectadores de
hechos vistos en su exterioridad, sino el de los elegidos por Jesús
para conocer el corazón de su vida, sus intenciones y su misión, y
compartirla. Son éstos los que contaron, los que tras su muerte
pusieron en circulación la historia de Jesús. Conociendo los hechos
y el espíritu que los habitaba, los narraron según su propio
carácter, perspectiva y situación. Así, poco a poco, la figura de
Jesús fue apareciendo con múltiples retratos como podemos apreciar
en los relatos de los cuatro evangelistas.
Algunos han puesto en duda la verdad histórica de estos
relatos debido a que a veces parecen excesivos en sus afirmaciones,
increíbles en sus narraciones, contradictorios entre sí o demasiado
adaptados a la vida de las comunidades posteriores. Incluso han
llegado a hablar de la vida de Jesús como un invento total, pero una
y otra vez en los especialistas vuelve a aparecer la confianza en la
veracidad global de los evangelios. No aquella credulidad
fundamentalista de los que se encierran en sus prejuicios sin querer
escuchar las críticas, sino la de quien acepta los retos y
provocaciones, y busca más hondo. Si a lo largo de los dos últimos
siglos se ha puesto en duda casi todo de la vida de Jesús, hoy los
mismos investigadores miran con una confianza renovada. Podemos
descubrir -nos dicen- la figura histórica de Jesús en esos textos,
aunque haya que aceptar que presentan una historia envuelta en la fe
de los que le siguieron. A los que vieron, oyeron y tocaron no les
importó añadir datos, transformar alguno de ellos, recomponer
situaciones para expresar la verdad honda de lo que habían vivido,
para ofrecer una imagen exterior de lo que sucedía en el interior de
Jesús y de sus relaciones, para dejar constancia de lo que ellos
habían comprendido: que en Jesús Dios mismo había visitado la
historia de los hombres.
Dos datos nos invitan a la confianza global en la
fidelidad de estos relatos a la historia de Jesús. El primero es la
investigación histórica de los últimos siglos. De ningún otro
texto religioso se han puesto en duda con críticas tan radicales la
verdad de su protagonista y, sin embargo, la misma investigación
reconoce la fuerza con que se sostiene y se levanta frente a toda
crítica la figura de Jesús allí presentada. Para ello, eso sí, ha
de rechazarse una lectura fundamentalista que pretendiera que cada
afirmación evangélica corresponda a un dato históricamente
concreto de la vida de Jesús. Quizá podamos decir que los que han
dado por muerto el texto evangélico como ámbito de conocimiento
histórico, le han visto recobrar la vida al paso de una generación.
El segundo es que hoy podemos encontrar testigos que nos dicen con su
vida que el Jesús de los evangelios es real. Testigos que son
capaces de entregar la vida entera para dejarse habitar por el Jesús
allí ofrecido y que así hacen presentes sus sentimientos y
palabras, sus gestos y su misión. Ellos, como Andrés a su hermano,
nos dicen: “Hemos encontrado...” (Jn 1,41). Y nosotros, como
ellos, podemos acercarnos y ver pasar su figura de lejos o de cerca,
actualizándola y confiándonos a ella.
Jesús acepta ser sólo una figura histórica que nos
ayuda a pensar nuestra humanidad, pero busca ser un hermano, un amigo
con el que descubramos el gran misterio de la vida que no es sino el
amor de carne y hueso, de barro y Espíritu de Dios para con
nosotros. Para ello se nos presenta como un hombre de la historia,
personaje pasado que aparece en la carne de las palabras evangélicas
que pueden ser hojeadas al ritmo de cada cual.
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 3
3. ¿QUÉ APORTA LA IGLESIA PARA ENCONTRAR A JESÚS?
Hay que decir que no hay Jesús sin Iglesia. O mejor,
que sin Iglesia Jesús se habría quedado enterrado entre las ruinas
de la historia. Sin la Iglesia no podemos llegar a él ni siquiera
como un personaje histórico con unos mínimos rasgos personales. Ya
hemos dicho que son los evangelios los que nos ofrecen la figura de
Jesús, pero estos textos han sido compuestos y conservados en la
Iglesia para su propia vida. Son fruto de su misma existencia, que
pone por escrito los recuerdos sagrados de los que vive y celebra
como presentes en sus sacramentos. Bastaría decir, como ha afirmado
algún estudioso, que ni los sacerdotes del templo, ni Pilato, ni
los que le vieron y le dejaron pasar de largo nos ofrecen nada para
llegar a él. Sólo los suyos, su Iglesia, quisieron unir a su
presencia viva que sentían cercana la historia vivida con él en los caminos de Palestina. Historia en la que habían palpado la verdad y
la bondad de Dios. Por otra parte, fue la Iglesia la que discernió
entre historias fidedignas de Jesús que acogió y ofreció como
vinculantes (los cuatro evangelios), y otras no aceptables porque
deformaban la vida de Jesús o simplemente eran fruto de leyendas
piadosas de buena voluntad (incluso si contenían algún dato
histórico). Pero además de esta 'primera' Iglesia, la
Iglesia 'actual' ofrece la posibilidad de convertir el encuentro con
un personaje histórico en una relación viva con él. En ella las
palabras sobre Jesús cobran aliento de vida, y el recuerdo de Jesús
puede convertirse en relación personal con él.
Con la Iglesia y en la Iglesia podemos descubrir no sólo
las palabras de Jesús sino su voz, no sólo su recuerdo sino su
compañía, no sólo sus historias de humanidad nueva sino su
Espíritu de renovación activa. Junto a los que le confiesan vivo
podemos leer su historia y ver cómo se hace presente hoy. Es ésta
la misión que Cristo encomendó a su Iglesia y, a pesar de sus errores, aquellos que consiguen superar el antiguo prejuicio (¿es
que de Nazaret puede salir algo bueno?) podrán descubrir, en
esta pequeña tierra nazarena que es la Iglesia, la buena noticia del
Evangelio de Jesús.
La segunda generación de cristianos vio a Jesús de la
mano de Pedro, de Felipe, de los primeros testigos... y fueron
dichosos sin haber visto a Jesús (Jn 20,29). Jesús sigue atado a
aquella promesa suya de no abandonarnos (Mt 28, 20) y, a través del
texto evangélico y de sus discípulos que lo ofrecen con fe, sale al
encuentro del hombre para proclamar de nuevo las bienaventuranzas.
Existe un antiguo relato en el que Felipe, uno de los
apóstoles, es llevado por el Espíritu hasta el carruaje de un
hombre que leía sobre Jesús sin llegar a comprender. Una vez allí,
se hace invitar por él para, con paciencia y humildad, contarle la
vieja historia de Jesús (Hch 8, 26-40). Ésta es la misión de la
Iglesia. Sin ella desgraciadamente Jesús se va diluyendo entre las
incomprensiones y los intereses de los hombres. Es Jesús mismo quien
parece no querer darse a conocer si no es por los suyos, aunque tenga
que aceptar que son sólo un pálido reflejo de su grandeza.
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 4
4. ¿DÓNDE Y CUÁNDO VIVIÓ JESÚS?
Jesús vivió bajo la ley política del imperio romano
en tiempos delos emperadores Octavio Augusto y de Tiberio en plena
'pax romana'. Pasó la mayos parte de su vida en la región de
Galilea, en los márgenes insignificantes de este Imperio. Se trataba
de una región fértil con una población fundamentalmente rural,
aunque la renovación urbanística que realizó Herodes Antipas, rey
de Galilea, durante la mayor parte de la vida de Jesús, de algunas
ciudades como Séforis o Tiberiades, hizo que una parte de la
población pudiera haber tenido tareas no relacionadas directamente
con la agricultura. Por otra parte, algunos pueblos y ciudades de la
costa del mar de Galilea, como Magdala o Cafarnaún, poseían una
actividad pesquera y de salazón importante. Jesús, por tanto, se
movió entre gente muy heterogénea en razón de las distintas
actividades que les ocupaban. Por otra parte, aunque la población
era mayoritariamente judía, sus fronteras con poblaciones
extranjeras y la antigua ocupación de esa tierra por hombres venidos
de otros pueblos hacía que hubiera una presencia pagana
significativa, quizá no tan numerosa como da a entender el
calificativo de Galilea de los gentiles, nacido en otros momentos de
su historia.
Se trataba de una población con una fuerte conciencia
religiosa que dio origen a varios movimientos de resistencia y
liberación político-religiosa a lo largo de los años en torno a la
vida de Jesús. Sin embargo, los movimientos fariseos o de la
aristocracia sacerdotal no tenían una especial relevancia en esa
zona, pues su influencia radicaba sobre todo en Judea, principalmente
en Jerusalén. Junto con la transmisión familiar de la fe, las
sinagogas, en las que se leía la Ley y se discutía sobre ella, eran
los espacios fundamentales de la configuración socio-religiosa del
pueblo.
Como todo el perímetro mediterráneo, Palestina estaba
controlada por la política romana que ofrecía un orden social
básico permitiendo un desarrollo socio-económico importante y una
vida social sin especiales violencias, a no ser las que aplicaba con
mano de hierro el poder para mantener la dominación. Se trataba, por
tanto, de una paz que se pagaba con gravosos impuestos y al precio
del sometimiento radical. No obstante la vida religiosa judía podía
desarrollarse sin apenas problemas.
Jesús desarrolló su actividad de forma itinerante,
desplazándose por las aldeas y ciudades de Galilea y utilizando
algunas cosas de simpatizantes como centros de su misión. Cafarnaún
parece haber tenido una especial relevancia en este sentido. Su
actividad podría haber durado un año, el 27 o el 28 (después de
Cristo, claro está) según el actual cómputo de la historia, aunque
algunos datos indicarían un ministerio más largo de unos dos o tres
años. En este momento tendría unos 30 años, sin que podamos
precisar exactamente su edad. Después de unos meses en esta zona y
de alguna visita a territorio pagano, se dirigió hacia Jerusalén,
centro simbólico de la identidad judía, para culminar su misión
ofreciendo el Reino allí donde Dios mismo había prometido convocar
finalmente al pueblo para hacerle partícipe de la victoria de su
manifestación final. Algunas ciudades de sus alrededores como
Betania o Efraín le sirvieron de base misionera en esta etapa. Es
posible que subidas previas de Jesús al desierto de Judea para
retirarse en oración, o a Jerusalén para celebrar la Pascua,
hubieran dejado conocidos que después le habrían servido de apoyo
en su misión.
Su muerte se produjo a la misma velocidad que su vida
pública, cuando su actividad en Jerusalén se hizo más relevante y,
por tanto, provocadora. Algunos han calculado que habría muerto el
viernes 7 de abril del año 30, justo antes de Pascua.
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 5
5. ¿ALGUIEN ESPERABA A JESÚS?
Jesús nace en un pueblo que cree firmemente que Dios
guía la historia y que lo hace para dar a sus elegidos una tierra
donde puedan vivir sin carencias ni amenazas, en armonía y paz. Este
espacio de vida está descrito en los textos del AT con muchos
símbolos, entre los cuales 'tierra prometida, nueva Jerusalén,
cielos nuevos y tierra nueva, reinado de Dios' son especialmente
relevantes. Dios llevará al pueblo -lo ha prometido- a una tierra
nueva que aún no existe y que está definida por las bendiciones del
cielo.
Además, el pueblo de Israel ha experimentado cómo Dios
le conduce a través de hombres que dirigen, protegen y orientan al
pueblo: de Moisés a los reyes, de los jueces a los profetas, de los
sacerdotes a los sabios un amplio grupo de hombres han sido elegidos
para representar de múltiples formas el pastoreo de Dios mismo sobre
el pueblo. Sin embargo, la fe del pueblo ha aprendido, a golpe de
malas experiencias, que sólo Dios es un pastor bueno y justo, sin
sombra de intenciones ambiguas (Salmo 23). Si sus elegidos podían
guiar un trecho del camino hacia esa nueva tierra, nunca se llegaba
finalmente y algunos de ellos traicionaban visiblemente su misión
(Ez 34). El peso de la vida con sus sufrimientos, injusticias y
violencias... y la habitual amarga frustración frente a los líderes,
había creado en el pueblo una expectativa más amplia: la esperanza
de una presencia de Dios mismo como guía del pueblo o de un nuevo
pastor fiel a su palabra y compasivo con los pequeños (Salmo 72); la
esperanza de una vida en la que ni el llanto ni la muerte tuvieran
poder, donde todo enemigo del pueblo y de la paz fuera desarmado y
vencido (Is 9,1-6). Esto es lo que se ha venido a llamar esperanza
mesiánica, que se expresa en los textos bíblicos de muchas formas y
que vivía en la mente de los contemporáneos de Jesús con unos
contornos más o menos definidos y con más o menos fuerza según
grupos.
Lo que sí parecía claro es que Dios actuaría con
fuerza, como Señor y rey soberano que somete a toda realidad
contraria para traer la paz. Humillaría a sus enemigos -los enemigos
del pueblo-, vengaría las injusticias cometidas con los pobres y
daría a los suyos un corazón nuevo donde su ley naciera sin
oposición, haciéndose una con la misma vida del hombre, resistente
a los engaños del pecado (Jr 31, 31-34). Algunos, en los años
anteriores y posteriores a los que Jesús saliera a la luz pública,
habían dicho: 'ya está aquí, seguidme', y habían amotinado
al pueblo contra los ocupadores romanos, pero su fracaso manifestará
que no era en ellos donde nacía la esperada soberanía de Dios.
Otros, como Juan el Bautista, invitaban a prepararse con urgencia,
pues era inminente la llegada del juicio transformador de Dios.
Otros, como las comunidades esenias de Qumrán, se retiraban de la
sociedad establecida para crear ese mundo nuevo y ofrecerse como
espacio donde Dios pudiera habitar, ya que su pueblo y su templo se
habían hecho indignos de Él.
En este ambiente apareció Jesús. 'Discreto' en
un principio como quien surge del mundo cotidiano e irrelevante de la
gente común, 'exuberante' como heraldo que convoca a todos en
las plazas de los pueblos y en lo alto de los montes para recomenzar
esta vieja historia ahora bajo la soberanía recreadora de Dios.
¿Era Jesús el Mesías al que esperaba el pueblo de
Israel? Si se responde que sí hay que añadir que lo esperaban en
otra forma, tan distinto que mayoritariamente no lo reconocieron. Si
se dice que no hay que añadir que en él se daba respuesta a los
anhelos profundos que habitaban las experiencias mesiánicas tal y
como alguno descubrieron. El mismo Jesús, que dejó que lo
consideraran Mesías, parecía, sin embargo, contradecir las
expectativas. Sus discípulos irían descubriendo que lo que anhelaba
su corazón estaba envuelto en miedos y prejuicios, y que sólo Jesús
sabía revelarlo verdaderamente. Irían descubriendo que los deseos
primeros de los hombres son demasiado estrechos de miras y viven de
la pequeñez y la angostura del corazón humano. Irían descubriendo
que sólo dejándose guiar por Jesús reconocían el mundo nuevo y
gozoso que esperaban de Dios, su reinado de verdad y vida (Jn 6,
67-69).
De esta manera, muchos que creyeron al principio que
Jesús era el Mesías, lo abandonaron a mitad de camino cuando no
actuó según sus expectativas mesiánicas. Sólo algunos que
resistieron, con la fascinación y las dudas luchando en su corazón,
descubrieron que la presencia de Dios es más grande que lo que nos
imaginamos aun cuando se presenta por caminos tan pequeños que ni
siquiera parecen dignos de un simple buen judío.
Hoy mismo siempre esperamos a Dios y desearíamos a
Jesús según nuestra lógica y deseos, pero éstos también deben
dejarse vencer para que descubran la fuente que los alienta de fondo.
También hoy existen mesías y mesianismos que dicen 'venid, soy
yo', pero la prueba de fuego para todos es, como veremos, no sólo
si saben vivir para crear vida, sino si saben morir dando vida.
He aquí lo que resultó escandaloso finalmente: un Mesías
crucificado. Pero de esto habremos de hablar más adelante.
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
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