EL
ESPÍRITU, Misterio de Dios y del mundo
PROLEGÓMENOS
4. ¿Por
qué no vivir en la superficie y dejarse de cavilaciones irresolubles?
¿Por qué no renunciar a la armonía y acogerse
(como parece invitar el Eclesiastés) a los dones de la superficie renunciando a
un sentido total? Por otra parte, ¿es posible renunciar a la relación con el
Espíritu?, ¿qué significaría esta renuncia en la práctica?
Significaría renunciar a la dirección del
movimiento, al sentido interno de las cosas más allá de los hechos fácticos.
Por tanto, acomodarse en la contemplación de un mundo sin esperanza para el
ser humano, que no sería más que una chispa de luz consciente en la inmensidad
de un abismo de oscuridad inconsciente, indeterminada y, por tanto, una
presencia vana, sin más sentido que el de una piedra o una galaxia desconocida.
El ser humano podría esperar pequeños gozos, eso sí, en el interior de la facticidad
de sus movimientos psicofísicos.
Sin espíritu desaparece la vida espiritual. O
por decirlo con palabras de menos calado religioso, desaparece el sentido, la
dirección y, finalmente, toda fundamentación última de responsabilidad. El acto
de la interacción física, química, psíquica, social se convierte en absoluto en
sí sin referencias definitivas o definitorias de su verdad. El ser humano
aparece entonces como conciencia del vacío universal, como conciencia de su
inconsistente e inútil vida. ¿Qué más da haber nacido que no? La belleza y la
moral serían sólo la ilusión de una ‘psiqué’
orgullosa que terminaría preguntándose para qué piensa si sus preguntas sólo le
conducen a abrumarse con el eco vacío de los universos máximos y mínimos de la
vida. “Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro”, afirmará la
secuencia de Pentecostés.
Pero, paradójicamente, es el mismo Espíritu el
que obliga al ser humano a percibir en su inconsistencia una pregunta que le
remite a su ser mayor que sí mismo aunque sólo sea en sus preguntas y, por
tanto, a entregarse a una esperanza difícil, pero alentadora, en que quizá todo
apunte a algo diferente. Como algunos han dicho, como a un tapiz que se
construye por detrás y no es visible en su armonía hasta el final cuando se da
la vuelta.
Hay que preguntarse si la exuberancia de
posibilidades técnicas que se ha despertado en el ser humano en estos últimos
siglos, su capacidad de manejar los recursos del mundo, su capacidad para
orientarlos en un sentido, no le ha ofuscado cegándole para comprender que no
es capaz de dar un sentido último a la realidad. El ser humano parece haberse
instalado en este plano de los hechos y su manipulabilidad olvidando o negando
la pregunta por un fundamento de fondo que sostiene la complicidad ‘in fieri’ del todo. El ensimismado
desarrollo técnico del último siglo tiene en su haber, junto a sus muchos
logros, una pérdida de horizontes y confianzas últimas que sólo da ese espíritu
inmanipulable de la realidad. Y, a la vez, como una especie de venganza, el
espíritu parece haberse retirado, dejando a miles de espíritus en lucha
apoderarse de esta casa humana que creyó poder prescindir de él (Is 54, 7-8).
Se expanden las esencias vulgares,
irracionales, interesadas… en la presencia de fuerzas espirituales, horóscopos,
ángeles, suertes y destinos varios… Nuevos oráculos se apoderan del ser humano
ocupando su vacío interior. El ser humano no sabe vivir huérfano de espíritu y
quizá esto no sea, como se empeñan muchos en afirmar, signo de nuestras ataduras
a una psicología primitiva e infantil. El ser humano busca al Espíritu entre lo
antiguo y lo nuevo para encontrar una esperanza en este mundo estrecho de la
técnica. Quizá su credulidad sólo sea una súplica, un gemido que anhela una
verdad honda y real. Que diremos: “Espíritu creador… salva al que busca
salvarse”, como suplica el himno ‘Veni Creator’.
(El
Espíritu, Misterio de Dios y del mundo; Francisco García Martínez. Ed. CCS)
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