EL ESPÍRITU, Misterio de Dios y del mundo
PROLEGÓMENOS
2 ¿Por qué se mueve el mundo?
Cuanto más ahonda el ser humano en su reflexión
sobre la realidad, más percibe su ‘complicación’
la absoluta y casi ilimitada unión de realidades y de fuerzas de este mundo. A
la vez, y en el mismo golpe de reflexión, percibe la ‘complicidad’ de todos los elementos y fuerzas en orden a
conciliarse para sostenerse mutuamente. Pensemos en el universo y en las
imágenes que nos dibujan los medios técnicos para representarlo en su
inmensidad (las imágenes multicolores de formas indefinibles de lo macrocósmico
en los planetarios o de lo subatómico en los microscopios electrónicos) o las
ecuaciones con las que los astrofísicos se acercan a lo imposible de
representar para nuestros sentidos. Todo ello muestra muy bien que apenas
sabemos lo que decimos cuando pronunciamos la palabra mundo, cosmos o creación.
Esta realidad nuestra es tan desbordante, tan excesiva para ser reducida a una
comprensión total, que cuando se ha intentado aparece un ‘más-todavía’, algo no reducible a la descripción, que sitúa toda
ley, organización, armonía como sólo un aspecto de la realidad. A la vez, el
ser humano se descubre, a partir de esa masa siempre complicada que somos y nos
envuelve cósmica y subatómicamente, como una realidad armónica en un mundo
lógico (‘Dios no juega a los dados’,
decía Einstein para referirse a esta armonía). Ve el ser humano el ritmo de las
estaciones, la permanencia de las constelaciones y sus dibujos, la pluralidad y
complicidad interna de los ecosistemas… y finalmente se contempla a sí mismo
como una auténtica maravilla de complicidad bella en medio de tanta
complicación apenas abarcable.
Todo fluye, todo lucha por su sitio en este
espectáculo del mundo que pide a gritos en el corazón humano un sentido, un
guion con una escena final que dé a cada acto del drama un puesto en el
conjunto y una unidad final. Comprendemos, a poco que levantemos la mirada del
fluir inconsciente de la vida, el esfuerzo de la armonía, la tensión que sufre
el mundo para sostenerse así. ¿Por qué las leyes físicas se mantienen? Al final
del recorrido (si nuestra vida de observadores del universo es el final)
veremos la utilidad de tantas leyes que nos han traído hasta aquí; sin embargo,
su utilidad no las justifica internamente: ¿por qué complicidad hacia la
armonía, hacia esta maravillosa armonía de lo humano, y no su complicidad hacia
el caos?, ¿por qué el esfuerzo de la vida hacia su perduración si conoce en sí
la muerte inevitable (la transformación continua de los elementos)?
El mundo parece encontrarse tenso, trabajando
interiormente, inquieto en un movimiento constante y, por otra parte, sereno en
los espacios adquiridos (¿o quizá no?). Así al menos lo vive el ser humano que
siempre se ha sentido centro de este universo complicado y cómplice, cantando
su admirable belleza y respetuosamente abrumado por su potencia desbordante.
Así aparece el mundo de Dios en el relato del
Génesis, lleno de fuerzas caóticas que se organizan al moverse bajo el impulso
de un soplo que toma forma de palabra y definen la armonía que envuelve la
vida. Bajo un aliento que pronunciando el mundo lo mueve hasta hacerlo armónico
y habitable (Gn 1, 1-2, 4a). Por eso el creyente afirma que, por debajo de toda
ley, atravesando su fundamento en una hondura fundante, se encuentra un aliento
de esperanza, un espíritu guía, un fuego de inquietud que no deja detenerse la
realidad, una humedad fecunda donde renace lo continuo… La fe lo confiesa
narrando este relato que no intenta explicar el mundo, sino que invita a la
gratitud ante semejante espectáculo de potencia y armonía. El creyente así
canta al contemplar el cielo y la tierra: ‘Señor
nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra’ (Sal 8).
(El
Espíritu, Misterio de Dios y del mundo; Francisco García Martínez. Ed. CCS)
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