EL
ESPÍRITU, Misterio de Dios y del mundo
EFUSIÓN
19. ¿Crea
entonces el Espíritu una Iglesia introvertida hacia Cristo separándola del
mundo?, ¿nos convierte en una secta?
El Espíritu en su efusión definitiva, donde se
revela plenamente, aparece en un primer momento como don de reconocimiento y
recreación filial, por tanto, como vinculación con Cristo. Es Espíritu de
filiación por cristificación. En este sentido, produce una cierta segregación,
es decir, lleva al ser humano a la raíz de su ser en este encuentro de
concentración radical en Cristo, y esto lo realiza individual y socialmente. De
esta manera separa, produce una comunidad alternativa al mundo tal y como este
se reconoce y se vive. Además esta comunidad, y cada creyente en ella, no vive
su identidad como una forma de existencia entre otras, sino que ha adquirido la
conciencia de que habita o es habitada por la forma plena de lo humano. Esto
significa que, en el fondo, la Iglesia no se separa asincrónicamente de los
otros, sino diacrónicamente, es decir, es hecha testigo sacramental del futuro
de todos. Por eso inmediatamente el Espíritu de segregación (o de
identificación frente a) se convierte en Espíritu de ensanchamiento hacia
todos. El Espíritu obliga a la Iglesia a una continua extroversión, a la
entrega de lo recibido como patrimonio de todos, como patrimonio en ella
destinado a todos. Esta es la responsabilidad suscitada por el Espíritu en
nombre de Cristo. Los relatos de aparición y reconocimiento del Resucitado que
significan el nacimiento de la Iglesia como lo distinto del mundo son, en ese mismo
instante y a la vez, relatos de envío. O dicho de otra manera, la Iglesia no es
ella misma sino convocando a todos a la comunión con Cristo, en el que se halla
la verdad de todos. Una y otra realidad la produce el Espíritu entregado (Jn
19,191-23; Lc 24,46-49).
La oración de Cristo por sus discípulos para
que sean uno en el interior de su relación paterno-filial con Dios, que recoge
el evangelio de Juan, se expande luego en una misión donde la unidad es
vinculada a la reconciliación final de todos (Jn 17, 18-21; también Hch 2,1-11;
8,26-40; 10,9-48). Todos los pueblos entran en el designio salvífico de Dios de
forma que este se cumplirá radicalmente cuando Él sea ‘todo en todos’ y su comunión trinitaria sea hogar definitivo de la
humanidad ya sin fronteras en el Hijo.
Por tanto, el Espíritu mantiene la separación
en orden a la comunión. La Iglesia no es el mundo sin más y no es comparable a
ninguna institución de este mundo. Está por encima de ellas en significatividad
salvífica, ya que es portadora de la revelación definitiva de Dios, lugar de
recreación plenificadora del ser humano y del mundo. Esto no significa que deba
dominar y estructurar los ámbitos de organización del ser humano en la
historia, pues la revelación se ofrece a la libertad de fe. Por otra parte, el
Espíritu mantiene la unidad con el mundo obligando a la Iglesia a reconocerse
no sólo de la misma carne y sangre, con sus mismas esperanzas y anhelos,
tristezas y sufrimientos (GS 1), y también con sus mismos pecados, sino con el
mismo destino que ella tiene la suerte de poder celebrar participativamente,
pero en cuya celebración reconoce el hueco de los que aún no le han conocido y
lo hace en un envío permanente de la celebración de la misión.
(El
Espíritu, Misterio de Dios y del mundo; Francisco García Martínez. Ed. CCS)
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