EL
ESPÍRITU, Misterio de Dios y del mundo
EFUSIÓN
17. ¿Dónde
encontrar hoy el lugar de efusión del Espíritu?
Si esta regeneración es ofrecida al ser humano
por Cristo, pues en él se hace verdadera en la historia, es necesario que él
sea un acontecimiento siempre accesible a todo ser humano. Es decir, sólo si
Cristo es accesible, el Espíritu lo será, aunque haya que mantener igualmente
en una circularidad hermenéutica que sólo en el Espíritu se hace accesible
Cristo a la fe del ser humano. Ahora bien, esto no se realiza en una forma de
mística desencarnada que una al alma humana y a Cristo sin mediación, sino a
través de gestos históricos concretos a los que Cristo se ha vinculado en una economía
sacramental. Estos gestos son los sacramentos que no dan algo distinto de
Cristo, sino que sitúan la vida en una relación interior e identificadora con
él mismo. Es a él a quien dan (él mismo se da en ellos); es su vida la que se
realiza en los que celebran con fe esos sacramentos. Pero éstos no son actos
mágicos remitidos a su propia factualidad, sino que existen como expresión de
la vitalidad relacional que Cristo establece con la comunidad de fe que le
acoge como la mediación absoluta en su relación con Dios. Así, el cuerpo
eclesial, comunidad de los creyentes, aparece como permanente presencia y
apertura a Cristo a los seres humanos, como lugar de contacto vivificador con
Dios, como pro-vocación hacia la verdad última que, como vimos, es y se da en
el señorío filial de Cristo.
El Espíritu abre al reconocimiento de Jesús
como Señor, es decir, capacita interiormente para reconocer a Cristo vivo que
ahora es presencia salvífica definitiva para el mundo (1 Cor 12,3) y, a la vez,
suscita un movimiento hacia los seres humanos de anuncio de este don definitivo
(Hch 2, 1-11). De esta manera los constituye como realidad sacramental de su
presencia salvífica, pues en ellos acontece celebrativa y vitalmente el don
último de Dios y en ellos se hace referencia a la vocación última del ser
humano. Más allá de sus pecados morales (testigos en negativo de que la
salvación sólo proviene de Dios), la Iglesia es el lugar donde no sólo se
manifiesta la efusión del Espíritu de Cristo, sino donde ésta acontece para
todos. Ella se convierte en el costado abierto de Cristo para el mundo. Quizá
en ocasiones la Iglesia sea para él una herida tan dolorosa como la propia
humanidad que le dio muerte, pero a la vez él la acoge haciendo de ella un
manantial inagotable desde el que ofrece su vida al mundo (Jn 19,34).
La Iglesia, por tanto, aparece como lugar del
Espíritu Santo en su revelación última; ni hay una verdad que él vaya a
suscitar fuera de la Iglesia que no sea aquella de la que la misma Iglesia ha
sido testigo: la revelación divina en su definitividad salvífica en Cristo. No
existe un espíritu aún no revelado al margen de la verdad de Cristo, so pena de
desfondar la propuesta cristiana que afirma que con Cristo Dios se nos ha dado
del todo y, por tanto, definitivamente. Iglesia y Espíritu van de la mano en la
historia postpascual. Ella conserva su verdad, aunque como mostraremos, ésta se
manifiesta con libertad más allá de la frontera eclesial, aunque dicho sea de
paso, esta verdad sólo se conoce por la revelación plena ya dada y conservada
en la misma Iglesia.
(El
Espíritu, Misterio de Dios y del mundo; Francisco García Martínez. Ed. CCS)
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