EL
ESPÍRITU, Misterio de Dios y del mundo
EFUSIÓN
20. ¿Posee
la Iglesia al Espíritu Santo? Fidelidad y libertad del Espíritu
El Espíritu, según se indica en la exposición
que venimos realizando, identifica a la Iglesia, le da su forma propia
manteniéndola en una verdad que la define e incluso podríamos decir que la
protege de sí misma, de su pecado. [Aquí se sitúa, por ejemplo, la eficacia ‘ex opere operato’ de los sacramentos
cuando estos se reciben con la fe necesaria más allá de si el que actúa ‘in nomine ecclesia’ está en pecado]. En
este sentido, la Iglesia puede confiar en que posee el Espíritu no en forma de
dominio sobre él, sino en cuanto que cuenta con su fidelidad irrevocable que
hace que se sostenga como sacramento salvífico de Dios para la humanidad.
Sin embargo, esta fidelidad del Espíritu a la
Iglesia no es óbice para que posea una presencia libre en la historia, pues en
ella sigue -podríamos decir- buscándose a sí mismo, tratando de que el ser
humano en todos sus caminos se redescubra y realice en su verdad,
identificándose él mismo total en el interior de la historia. Por eso el
Espíritu no sólo puede manifestarse, sino que se manifiesta de hecho, tal y
como lo reconoce el Concilio Vaticano II, también fuera de la Iglesia. Y lo
hace suscitando realidades que pueden ser identificadas como acciones de Dios
para que la historia vaya alcanzando su verdad originaria y de destino. Por
ejemplo, el movimiento de los derechos civiles, los movimientos de denuncia de
degradación de la naturaleza… más allá de sus ambigüedades (¡cómo no, estamos
en la historia!) pueden ser reconocidos por la Iglesia como lugar común de
experiencia de la vida plena que se está suscitando en ámbitos extraeclesiales
y, por tanto, como llamada del Espíritu a redescubrirlo y acompañarlo en su en
su identificación de los hijos de Dios (Fil 4,8). Algunos autores han llamado a
estos signos “profecía extranjera” (extranjera a la Iglesia, no a Dios y a su
Espíritu) que debe alumbrar a la Iglesia. El mismo Concilio Vaticano II los
llama ‘signos de los tiempos’ (GS4).
Pero no sólo en los movimientos seculares del
mundo, sino en las experiencias religiosas de la humanidad en las que suscita
el movimiento de búsqueda de la verdad última de la vida en Dios, que construyen
ritualidades y creencias que apuntan a la revelación total de Dios en Cristo,
aunque no siempre de manera clara o incluso a veces con elementos no
integrables en ella.
Por otro lado y dentro de la misma Iglesia, el
Espíritu no sólo sostiene la estructura apostólica garantizando su mediación
salvífica, sino que suscita el movimiento de las múltiples posibilidades de la
realidad al contacto con su vitalidad originaria, provocando lo que se conoce
como carismas (personales o sociales) que visualizan la pluralidad desbordante
de la creación interior a Cristo nunca agotable. Es la conjunción de la
estructura apostólica y los carismas libres (la libertad de los hijos de Dios),
ambos suscitados y sostenidos por la acción del Espíritu de Cristo, lo que hace
de la Iglesia reflejo de la creación querida por Dios, creación única y plural,
unidad múltiple interiormente-multiplicidad en comunión unitaria (LG12).
(El
Espíritu, Misterio de Dios y del mundo; Francisco García Martínez. Ed. CCS)
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