martes, 16 de octubre de 2018

El Espíritu. Misterio de Dios y del mundo...7


EL ESPÍRITU, Misterio de Dios y del mundo
REVELACIÓN

7. ¿Cómo se revela el Espíritu en la creación?
En los cinco primeros versículos del Escritura (Gn 1, 1-5), como ya dijimos, este Espíritu de Dios aparece identificando el primer movimiento de Dios hacia el mundo y el primer movimiento del mundo hacia Dios. Acerquémonos a este pequeño texto que nos sitúa en aquel instante siempre actual, donde la voluntad de Dios queda identificada con el ser de las criaturas, es decir, estas no son sino el querer que sean de Dios. Sin este querer todo es caos, soledad y tiniebla cubriendo el abismo.
‘Al principio…’ la no-existencia de las cosas aparece descrita en este texto como un abismo, como un espacio sin fundamento donde apoyarse, como una realidad que no se sostiene, como inconsistencia que no permite en sí las formas (caos) y las relaciones (soledad). Antes de la voluntad de Dios hacia el mundo (sabiendo que este antes según la fe habita cada instante del tiempo), el mundo no es ni puede ser. Ahora bien, el texto afirma que ese instante sin tiempo está envuelto por un aleteo protector como el de un ave en espera, protegiendo cuidadosamente la eclosión de la fecundidad escondida que habita el nido. La imagen aparece también para interpretar la constitución del pueblo durante el éxodo (“como el águila que incita a su nidada, revoloteando sobre sus polluelos, así Él extiende sus alas, los toma y los lleva sobre sus plumas. Solo Yhwh los guía” [Dt 32,11]) o cuando Jesús se lamenta de no poder recoger y conducir a los suyos hacia la vida (“como una gallina lleva a sus polluelos bajo sus alas” [Lc 13,34]).
Así las cosas, el Espíritu habita, podríamos decir, lo todavía-inexistente como voluntad de forma y compañía de Dios hacia ello. La realidad (el todo y cada uno de sus elementos) está así desde siempre unida a Dios por este Espíritu de fecundidad y esperanza primigenia que parece desear lo distinto y, como dirá el texto, se complace siempre en ello (“vio que era bueno… muy bueno”, Gn 1,4.10.12.18.21.25.31). El Espíritu descrito en estos versículos como Espíritu de Dios aparece igualmente como Espíritu de la creación que se busca a sí misma, que está pujando por existir incluso cuando aún no es más que una posibilidad divina de acción.
En este sentido, es sintomática la imagen que se acoge para describir el acontecimiento creador: Dios ‘dice’ y la realidad ‘aparece’. En esta imagen, la palabra es siempre una forma del Espíritu, del aliento, del aire que se mueve en el interior del sujeto que habla, que siendo suya es a la vez posible por algo distinto y misterioso que se mueve en él. El impulso de la exhalación cobra forma. No hay forma sólo con el pensamiento; este necesita un movimiento hacia lo distinto, lo que está fuera y se hace presente en el aire que se modula. Así la creación no es descrita sólo como un pensamiento de Dios que, diríamos, se solidifica en su exterior, sino como un movimiento relacional. Un aliento que se entrega en forma distinta del sujeto que la pronuncia y más allá de él cobra forma y aliento para pronunciarse por sí, somo se verá en el ser humano, cima de la creación. Esto es lo que se resalta en el relato posterior de la creación del ser humano (Gn 2,7). Dios llama a lo existente con su aliento/Espíritu que parecería quedar modelado en una forma exterior que no es él mismo, pero está habitada por él, sin el cual no se sostendría. El último acto de esta creación se dará, pues, en la dirección que marca esta imagen, cuando la criatura pronuncie a Dios y le dé realidad concreta en el mundo como ‘Abba’ y se complazca en ello, algo que acontece en Cristo. Pero hemos de esperar un poco para desarrollar esta idea.
El Espíritu aparece entonces como una presencia en el movimiento interior de Dios y luego de la criatura que empuja no sólo hacia la existencia, sino también y sobre todo a una forma de existencia relacional, tanto en Dios como en la criatura.
Ahora bien, este movimiento no corresponde sólo a un instante puntual pretérito de la creación, a su -digamos- inicio temporal, como si se hubiera dado en un momento temporal dentro de un tiempo lineal. Estamos ante la descripción del eterno movimiento creador de Dios y del eterno ser creado del mundo que vive apoyado en esta relación fundante, es decir, del originario y permanente estar llamando a ser a la criatura en el que esta se pueda sostener. Por eso san Pablo hablará de una creación que debe pasar de ser caos y soledad informe (la esclavitud que la tiene sometida) y que gime a lo largo de la historia a ser creatura filial donde el Padre termine por hacerla participar de la libertad de los hijos de Dios, de su Hijo mismo.
En este movimiento, el Espíritu aparece como empuje, guía, respiración, protección… de tal forma que el creyente puede descubrir que el mundo no está arrojado y abandonado en su mismo ser, sino que existe siempre en el interior de un dinamismo donde puede reconocerse protegido en su futuro, un dinamismo interno a Dios mismo que refleja su condición de Padre que desea y activa esta condición en una actualidad permanente. Quedará por mostrarse cómo el mundo puede reconocerse mundo filial, pero esto necesitará, como veremos de la encarnación. Sigamos pues.

(El Espíritu, Misterio de Dios y del mundo; Francisco García Martínez. Ed. CCS)

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