EL ESPÍRITU, Misterio de Dios y del mundo
PROLEGÓMENOS
3. Pero, ¿es que el mundo no desalienta?
Este optimismo choca, sin embargo, antes o
después con la continua presencia del caos, de esa potencia de contradicción
que parece tener la naturaleza y que no es sino la necesidad de crear muerte,
de destruir para construirse. A veces sin que se atisbe un sentido de armonía
en el hecho destructor, en medio del fluir vivificante aparece su morir.
Estrellas que se apagan y con ellas todo lo que sostiene su luz, su calor, su
gravitación…; placas tectónicas que se recolocan en la corteza del mundo o
superficies de aire a diferentes temperaturas que provocan terremotos,
tsunamis, huracanes, grandes tormentas… y toda la muerte asociada a ellos;
deseos humanos de ser que se expanden en forma de prepotencia y violencia dando
lugar a múltiples formas de humillación des-identificadora. Todo como si existiera
una dislexia cósmica constitutiva que no dejara expresarse bien al aliento
primigenio, insertando en la complicidad de los elementos de la vida una
relación ambigua que parece de hecho inevitable. En este momento la fe
suscitada por la contemplación primera queda oprimida y el Espíritu parece
volverse in-deciso, casi impronunciable, y se convierte apenas en un gemido
ininterrumpido, fruto de la esclavitud de un mundo preso de su ambigüedad (Rom
8, 22-23).
Y, sin embargo, el mundo sigue su lucha hacia
la armonía, y el ser humano su esfuerzo hacia aquel paraíso de relación con el
mundo y con los otros que siempre es sugerido como posible en su interior. En
este contexto se hace necesario el discernimiento de espíritus, pues no todo
parece provenir del movimiento eterno que llama y guía la vida hacia su
plenitud. Será necesario aprender a resituarse, ayudar a este movimiento,
buscar el fondo de las cosas y comprender, confiar, trabajar, regenerar y
esperar.
La plegaría del Espíritu es, en la Iglesia,
plegaria para conocer “en verdad”, plegaria para suplicar que los trabajos del
mundo alcancen su destino: “Dale al esfuerzo su mérito”, dirá el ‘Veni Creator’. ¿Cómo reconocer al
Espíritu que dirige y somete el mundo a la armonía? Y, ¿cómo confiar en que
este es ‘el fuerte’ y no los otros, los que desvalijan la casa (Mc 3, 23-27)?
El problema sigue siendo que este Espíritu no tiene voz sin el cuerpo de la
creación y ésta es ambigua. El problema es que el Espíritu no tiene más rostro
que el de las obras del mundo y los seres humanos, y éstas son ambiguas.
(El
Espíritu, Misterio de Dios y del mundo; Francisco García Martínez. Ed. CCS)
No hay comentarios:
Publicar un comentario