LA RELIGIÓN ORGANIZADA
Y LA SENDA MÍSTICA
La religión organizada es un ejemplo de
encarnación. Tenemos que empezar por lo particular para llegar a lo universal.
Tenemos que empezar por lo concreto. Así, necesitamos de una especie de tanque
de retención, de contenedor que nos mantenga en un solo lugar el tiempo
suficiente para aprender lo que son las verdaderas preguntas y enfrentarnos a
ellas. Esto es lo que hace para nosotros la religión organizada. Se puede decir
que casi se necesita cierta forma de religión para llevar adelante la Gran
Tradición, para disponer al menos de las palabras justas que nos digan que la
experiencia mística es incluso deseable, o en cierto modo posible. De lo
contrario, tendremos que empezar de cero y tomar las direcciones más ridículas,
como vemos que ocurre a menudo en nuestro tiempo. La religión organizada es un
sistema de rendición de cuentas que ejerce presión sobre nosotros el tiempo
suficiente para que sepamos cuáles son las verdaderas cuestiones, quién podría
ser Dios y cuáles podrían ser muestras limitaciones.
Así, en mi vocabulario personal
(entiéndase solamente esto) la religión organizada es muy buena y casi
enteramente necesaria para lo que yo denomino la primera mitad de la vida.
Lo malo es que la religión organizada
suele decirnos que la unión mística con Dios es posible pero que... ¡es mejor no esperarla! Pues
está destinada únicamente a personas especiales. Esto hace que los momentos
místicos adquieran un sello elitista y distante, como si solamente estuvieran
disponibles muy de vez en cuando y exclusivamente para unos pocos.
La religión organizada resulta a menudo
problemática -cuidado, no estoy diciendo equivocada, sino problemática- cuando
entramos en la segunda mitad de la vida, pues en la mayoría de los casos no
suele contestar a las preguntas que hace el alma. Muchas personas han
encontrado diversas formas de ‘paraiglesia’,
como es el caso de los franciscanos. Pero no todo el mundo está llamado a ser
sacerdote o monja, ni siquiera a la tercera orden franciscana. Necesitamos
encontrar algún modo de aprender, estudiar o rezar en paralelo a nuestra
comunidad de culto, algún modo de agrupamiento ‘paraeclesial’, como el que hoy
llaman algunos "iglesia emergente". El servicio dominical sólo raras
veces lleva a la gente a viajes más profundos o incluso reales; debemos empezar
a abordar esta cuestión con total sinceridad.
Lo único que la religión organizada puede
hacer es mantenernos dentro del "cuadrilátero" (utilizo una metáfora
de boxeo) el tiempo suficiente para que podamos empezar a hacer buenas
preguntas y esperar respuestas mayores. Pero pocas veces nos enseña a boxear
realmente mediante el misterio propiamente dicho. ¡La religión organizada no
busca "cocernos del todo"!, simplemente nos mantiene a fuego lento, a
un fuego tibio. No nos enseña a esperar que el misterio se revele a un nivel
profundo. Tiende, y no pretendo ser quisquilloso, a tornarnos dependientes de
su propio ministerio en vez de llevarnos ‘a
conocer algo por nosotros mismos’, que es de lo que se trata realmente.
Es como si dijéramos una y otra vez:
"Sigue volviendo, sigue volviendo", que al final lo conseguirás. Pero
no lo conseguimos porque todo está orientado a algo a lo que asistimos u
observamos y no a algo en lo que podemos participar las veinticuatro horas del
día, aun sin la intervención de los sacerdotes/ministros o de los sacramentos
formales. Repito que no pretendo faltar el respeto a nadie. Si la experiencia
de Dios depende del ministro sacramental formal por parte del clero ordenado,
entonces más del 99,9 por ciento de la creación se ha visto privado de toda
posibilidad de conocer y amar a Dios. Y eso no puede ser cierto.
Y si el clero como tal no ha hecho un
viaje ulterior, entonces no sabrá dirigirnos o guiarnos hasta allí como quiera
que él no ha ido antes allí (Mt 23,13). ‘Nemo
dat quod non habet’, decíamos en latín ("nadie puede dar lo que no
tiene") [No deja de ser curiosa la excepción que representa aquí el
sacramento del Bautismo, que nos puede llegar a través de un "no
bautizado" -es decir, alguien que no lo tiene, pero que hace de puente-,
siempre que lo realice con la intención que bautiza la Santa Madre Iglesia Católica:
en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo].
(Fr. Richard Rohr, OFM)
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