RESUMEN
El
silencio atrae el significado. Si pasamos una hora entera en silencio, será
difícil no escribir un poema.
En
el silencio, todo se torna real. Todo merece un poema. El silencio revela la
plenitud del ahora en vez de esperar y querer siempre más, en vez de esperar
que ocurra lo siguiente, lo más interesante.
Pero
lo que tenemos que recordar es que la manera como hacemos algo es la manera
como lo hacemos todo. Y la manera como hagamos este momento será la manera como
hagamos el momento siguiente. Y si estamos muy aburridos con este momento,
estaremos muy aburridos con el momento siguiente.
Tenemos
que estar despiertos justo ahora. Y podemos estarlo a través del silencio. No
se trata de ser más morales, sino de ser más conscientes, ¡lo cual acabará
haciéndonos mucho más morales! Ser vulnerables ante un momento significa darle
el poder de cambiarnos. Si no damos a otra persona, a otro animal,
acontecimiento, situación o emoción el poder de influirnos, de cambiarnos,
entonces no intimaremos con el momento, no seremos vulnerables ante la única
realidad que tenemos.
En
muchos aspectos, la intimidad ante el momento, la vulnerabilidad en presencia de
toda realidad es el nombre mismo de la espiritualidad. Sería realmente heroico
si pudiéramos vivir toda nuestra vida dentro de este tipo de membrana
semipermeable. Permitiría a todos los acontecimientos entrar lo suficiente para
cambiarnos realmente y permitirnos salir de nuestras prisiones -para cambiar el
mundo un poco, ojalá-. Si nuestra espiritualidad no nos hace más vulnerables,
dudo que nos pueda servir de mucho.
El
silencio, si respondemos aunque sea a una pequeña parte de él, diríase que se
oculta y oculta. Pero si permanecemos abiertos, entonces revela más. Revela y
oculta, revela y oculta, revela y oculta; espera a ver si lo vamos a utilizar
de una manera no manipuladora, y si no somos manipuladores, entonces da más de
sí. Por favor, pensemos en esto unos momentos.
Seamos
pues pacientes con el silencio. Primero ofrece un poco, y luego ofrece más si
no hacemos mal uso de ese poco que nos ha ofrecido. Es como flotar en el agua:
una vez que dejamos de pelear con ella, flotamos mejor.
Dejemos
abierto el silencio. No intentemos calmar la tormenta. No nos precipitemos a
resolver el conflicto interno. No busquemos una respuesta facilona, rápida,
antes bien, dejemos todas las cosas unos instantes en el espacio silencioso. No
nos precipitemos a emitir un juicio. Dios es el único juez. El silencio
interior nos libera de la onerosa tarea de pensar que nuestro juicio es
necesario o importante.
El
verdadero silencio hace que pasemos de conocer cosas a percibir una Presencia
que posee una realidad en sí. ¿Podría ser eso Dios? Entonces se da una
mutualidad entre nosotros y todas las cosas, una relación yo-tú, como diría el
filósofo del siglo XX Martín Buber, y no una relación yo-ello, que se da cuando
experimentamos todo como una mercancía, como algo útil, como algo utilitario.
En cambio, la relación yo-tú se da cuando podemos respetar una cosa simplemente
tal y como es, sin ajustarla, nombrarla, cambiarla, arreglarla, controlarla o
tratar de explicarla. ¿Es esa la mente que puede conocer a Dios? Yo creo que
sí.
Este
silencio es la paz que el mundo no puede dar (Jn 14,27). Lo cual no significa
que no exista un lugar para explicar, un lugar para comprender. Pero primero
tenemos que aprender a decir "Sí" a este momento. Es por el sí por
donde tenemos que empezar. Si empezamos por el no, que es criticador, juzgador,
encasillador, analizador, desestimador, será muy difícil volver al sí.
Debemos
aprender a empezar cada encuentro individual con un sí fundacional antes de
atrevernos a pasar al no. He aquí el meollo de la contemplación, que exige toda
una vida de práctica. Pero ahora que hemos empezado, ya podemos vivir cada día
con la mente del principiante, que siempre retorna, que siempre está en
silencio antes de atreverse a hablar.
(Fr. Richard Rohr, OFM)
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