EL
ESPÍRITU, Misterio de Dios y del mundo
REVELACIÓN
12. ¿Quién
y cómo se reconoce al Espíritu? El Espíritu y la vida de Jesús
La respuesta está sugerida en las reflexiones
anteriores. Pero ahondemos un poco más en ellas. Hay un texto que nos indica la
dirección. En Lc 10,21 Jesús aparece inundado por una experiencia de alegría
producida por el Espíritu al contemplar cómo a los pequeños les son abiertas
las puertas de la fe para que reconozcan su lugar en el designio paternal de
Dios. Dice el texto: “En aquella ocasión, con el júbilo del Espíritu Santo,
dijo: ¡Te alabo Padre, Señor de cielo y tierra, porque, ocultando estas cosas a
los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla! Sí, Padre,
esa ha sido tu elección. Todo me lo ha encomendado mi Padre: nadie conoce quien
es el Hijo, sino el Padre, y quien es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el
Hijo decida revelárselo”.
La primera señal que nos indica la presencia
del Espíritu es aquella alegría que nace del descubrimiento de la complacencia
de Dios en la existencia de los otros, aquí concretada en su preocupación por
los pequeños, por aquellos que no dominan el mundo o son expulsados de él. El
Espíritu aparece aquí reafirmándose como Espíritu creador frente al caos,
frente a aquella potencia que no deja lugar en unos para los otros, Espíritu
que no permite olvidar una parte en el beneficio de la otra. Conocen el
Espíritu, por tanto, quienes de la mano de Cristo descubren la complacencia
divina por ‘toda’ su creación, en
especial por los que aparecerían como prescindibles y son reconocidos como
buenos y dignos por Dios mismo.
Por otra parte, la acción del Espíritu aparece
ligada, en esta exaltación de Jesús, a la contemplación de la alegría de estos
pequeños. Es decir, se reconoce al espíritu cuando se contempla, cómo los
sencillos reconocen, aun en su pobreza, estar sostenidos por la preocupación
amorosa de Dios por sus criaturas, reconocen que ninguno de sus cabellos se
pierde sin que la mirada comprometida de Dios lo sepa (Mt 10,30), que su
vestido más esplendoroso es la mirada y la acción de Dios sobre ellos (Lc12,
22-34). Es esta conciencia de la presencia de Dios que funda la confianza sobre
la vida la que hace palidecer todas nuestras obras para vestirnos de dignidad,
poder, sabiduría, y así darnos fundamento a nosotros mismos. Son los pequeños
los que descubren que la bendición es lo primigenio y que todo lo demás
(también la propia acción, que puede ensimismar) es sólo su exuberancia
desbordante en nosotros.
Conoce pues al Espíritu quien se hace
consciente en la fe de este movimiento originario donde el mundo se fundamenta
y se somete a él con alegría, sabiendo que en él está su gloria. En el fondo lo
conoce quien acepta de la mano de Cristo las bienaventuranzas que expresan
radicalmente este fundamento en las condiciones históricas de su contradicción.
De esta manera conoce al Espíritu quien pierde el miedo y se alegra al incluir
lo excluido y a los excluidos como parte del plan de Dios, pues en ellos donde
Dios mismo se expresa con más hondura. El espíritu se manifiesta, por tanto,
como autor principal de la alegría de la fe y del amor. No sólo como el que los
suscita, sino el que los hace brillar en su gloria y los convierte en continuo
manantial de gozo y sentido para la existencia concreta.
(El
Espíritu, Misterio de Dios y del mundo; Francisco García Martínez. Ed. CCS)
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