9. ¿LAS BIENAVENTURANZAS DE JESÚS SON UNA BUENA
NOTICIA O UNA BROMA DE MAL GUSTO?
En varios momentos Jesús lanzó una especie de proclama
de la exuberante alegría que produce el Reino: “Dichosos los
pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Dichosos los que ahora
tenéis hambre, porque Dios os saciará. Dichosos los que ahora
lloráis, porque reiréis”. Alguna vez el corazón de Jesús se
llenó de una alegría desbordante que manifestó en palabras de
alabanza al Padre, en una oración sin rastro de queja, dolor,
súplica... sólo inundada por el acontecimiento de la soberanía de
Dios acogida por los pequeños (Mt 11,25-30). De la misma manera
aquí, en estas extrañas palabras, Jesús ofreció esa alegría
vivida como alegría común, para todos. Esto son las
bienaventuranzas (Lc 6,20-23; Mt 5,1-12).
La parábola de la semilla de mostaza (Mc 4,30-32)
podría ayudar a percibir el sentido de las bienaventuranzas. Jesús
parece ver la semilla del Reino, que apenas tiene fuerza para crecer,
convertida ya en un árbol frondoso donde son recogidos los hijos de
Dios, en especial los más débiles y oprimidos. Presente y futuro se
funden en esta proclamación.
Pero para que esto sea perceptible, Jesús va a realizar
pequeños gestos donde, frente a la aparente negación actual de su
verdad, pueda verse la semilla del Reino en su futuro glorioso. Son
estos gestos de Jesús los que hacen reales las bienaventuranzas:
cuando uno se sentía inmerecida y gratuitamente por Jesús, cuando
alguien sentía que a su lado recobraba la dignidad perdida o robada,
cuando los excluidos encontraban sitio en su mesa, cuando alguien era
liberado del peso de sus dolencias por una curación o al contacto
con Jesús era definido como puro para el trato con Dios y con los
otros pese a su situación física o moral... entonces éstos sabían
que habían sido injertados en el tronco de la vida feliz, de la
bienaventuranza de Dios. Los otros, los que no participaron de estos
gestos o no los recibían con fe, no podían entender y quizá las
bienaventuranzas les sonaran a una broma de mal gusto de los
satisfechos, de aquellos a los que simplemente les va bien en sus
tratos con la injusticia (Salmo 123, 3-4) [Como apareció en aquella
terrible bienvenida al campo de Auschwitz-Birkenan: 'El trabajo
hace libre'].
Cuando Jesús dice 'bienaventurados los pobres, los
que lloran, los que tienen hambre...' no está definiendo el
actual estado de cosas, como diciendo: '¡qué bien que seáis
pobres!' Son bienaventurados porque en la acción de Jesús están
siendo hechos partícipes de los bienes de la creación y así
saciados, porque en él encuentran abiertas las puertas del consuelo,
porque en él son acogidos por aquel rey bueno que esperó siempre
Israel (Salmo 72) y que ahora es Dios mismo que en Jesús acoge a su
lado a los pequeños para hacerlos sentar a su mesa.
Las bienaventuranzas van entonces a la par que la
transformación del mundo, por eso quien no entra en su dinámica,
quien no ofrece pan a los pobres, no consuela a los que lloran o
levanta la causa de su tristeza, quien no abandona la violencia,
quien no vive la misericordia... queda fuera del Reino, como hace
saber Lucas cuando, después de las bienaventuranzas, sitúa los ayes
de Jesús sobre los insensibles (Lc 6,24-26).
Para algunos, las bienaventuranzas no necesitan muchas
explicaciones, pues son evidentes al contacto con Jesús que da a luz
la alegría en lo profundo de su corazón; para otros, sin embargo,
suponen resituarse para participar de esta alegría que trae el Reino
que llega. Éstos tendrán que abandonar los juicios inmisericordes,
los prejuicios que no dejan al corazón ver con limpieza la novedad
de Dios, las injusticias y las violencias que crean llanto... Puede
ser entonces que las bienaventuranzas sean piedra de tropiezo para
algunos, escándalo porque viven en un mundo que no quieren perder de
ninguna manera (Lc 7,22-23).
Sólo una cosa más. Sin la resurrección todo este
discurso se agosta bajo el sol de la historia humana. Si Jesús no
resucita, sus gestos quedarán sepultados con su mismo cuerpo. Si él
mismo no es acogido en la eternidad viva de Dios, sus
bienaventuranzas mueren como brotes de almendro que se hacen
infecundos por la helada. Las bienaventuranzas son tatuajes gestuales
del cuerpo de Jesús que mueren o viven con él. Son gestos que
adelanten un futuro que, si no existe, hace que las palabras pierdan
su verdad por ilusionantes que fueran. Por eso es en su resurrección
donde se convertirán en verdaderas definitivamente.
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
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