1. ¿POR QUÉ PREGUNTAR(SE) POR JESÚS?
Cuando preguntamos por alguien aceptamos el reto de
entrar en un mundo nuevo. Esa persona aparece ante nosotros
invitándonos a conocerla, a comprenderla, a reconocerla yendo más
allá de nuestro pequeño mundo. A medida que vamos conociendo datos
de su vida, la pregunta se vuelve hacia nosotros: «y
tú, ¿qué dices de mí?».
En el relato bíblico de los orígenes, el hombre debe
poner nombres a la realidad que va apareciendo ante sí (Gn 2,19).
Poner un nombre, decir con verdad qué es lo que tenemos delante o
quién es el que nos sale al encuentro es una obligación de vida.
Por ello es necesario respetar el valor de las cosas y personas en sí
mismas y no sólo mirarlas desde lo que pueden ser y quiere uno que
sea para él. Sabemos que podemos dar nombres falsos, decir las cosas
con error o con mentira y así crear mundo irreales o perversos. Por
eso, cada día hemos de vivir con los ojos abiertos y la humildad de
quien acepta que la realidad está habitada por una grandeza mayor
que nuestras palabras y definiciones, y que preguntar es abrir las
puertas para que esta grandeza vaya mostrándose y enriqueciéndonos
cada día más.
En este sentido, la pregunta por Jesús debería formar
parte de nuestras reflexiones culturales. No se puede pasear por las
calles de nuestras ciudades sin encontrar huellas de su nombre, de su
herencia, de su paso. No se pueden leer los libros de nuestras
bibliotecas sin encontrar referencias a su vida y a sus palabras,
aunque a veces ya no se reconozcan. No se puede contemplar el arte de
nuestra historia sin toparse con su cuerpo representado en mil formas
diferentes. No podemos entrar en nuestro interior sin descubrir
cercana o lejana, buscada o no su presencia esté viva o muerta.
Quizá en los días de este nuevo siglo su imagen aparezca como
aquellos restos arqueológicos cubiertos por las soberbias
construcciones humanas, pero ahí está en el subsuelo de nuestra
cultura y de nuestra vida.
Jesús vive, por tanto, como un permanente 'rumor'
que busca quien pregunte por él para decir su verdad en un diálogo
amistoso. Vive como 'imagen' que busca una retina que se fije
con paciencia y aprecie la belleza escondida de su rostro. Vive como
'extraño compañero' que busca un corazón que reconozca el
anhelo de vida que le habita y quiera aceptar un poco de agua viva en
las fuentes de su ser.
Y esto vale para los creyentes que le conocen y que, sin
embargo, deben preguntarse si no lo han apresado en sus inercias de
vida deformando si íntimo misterio. Y vale para los que ya no creen,
que pueden preguntarse si lo que abandonaron no fue simplemente una
caricatura. Y vale igualmente para los que le rechazan porque en la
lucha contra él pueden ser vencidos por la luminosidad de su verdad.
Preguntarse por Jesús es preguntar por su historia
antes que por nuestros sentimientos frente a él, es dejarse
acompañar por sus palabras y sus gestos, por su acción y su pasión,
y dejarse interrogar por lo descubierto. Preguntarse por Jesús es
preguntar también por qué tantos le han entregado su vida, por qué
tantos le han perseguido, quién es éste que ha centrado la
historia con su nacimiento, cuál es el misterio de su persona.
Finalmente, tendríamos que decir que preguntar por
Jesús será dejar que nuestras preguntas sobre él pasen a ser
preguntas sobre nosotros mismos frente a él.
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
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