7. ¿CÓMO Y DÓNDE INICIÓ JESÚS SU ACTIVIDAD
PÚBLICA?
Parece que Jesús inició su andadura pública en
entorno de Juan el Bautista, así lo afirman los cuatro evangelios.
Éste se había retirado al desierto para anunciar la llegada del
Reino de Dios, de su soberanía final sobre todos los poderes. Por
tanto de su juicio último, y ofrecía a los israelitas la última
oportunidad de convertirse antes de que éste se hiciera presente.
Dios tenía que culminar la obra que había puesto en marcha al crear
el mundo y elegir un pueblo, debía revelar lo escondido a los
corazones, hacer justicia a los oprimidos, aniquilar el poder del mal
y echar al fuego la cizaña de la historia. Ahora los israelitas
estaban convocados por Juan a reconocer la verdad de su pecado y
arrepentirse. Tenían todavía un tiempo de gracia otorgado por Dios
para renovar su fe y su vida. El signo de esta conversión era el
bautismo, al que se entregaban de manos de Juan. Después sólo
quedaría la soberanía de Dios, que no admite el pecado en su
presencia.
Jesús participa de este ambiente de espera inminente
del Reino de Dios. Se sitúa entre todos aquellos que saben reconocer
su pecado y entran en el agua del perdón como signo de que Dios debe
purificarles y hacer de ellos hombres nuevos (Salmo 51). A los
primeros cristianos les costará comprender esto. ¿Por qué -se
preguntarán- el Justo, el Señor, el Hijo participó en este rito de
purificación? ¿Acaso lo necesitaba? Tendrán que aprender a mirar
desde el final de su vida y reconocer cómo Jesús, el Justo, asumió
en su mismo cuerpo el peso de la historia de pecado para acompañarnos
y guiarnos desde ella, incluso si suponía ser considerado pecador él
mismo. Tendrá que reconocer que el Cristo de Dios no repudiaba
mezclarse con los pecadores para hacerles sentir la misericordia de
Dios. Tendrán que descubrir que el Hijo entró en los infiernos de
la condición humana para buscarnos, 'pasando por uno de tantos',
rebajándose para mostrar que Dios nunca estará ya lejano.
En un determinado momento, sin embargo, Jesús dio un
giro y comenzó a predicar, con una pasión y autoridad inusitada que
este Reino alboreaba, que estaba a las puertas, que ya asomaba y que
se le podía percibir en pequeños brotes de vida aparecían en sus
propias acciones. Alzó la voz y dijo: 'El Reino de Dios está
cerca, convertíos y creed en el Evangelio' (Mc 1,14-15).
Evangelio, buena noticia; pero, ¿cuál era la buena nueva?, ¿no
habría más bien que tener miedo del juicio que llegaba? ¿Por qué
era una buena noticia si pillaba a casi todos a pie cambiado, sin
todavía una vida suficientemente justa? Jesús no se dirigirá sólo
a los que ya estaban preparados, sino a todos. Quería congregar a
todo el pueblo recogiendo especialmente a las ovejas perdidas de
Israel, a los pecadores. Porque el Reino que llegaba con él no traía
exclusivamente una sentencia sobre la realidad tal cual era, sino más
bien la fuerza para renovar el mundo, para convertir a los pecadores
y sanar a los enfermos. El Reino de Dios coincidía con una acción
de Dios que no era única ni principalmente punitiva, sino, sobre
todo, recreadora, que ponía las condiciones para que el hombre
pudiera ser lo que Dios siempre quiso que fuera, aquel que participa
de su gloria.
Jesús realizó el anuncio del Reino con obras y
palabras a lo largo y ancho de los pueblos y aldeas de Galilea, sobre
todo en los alrededores del lago de Genesaret. Lo central de su
anuncio era la posibilidad concreta de participar de manera gratuita
en ese Reino que asomaba en él. No se podía ganar el Reino, había
que acogerlo como un niño (Mc 10,15), era un espacio abierto por
Dios mismo en medio de la historia a través de las acciones de
Jesús.
Este Reino quedaba definido en Jesús por su apertura
máxima: cambian los justos y los pecadores, cambian los integrados
socialmente y los marginados, cambian los sabios y los no
entendidos... pero siempre y sólo si aceptaban que era la
misericordia de Dios la que los reunía en una fraternidad nueva
alrededor de Jesús. Aparecía así el juicio de Dios, pero en una
forma inesperada. Juicio de misericordia porque Dios conoce hasta qué
punto el hombre está esclavo del pecado y de su fragilidad. Aparece
un juicio que se realiza sobre todo contra la soberbia de aquellos
que no querían reconocer que sólo Dios puede dar la salvación y
que puede darla con una gratuidad renovadora. Que juzga sobre lo que
divide y separa a los hombres condenándolo, porque no quiere que se
pierda nadie y busca que todos se reúnan en fraternidad alrededor de
su mesa. Se trata de un juicio que sin justificar el mal, buscaba
desarmarlo por sobreexceso de bondad.
Ésta es la característica del Reino que Jesús
anuncia. Otros habían hablado también del Reino de Dios, pero Jesús
abre sus puertas con una justicia nueva que deja espacio a todos, y
este 'todos' significa en el que hay espacio para los que de antemano
estaban excluidos. Con su misma presencia, en sus mismas acciones y
palabras, daba a luz en la historia este Reino-niño que quería
crecer ensanchando el cuerpo de la familia humana con la acogida y
reconciliación de todos.
Sinagogas, casas particulares, espacios abiertos
(plazas, descampados, embarcaderos...) serán los lugares de su
convocatoria, anuncio y actuación. Jesús enseña a mirar con ojos
nuevos, a sentir con un nuevo corazón, a pensar con una mente
renovada, a confiar más allá de las justicias humanas. Y esto
porque Dios ha decidido (según su misterio insondable) que ahora es
el tiempo de la gracia (Lc 4, 16-21).
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
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