viernes, 11 de enero de 2019

JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 7


7. ¿CÓMO Y DÓNDE INICIÓ JESÚS SU ACTIVIDAD PÚBLICA?

Parece que Jesús inició su andadura pública en entorno de Juan el Bautista, así lo afirman los cuatro evangelios. Éste se había retirado al desierto para anunciar la llegada del Reino de Dios, de su soberanía final sobre todos los poderes. Por tanto de su juicio último, y ofrecía a los israelitas la última oportunidad de convertirse antes de que éste se hiciera presente. Dios tenía que culminar la obra que había puesto en marcha al crear el mundo y elegir un pueblo, debía revelar lo escondido a los corazones, hacer justicia a los oprimidos, aniquilar el poder del mal y echar al fuego la cizaña de la historia. Ahora los israelitas estaban convocados por Juan a reconocer la verdad de su pecado y arrepentirse. Tenían todavía un tiempo de gracia otorgado por Dios para renovar su fe y su vida. El signo de esta conversión era el bautismo, al que se entregaban de manos de Juan. Después sólo quedaría la soberanía de Dios, que no admite el pecado en su presencia.
Jesús participa de este ambiente de espera inminente del Reino de Dios. Se sitúa entre todos aquellos que saben reconocer su pecado y entran en el agua del perdón como signo de que Dios debe purificarles y hacer de ellos hombres nuevos (Salmo 51). A los primeros cristianos les costará comprender esto. ¿Por qué -se preguntarán- el Justo, el Señor, el Hijo participó en este rito de purificación? ¿Acaso lo necesitaba? Tendrán que aprender a mirar desde el final de su vida y reconocer cómo Jesús, el Justo, asumió en su mismo cuerpo el peso de la historia de pecado para acompañarnos y guiarnos desde ella, incluso si suponía ser considerado pecador él mismo. Tendrá que reconocer que el Cristo de Dios no repudiaba mezclarse con los pecadores para hacerles sentir la misericordia de Dios. Tendrán que descubrir que el Hijo entró en los infiernos de la condición humana para buscarnos, 'pasando por uno de tantos', rebajándose para mostrar que Dios nunca estará ya lejano.
En un determinado momento, sin embargo, Jesús dio un giro y comenzó a predicar, con una pasión y autoridad inusitada que este Reino alboreaba, que estaba a las puertas, que ya asomaba y que se le podía percibir en pequeños brotes de vida aparecían en sus propias acciones. Alzó la voz y dijo: 'El Reino de Dios está cerca, convertíos y creed en el Evangelio' (Mc 1,14-15). Evangelio, buena noticia; pero, ¿cuál era la buena nueva?, ¿no habría más bien que tener miedo del juicio que llegaba? ¿Por qué era una buena noticia si pillaba a casi todos a pie cambiado, sin todavía una vida suficientemente justa? Jesús no se dirigirá sólo a los que ya estaban preparados, sino a todos. Quería congregar a todo el pueblo recogiendo especialmente a las ovejas perdidas de Israel, a los pecadores. Porque el Reino que llegaba con él no traía exclusivamente una sentencia sobre la realidad tal cual era, sino más bien la fuerza para renovar el mundo, para convertir a los pecadores y sanar a los enfermos. El Reino de Dios coincidía con una acción de Dios que no era única ni principalmente punitiva, sino, sobre todo, recreadora, que ponía las condiciones para que el hombre pudiera ser lo que Dios siempre quiso que fuera, aquel que participa de su gloria.
Jesús realizó el anuncio del Reino con obras y palabras a lo largo y ancho de los pueblos y aldeas de Galilea, sobre todo en los alrededores del lago de Genesaret. Lo central de su anuncio era la posibilidad concreta de participar de manera gratuita en ese Reino que asomaba en él. No se podía ganar el Reino, había que acogerlo como un niño (Mc 10,15), era un espacio abierto por Dios mismo en medio de la historia a través de las acciones de Jesús.
Este Reino quedaba definido en Jesús por su apertura máxima: cambian los justos y los pecadores, cambian los integrados socialmente y los marginados, cambian los sabios y los no entendidos... pero siempre y sólo si aceptaban que era la misericordia de Dios la que los reunía en una fraternidad nueva alrededor de Jesús. Aparecía así el juicio de Dios, pero en una forma inesperada. Juicio de misericordia porque Dios conoce hasta qué punto el hombre está esclavo del pecado y de su fragilidad. Aparece un juicio que se realiza sobre todo contra la soberbia de aquellos que no querían reconocer que sólo Dios puede dar la salvación y que puede darla con una gratuidad renovadora. Que juzga sobre lo que divide y separa a los hombres condenándolo, porque no quiere que se pierda nadie y busca que todos se reúnan en fraternidad alrededor de su mesa. Se trata de un juicio que sin justificar el mal, buscaba desarmarlo por sobreexceso de bondad.
Ésta es la característica del Reino que Jesús anuncia. Otros habían hablado también del Reino de Dios, pero Jesús abre sus puertas con una justicia nueva que deja espacio a todos, y este 'todos' significa en el que hay espacio para los que de antemano estaban excluidos. Con su misma presencia, en sus mismas acciones y palabras, daba a luz en la historia este Reino-niño que quería crecer ensanchando el cuerpo de la familia humana con la acogida y reconciliación de todos.
Sinagogas, casas particulares, espacios abiertos (plazas, descampados, embarcaderos...) serán los lugares de su convocatoria, anuncio y actuación. Jesús enseña a mirar con ojos nuevos, a sentir con un nuevo corazón, a pensar con una mente renovada, a confiar más allá de las justicias humanas. Y esto porque Dios ha decidido (según su misterio insondable) que ahora es el tiempo de la gracia (Lc 4, 16-21).

(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García Martínez. CCS)

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