13. ¿QUÉ SON LOS EXORCISMO DE JESÚS?
Los evangelios están llenos de referencias a Satán y a
los demonios. Si a una parte de nuestra sociedad esto le hace pensar
en historias para crédulos que no contienen ninguna verdad, hay que
decir que el tema es actual a la vista, por ejemplo, de la cantidad
de películas obre él y del éxito de algunas de ellas. En los
evangelios sinópticos (especialmente en Marcos), Jesús aparece
desde el principio en lucha contra Satán, tal y como queda
simbolizado en las tentaciones (Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13). En
el evangelio de Juan, Satán aparece como príncipe despótico de
este mundo (Jn 12,31). No se puede hacer como si el tema no estuviera
ahí; pero, ¿qué decir?
Desde siempre el hombre ha sabido, por experiencia, que
no dominaba enteramente su vida, que estaba sometido, más allá de
su voluntad y a veces en contra de ella, a poderes y fuerzas
autodestructivas, tanto a nivel individual como a nivel social. La
sospecha sobre los otros, incluso sobre los más cercanos; las
acusaciones compulsivas contra los demás que encubren nuestros
miedos o envidias; el odio a los semejantes y el enfrentamiento con
ellos incluso hasta su eliminación física... Todos estos dinamismos
sentidos como perversos por casi todas las culturas son, sin embargo,
justificados cuando son propios. El hombre es engañado y termina
aceptándolos como justos y necesarios. Algo parece dominar
negativamente lo humano del hombre y la mujer, y llevarlos a vivir no
sólo de lo que le da vida, sino también de lo que la degrada o la
destruye. Parece existir algo que se apropia de nuestra manera de
pensar, de sentir, de actuar, incluso de creer, que deforma el
impulso de la vida y del amor, de la armonía y de la paz que todos
parecemos anhelar. Algo se hace uno con nosotros y nos roba parte de
nuestra libertad y nuestro ser. Hay veces que esto aparece en forma
excesiva como en la perversidad violenta e insensible de algunos
hombres y mujeres, o en el sufrimiento humano que conllevan algunas
enfermedades mentales que vuelven al hombre o a la mujer contra sí
mismo o contra otros de manera irracional y destructiva.
Lo peor es que parece que no tenemos fuerzas para
arrancar esta forma parásita de existencia que nos habita y nos va
infectando la vida mientras, sin querer, la alimentamos con nuestras
acciones y pensamientos en una especie de círculo vicioso
laberíntico. Podríamos gritar con Pablo: '¿Quién me librará
de este cuerpo que es portador de muerte?' (Rm 7,24)
Nos atreveríamos a decir que en su origen último está
el miedo. Miedo a ser nada y no resistir la propia pequeñez en
confianza. La historia de Satán en el mundo es la historia de quien
ha sabido aprovechar el miedo del hombre cuando se veía frente al
abismo de sus límites: solo, hambriento, olvidado, sin poder o
relevancia, atacado por la muerte... Entonces algo parece ofrecer
fuerza y plenitud, compañía y sabiduría instantánea. Fausto es en
Europa el representante de este hombre miedoso que vende su alma al
diablo para hacerse fuerte y superar sus límites. Pero el diablo,
como bien ha visto el evangelista san Juan, es el padre de la
mentira, siempre engaña. Hace creer al hombre que podría vivir sin
límites por sí mismo, sin dolor, sin... sin muerte. Le hace creer
que podría hacerse Dios y así le impulsa incluso a asesinar (Jn
8,44). Pero Satán siempre aparece finalmente para cobrar sus
estipendios, que son nuestra propia perdición, ya que se alimenta de
nuestra propia degradación, de la muerte de nuestra humanidad. Su
personalización en el mundo coincide con nuestra deshumanización.
Jesús sabe que no están poseídos sólo los hombres
que han perdido su voluntad y se autodestruyen (Mc 5,1-20), sino toda
la sociedad que vive como hija de los consejos del miedo y la mentira
en vez de la fe (Jn 8,39-47). Jesús quiere librarnos de este engaño
que arruina nuestra vida y lo hace no dejando que Satán se adentre
en el interior de su corazón y parasite su vida. Su misma vida es
el espacio donde Satán pierde todos sus poderes. Lo hace además
arrancando al hombre de aquel miedo que lo despersonaliza. Pero,
¿cómo? Fundamentalmente mirándole como Dios le mira, haciendo
realmente cercana la presencia amorosa y acogedora de Dios y
posibilitando la confianza frente a una humanidad que enseña a
desconfiar y a vivir escondiéndose, mintiendo, acusando y agrediendo
siempre por miedo. Jesús hace libre al hombre pues lo libera del
miedo a morir. Sus exorcismos consisten en desvelar la mentira de
Satán, en mostrar cómo promete vida, pero sólo puede ofrecer
muerte.
Sólo la fe en Dios como fuente absoluta de vida,
también en situaciones de desierto (Lc 4,1-4), de muerte (Lc
4,9-12), de impotencia y pequeñez (Lc 4,8-12), de dolor, violencia y
limitación (Mc 14,33-36), hacen que el diablo no encuentre hogar en
la tierra y el hombre viva libre. Y es la presencia de Jesús que
vive sólo de su radicación en el Padre y de su aliento vivificante,
el que nos puede liberar de la mentira que desde tan adentro nos
domina. Cristo, que no se dejó habitar por la desconfianza ni
siquiera en el último ataque de Satán en la cruz, se convierte en
nuestro refugio para creer que también en tiempos difíciles nuestra
debilidad de su mano puede hacerse fuerte (2Cor 12,7-10). El poder
del diablo se desvanece y el hombre es exorcizado radicalmente.
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
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