16. ¿POR QUÉ Y QUIENES MATARON A JESÚS?
No deja de extrañar que alguien que pasó según la
fórmula de los Hechos de los Apóstoles, 'haciendo el bien y
curando a los oprimidos por el diablo', fuera eliminado con tal
saña por parte de unos y en medio de tal silencio cobarde por parte
de otros.
Sin embargo, nada nuevo sucede en el mundo con esta
muerte como puede descubrir quien eche la vista atrás y relea, por
ejemplo, algunos textos del AT referentes a la figura del justo
sufriente (Sab 2,10-20). Y es que en un mundo que tiene apaños con
el mal nunca es bien recibida una palabra de justicia. En un mundo
que tiene cadáveres que esconder nunca es bienvenida la luz y la
verdad. En un mundo que gira en torno a sí mismo, nunca es aceptada
una palabra que pone en entredicho las verdades estrechas con las que
el hombre se encadena para vivir tranquilo.
La vida que trae palabras de verdad muestra las mentiras
que habitan en el corazón del hombre. Las acciones del que acoge a
los hombres expulsados y marginados de la sociedad revelan la
injusticia que habita en el corazón de las leyes y las relaciones.
La presencia de quien no se deja comprar con halagos, poder o dinero
pone en evidencia cómo el mundo se vende para encontrar un poco de
paz, aunque ésta sea falsa. Los demonios que habitan el alma del
endemoniado de Gerasa, aquellos a los que les gustaba vivir en las
regiones inmundas de lo social, los cerdos (Mc 5,1ss), aquellos que
viven con traje de domingo por las vías principales de la ciudad
mientras a las afueras se destruye lo humano y a los humanos, ésos
gritaron a Jesús: “¿Qué tenemos que ver contigo, has venido a
destruirnos?” (Mc 1,24), y empezaron a tramar un plan para
sobrevivir.
Esta es la razón del rechazo de Jesús. Su bondad era
habitualmente provocadora. Su forma de vida llamaba a arrancarse de
las ataduras del mal que muchas veces estaban no sólo escondidas,
sino aceptadas socialmente a través de tradiciones y leyes incluso
religiosas.
Las discusiones con los maestros de la Ley, con los
fariseos y finalmente con los sacerdotes y saduceos muestran que
incluso aquellos que buscaban la justicia de Dios y que son sus
representantes, demasiadas veces quedan engañados por una estrechez
de mente o de corazón en la que el pecado se hace fuerte. Por otra
parte, el silencio y la falta de defensa de Jesús por parte de
aquellos que fueron acogidos, perdonados, curados, bendecidos,
renovados, alentados, consolados... refleja el peso del miedo en una
sociedad que apenas consiente la disidencia y que ha creado formas de
hacer creer que lo aprobado por el orden social es lo bueno y que si
no lo es más vale permanecer callado no exponiendo los pequeños
reductos de vida que podrían ser destruidos por los poderosos. En
este sentido, detrás de la muerte de Jesús no están sólo los
pecados de algunos, sino el pecado que habita y domina el mundo.
Éste es el trasfondo general, aunque la condena de
Jesús se concretó a través de unos hechos precisos, si bien no
determinables en todos sus detalles. No se trató solamente de un
acontecimiento en el que la maldad de algunos hombres se ejerciera
contra Jesús con conciencia clara y precisa de la maldad
realizada. Aunque esto no se descarte, las cosas son más
complicadas, ya que el mal que hacemos se nos presenta habitualmente
con justificaciones creíbles y razonables.
Frente a Jesús, los dirigentes se hicieron estas
preguntas: ¿cómo aceptar la acogida indiscriminada de pecadores sin
que esto signifique la anulación del sistema moral que sostiene la
sociedad? Si se les acoge y perdona antes de que den señales
concretas de arrepentimiento, ¿vale para algo la virtud moral
personal en la sociedad y delante de Dios? ¿De qué vale la Ley de
Dios que nos hace justos ante Él? Los maestros de la Ley y los
fariseos no podían aceptar esto. Por otra parte, si Jesús se
convertía en el lugar donde se podía experimentar la misericordia y
el perdón definitivo de Dios, ¿de qué servía el templo y los
sacrificios que se practicaban en él? Los sacerdotes y los saduceos
iniciaron el contraataque: ¿quién eres tú que crees que puedes
destruir los cimientos de nuestra sociedad?, ¿con qué autoridad
actúas? (Jn 2,18). Además, a los procuradores romanos no les
gustaban demasiado los líderes que pudieran llenar la cabeza y el
corazón del pueblo con la esperanza de mundos distintos al del orden
imperial. Ya antes de Jesús alguno había pagado por ello con su
vida. El sistema debía permanecer.
Por eso, Jesús contempló cómo los fariseos y los
maestros de la Ley mayoritariamente le dieron la espalda. Los
sacerdotes tramaron un complot para eliminarlo y el procurador romano
no tuvo reparo en entrar en un juego que también a él le reportaba
beneficios, poniendo la violencia al servicio de un orden que parecía
interesar a todos los que vivían satisfechos en él. Podríamos
utilizar una frase de Caifás modificando una palabra: 'Vosotros no
sabéis nada, ni caéis en la cuenta de que os conviene que muera uno
solo por el orden (pueblo) y no perezca toda la nación' (Jn 11,50).
Sin embargo, Jesús había ofrecido la presencia misma
de Dios con su persona. Sabía, por tanto, que en su acogida o
rechazo el pueblo acogía o rechazaba a Dios mismo. Por eso, cuando
llegó su rechazo, expulsión y asesinato lo que quedó claro para
Jesús es que Dios mismo no tenía lugar en este mundo donde, como
dirá san Juan, Satán es el príncipe y defiende su reino con
engaños y homicidios. En esta situación, ¿podría Jesús hacer
algo más de lo que había hecho? ¿Serviría su muerte para algo?
Sigamos adelante.
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
No hay comentarios:
Publicar un comentario