viernes, 11 de enero de 2019

JESÚS EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 2


2. ¿DÓNDE PODEMOS ENCONTRAR A JESÚS?

Como hemos dicho, sus huellas se esparcen por todos los rincones de nuestra vida: los exteriores sociales y los interiores personales. Pero, ¿encontramos en algún sitio una imagen concreta, asequible y veraz de su persona? Los textos del Nuevo Testamento, en especial los evangelios, nos ofrecen esta imagen. En ellos se nos presenta la figura de Jesús. No en forma de reportaje periodístico, ni como una crónica histórica que apunte cada paso y cada lugar, cada día y cada acción, sino como testimonio de aquellos que habiendo compartido vida con él, recogen los recuerdos e impresiones, las palabras y las acciones que hicieron imborrable su persona, y los ordenan intentando mostrar su lógica y su sentido a partir del final, cuando ya está todo dicho y hecho. Tenemos allí el testimonio de quienes no sólo fueron fríos espectadores de hechos vistos en su exterioridad, sino el de los elegidos por Jesús para conocer el corazón de su vida, sus intenciones y su misión, y compartirla. Son éstos los que contaron, los que tras su muerte pusieron en circulación la historia de Jesús. Conociendo los hechos y el espíritu que los habitaba, los narraron según su propio carácter, perspectiva y situación. Así, poco a poco, la figura de Jesús fue apareciendo con múltiples retratos como podemos apreciar en los relatos de los cuatro evangelistas.
Algunos han puesto en duda la verdad histórica de estos relatos debido a que a veces parecen excesivos en sus afirmaciones, increíbles en sus narraciones, contradictorios entre sí o demasiado adaptados a la vida de las comunidades posteriores. Incluso han llegado a hablar de la vida de Jesús como un invento total, pero una y otra vez en los especialistas vuelve a aparecer la confianza en la veracidad global de los evangelios. No aquella credulidad fundamentalista de los que se encierran en sus prejuicios sin querer escuchar las críticas, sino la de quien acepta los retos y provocaciones, y busca más hondo. Si a lo largo de los dos últimos siglos se ha puesto en duda casi todo de la vida de Jesús, hoy los mismos investigadores miran con una confianza renovada. Podemos descubrir -nos dicen- la figura histórica de Jesús en esos textos, aunque haya que aceptar que presentan una historia envuelta en la fe de los que le siguieron. A los que vieron, oyeron y tocaron no les importó añadir datos, transformar alguno de ellos, recomponer situaciones para expresar la verdad honda de lo que habían vivido, para ofrecer una imagen exterior de lo que sucedía en el interior de Jesús y de sus relaciones, para dejar constancia de lo que ellos habían comprendido: que en Jesús Dios mismo había visitado la historia de los hombres.
Dos datos nos invitan a la confianza global en la fidelidad de estos relatos a la historia de Jesús. El primero es la investigación histórica de los últimos siglos. De ningún otro texto religioso se han puesto en duda con críticas tan radicales la verdad de su protagonista y, sin embargo, la misma investigación reconoce la fuerza con que se sostiene y se levanta frente a toda crítica la figura de Jesús allí presentada. Para ello, eso sí, ha de rechazarse una lectura fundamentalista que pretendiera que cada afirmación evangélica corresponda a un dato históricamente concreto de la vida de Jesús. Quizá podamos decir que los que han dado por muerto el texto evangélico como ámbito de conocimiento histórico, le han visto recobrar la vida al paso de una generación. El segundo es que hoy podemos encontrar testigos que nos dicen con su vida que el Jesús de los evangelios es real. Testigos que son capaces de entregar la vida entera para dejarse habitar por el Jesús allí ofrecido y que así hacen presentes sus sentimientos y palabras, sus gestos y su misión. Ellos, como Andrés a su hermano, nos dicen: “Hemos encontrado...” (Jn 1,41). Y nosotros, como ellos, podemos acercarnos y ver pasar su figura de lejos o de cerca, actualizándola y confiándonos a ella.
Jesús acepta ser sólo una figura histórica que nos ayuda a pensar nuestra humanidad, pero busca ser un hermano, un amigo con el que descubramos el gran misterio de la vida que no es sino el amor de carne y hueso, de barro y Espíritu de Dios para con nosotros. Para ello se nos presenta como un hombre de la historia, personaje pasado que aparece en la carne de las palabras evangélicas que pueden ser hojeadas al ritmo de cada cual.

(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García Martínez. CCS)

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