jueves, 10 de enero de 2019

JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 17


17. ¿QUÉ HIZO JESÚS CUANDO SINTIÓ LA AMENAZA DE LA MUERTE?

En un momento dado, en medio de la subida última a Jerusalén para celebrar la Pascua, Jesús siente que aunque sigue rodeado de un buen número de seguidores y admiradores, su misión no está siendo acogida por el pueblo que no comprende o no acepta el reto que él le plantea, interpretando su presencia como la de un benefactor más del cielo para los problemas de la vida: salud, pan... Por otro lado, los dirigentes han rechazado sus gestos más importantes (la apertura de mesa, la curación en sábado...) y discuten su autoridad, poniendo en entredicho su proveniencia de Dios.
El Evangelio nos habla del llanto de Jesús ante Jerusalén. Se trata del mismo llanto de Dios que como una gallina no ha podido reunir a sus polluelos para protegerles (Lc 13,34-35; Mt 23,37-39) y ve que están a punto de perecer en manos de los peligros que ellos mismos se han buscado. Jesús ha ido advirtiendo a los más cercanos de que será rechazado, pero ellos no se dan por enterados o no entienden (Mc 9,30-32), porque el movimiento exterior a su alrededor todavía no manifiesta con contundencia la presencia de la muerte que se está preparando.
En este contexto Jesús realiza dos gestos públicos solemnes: la entrada mesiánica en Jerusalén y la purificación del templo.
El primero fue entrar en Jerusalén montado en un burro entre aclamaciones mesiánicas. El gesto debió de ser bastante discreto y seguramente fue pensado para decir a los suyos: 'no os equivocáis', Dios llega en todo lo que habéis visto y oído en mí, y quiere entrar en el corazón del pueblo que le busca en esta ciudad. 'No desesperéis'.
El segundo fue escandaloso, Jesús interrumpió las actividades del templo no permitiendo el movimiento necesario para los ritos sacrificiales en un gesto de claras reminiscencias proféticas. Esto fue la gota que colmó la paciencia de los sacerdotes y aceleró el complot para eliminarlo. Seguramente Jesús pretendió decir a su pueblo: 'os equivocáis', ni en este, ni en el de Garizín, ni en ningún templo construido por hombres, sino sólo en el Espíritu de Dios que habéis podido contemplar en mis obras y palabras, se da culto a Dios. 'Convertíos'.
Pero ni los que le aclamaron como hijo de David en su entrada triunfal en Jerusalén resistieron en esperanza ante la figura dramática de un Mesías crucificado, ni los invitados al nuevo templo se convirtieron ante la nueva y definitiva presencia de Dios.
Mientras tanto, y antes de que le fuera arrebatado a Jesús el poder de hacer o decir al ser atado por el poder de la tortura y de la muerte, Jesús presidió una cena sorprendente y densa de significado, que nunca se olvidaría (Mc 14, 22-25; 1 Cor 11,23-29). Todos tenían en mente en esos días la cena pascual. Dios les pedía que cada año hicieran memoria de que les había liberado adoptándoles como pueblo suyo, de que les había alimentado en el desierto mientras les llevaba a una tierra buena de abundancia y libertad. Sin embargo, cada año experimentaban que es atierra no terminaba de llegar y suplicaban a Dios su intervención.
En medio de este ambiente pascual Jesús interrumpió la cena y, con una autoridad que ellos ya conocían, tomó el pan, dio gracias, lo repartió entre ellos y pronunció unas palabras que han sido recordadas fielmente por los suyos: 'Tomad, comed, esto es mi cuerpo entregado'. Con este gesto, marcaba su propio cuerpo con la acción de gracias a Dios como diciendo: Tú me lo has dado todo y he aquí que lo reconozco y agradecido lo entrego todo para que todos sepan que quieres alimentar su vida con la tuya. Los discípulos podían pensar en lo que habían vivido con él, en cómo su vida había consistido en darse a todos desde Dios, pero el gesto iba más lejos y no descubrieron su hondura hasta más tarde. Jesús estaba tatuando su cuerpo con este gesto para que, si fuera expoliado de su palabra y ultrajado como el de un bandido, los discípulos no vieran en él solamente un abandonado y confundido profeta, sino este pan que se entrega, esta vida que se da, este amor paciente que es el verdadero maná que abre la tierra prometida a Dios.
Luego tomó la copa de vino y repitió el gesto de dar a todos de su misma copa. 'Tomad, bebed, esta es mi sangre derramada'. Toda mi vida quería saciar vuestra sed con la alegría del vino de Dios. Esta vida dada que habéis visto entregarse, se derrama a hora como sello de alianza. Si veis mi cuerpo exangüe, recordad que ha sido entregado como derroche de amor para con vosotros, para que conozcáis el misterio de Dios (Ef 1,8): amor hasta el extremo, amor irrevocable, sembrado en la carne de la historia sin vuelta atrás. No tengáis miedo, beberemos la copa de su amor más allá de todo odio y toda muerte en su Reino (Mc 14,25).
Pero, ¿sirve de algo amar en tiempos de cólera, en medio del odio y la muerte? Con este gesto, realizado en compañía de sus discípulos más íntimos, definiría no sólo su vida sino su posible muerte antes de que llegara. La definía desde su confianza radical en Dios, su Padre, y la ofrecía definitivamente como sacramento de Dios y como momento culminante donde se decide quién tiene el poder en el mundo: si el miedo y la falta de fe que abren siempre las puertas al pecado, o la confianza y el amor que abre las puertas a la gloria misma de Dios en la tierra. Jesús, en nuestra misma humanidad, abrió estas puertas del cielo. Con él, comiendo y bebiendo su vida, se puede confiar. Y Dios no defrauda.

(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García Martínez. CCS)

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