11. SI JESÚS NO TENÍA MESA PROPIA, ¿CÓMO ES QUE
INVITABA A TODOS A COMER?
Uno de los espacios de actuación de Jesús más
importantes eran las comidas. Los evangelios están llenos de ellas.
Comidas con los que se habían confiado a él y comidas con los que
estaban a la expectativa, comidas con ricos e injustos y comidas con
pobres. Comidas con abundancia real y comidas con apenas un poco de
pan y pescado, comidas en casas particulares y comidas al aire libre
en el espacio de todos... ¿Era acaso un 'comilón y un borracho'
como dijeron algunos de sus enemigos (Mt 11,19; Lc 7,34)? Algunos
autores han afirmado que muchas de las palabras más importantes que
Jesús pronunció se dijeron en torno a charlas de sobremesa. ¿Por
qué?
Las comidas son siempre un lugar para reconocer quiénes
somos y cómo está organizada nuestra sociedad. En ellas se refleja
con quién nos relacionamos y con quien no, quién está integrado y
quién está en los márgenes, quién está mejor considerado y quien
simplemente está, sin más... Ya los profetas habían utilizado este
signo para hablar de Dios y de la vida y la sociedad que él quería.
Jesús va a hacer de este acto social un símbolo de su misión, un acto de evangelización, de proclamación del Reino. Un lugar para
decir quién y cómo es Dios y para expresar su presencia nueva. Si
el pueblo recordaba que Dios había dado 'el pan de cada día'
en el desierto sin que a nadie le faltara y sin que nadie pudiera
acumular (Éx 16,15-19), todos alimentados por Dios, Jesús va a
hacer de sus comidas un espacio donde este Dios no sólo dé el pan
cotidiano a todos, sino donde prometa para ellos que la mesa final
será sobreabundante. Sobreabundancia y amplitud social definen las
comidas de Jesús con sus paisanos.
Él acepta ser alimentado, vivir de la generosidad de
todos. Durante su ministerio se sostiene por la ayuda de algunos
amigos y seguidores (hombres y mujeres), acepta ser invitado a mesas
con sus propias reglas como las de los fariseos, o se autoinvita a
mesas puestas y nacidas de la injusticia (Zaqueo), pero lo
significativo es que siempre se hace con el puesto de anfitrión sin
dejar que nadie defina cómo debe ser la mesa donde él está
sentado, ni siquiera el dueño de la mesa. Lo verdaderamente
sorprendente es que los que invitan o participan van a quedar
definidos por la forma en que Jesús actúe en esa mesa y no por las
convenciones previas que les habían reunido. Estas comidas de Jesús
tienen dos características básicas.
En primer lugar, a su lado es acogido todo el que quiera
sentarse. Se trata de una mesa radicalmente abierta. Nadie está
excluido: ni siquiera mujeres, niños, pobres, pecadores, marginados.
Tampoco ricos, injustos y poderosos... Ahora bien, acto seguido hay
que decir que para permanecer en esa mesa han de aceptar que Jesús
resitúe sus vidas y que las convenciones sociales sean puestas en
crisis por una nueva lógica. Deben aceptar ser acogidos por una
misericordia de Dios que busca la reconciliación de todos sus hijos,
que busca sentar a todos en torno a sí y no sólo a unos pocos. Ya
no es sólo un Dios de misericordia para con los justos, ni sólo
para con los pecadores, ni sólo para con los pobres y despreciados,
ni sólo para con los bien-situados (ricos y sanos). Es un Dios cuya
justicia consiste en reunir, provocar reconocimientos, acogida,
perdón, solicitud mutua, alimentando al hombre con un amor
gratuitamente dado. Especialmente relevante en este tema es el relato
de la comida de Jesús en casa de Simón el leproso (Lc 7,36-49).
En segundo lugar, las meas donde Jesús se sienta
parecen tener siempre no sólo suficiente para todos, sino comida en
exceso. Lo que le es dado, la mesa en la que come lo recibido, se
transforma en una mesa donde todos pueden alimentarse de su mano. Así
Jesús se convierte en una especie de mediación o espacio donde los
bienes de la creación alimentan a todos sin agotarse, haciendo
presente simbólicamente aquel momento esperado donde Dios ofrecería
un banquete espléndido e inagotable a la humanidad (Is 25,6-8). En
todo caso este gesto depende de que los hombres acepten pasar sus
bienes, lo mismo que su posición social, por las manos de Jesús. De
no ser así, Jesús será percibido como un enemigo del orden
económico o social que se cierra en sí mismo, no sólo robando los
bienes de la creación y dejando a algunos en la miseria, sino
haciendo que se pudran, agotando su fecundidad (Sant 5,1-6).
Un gran acontecimiento concentró todas estas
experiencias y las simbolizó convirtiéndose en un rumor que fue
ensanchándose progresivamente: Jesús había dado de comer a una
multitud Él y sólo él, después de dar gracias a Dios, había
hecho que aquella solicitud de Dios por los pájaros del campo a los
cuales alimenta cada día (Mt 6,26) se convirtiera en milagro humano.
¿Quién sabe cómo fue en concreto? Lo que sí sabemos es que se
convirtió en un referente para definir la actividad de Jesús y que
luego con la resurrección fue ampliado en su sentido hasta
definirle a él como alimento o pan de vida (Jn 6).
Quizá podríamos resumir todo esto diciendo que la
palabra de Dios, palabra activa de misericordia gratuita y
generosidad suma, palabra que es alimento que da la vida verdadera,
alimentaba verdaderamente a través de la forma en que Jesús
presidía las comidas (Dt 8,3; Mt 4,3-4).
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
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