14. ¿POR QUÉ JESÚS ELIGIÓ DISCÍPULOS Y A CUÁNTOS
ELIGIÓ?
Más allá de la imagen que existe en nuestra mente de
un Jesús acompañado desde el principio por doce discípulos a los
que habría elegido nada más iniciar su actividad y que conservó
hasta el final como su círculo personal y único, los evangelios
presentan una realidad más matizada. Jesús quería poner en estado
de expectación receptiva a todos los miembros de su pueblo. Sabía
que el Reino de Dios estaba alboreando ya y que había que despertar
a todos para que prepararan las lámparas (Mt 25,5-7) y pudieran así
disfrutar de la llegada del Señor. Esto le llevó a compartir su
misión propia, la que sólo a él pertenecía, y elegir a algunos de
los “despiertos a primera hora” para que anunciaran con sus
mismas obras y palabras esta llegada inminente (Lc 10,1-11). Para
algunos quizá fue un encargo puntual o sólo en un lugar y tiempo
delimitado, a otros les pedía poner a su disposición su casa como
centro de actividades o como lugar de descanso o enseñanza (Lc
10,38-42), a otros les pedía un acompañamiento incondicional (Mc
3,14-15). Había entre sus seguidores hombres y mujeres (Lc 8,1-3).
Hombres y mujeres con la vida renovada, que habían sentido la
atracción de una palabra veraz, de unos gestos vivificadores o
incluso la liberación personal desde una vida perdida o anulada,
como por ejemplo María de Magdala (Lc 8,2). En cualquier caso la
iniciativa era siempre de Jesús. Él llamaba y uno debía decidir si
aceptaba la llamada.
Una cosa es clara: Jesús no era uno de esos que de
inicio dice 'si no lo hace uno mismo..., mejor es hacerlo que
mandarlo...,' lo cual dice muy poco de la confianza que depositan
en los demás. Desde el inicio compartió su misión aun sabiendo que
era suya propia, compartió su poder y su sabiduría, ofreció el
Reino no sólo con su presencia personal, sino también a través de
sus enviados (Lc 10,16. Algunos fueron elegidos como una pequeña
ciudad luminosa en medio de un mundo lleno de oscuridades (Mt
5,14-16). Por eso, se entregó a ellos con especial interés, no para
abandonar a los demás, sino para llegar a todos. Les enseñó y
alentó, les amó y corrigió como una presencia de señorío y
amistad especial para que su vida se llenara de lo necesario para
hacerse signo del Reino que Jesús traía consigo desde Dios.
En un momento determinado, un gesto tuvo especial
importancia para él: de entre sus seguidores consagró un grupo
especial a su alrededor, el grupo de los doce (Mc 3,13-19). Con este
gesto quería significar que ahora todas las tribus de Israel, es
decir, el pueblo entero, eran convocadas de nuevo por Dios para
renovar definitivamente la antigua alianza. Más aún, este gesto,
unido a las comidas abiertas de Jesús con los doce en torno a sí,
parecía mostrarse como signo de aquel final de la historia donde
Israel sería luz de las naciones y todos los pueblos subirían a
Jerusalén, al encuentro del Señor (Is 2,2-5). Mateo resumirá esta
idea cuando al final del Evangelio Jesús resucitado envíe a los
doce a todos los pueblos para anunciar que con su vida y muerte se ha
abierto el final de los tiempos y el amor de Dios ha sido derramado
sobre todos (Mt 28,18-20).
Una vez que se extienda la Iglesia y comiencen a formar
parte de ella los no judíos, el signo de los doce ya no será
necesario y perderá importancia, pero en el contexto de la fe
israelita en la que vive Jesús tuvo gran relevancia: hacía saber
que el Reino que llegaba buscaba acoger a todo el pueblo de Dios y no
sólo a una parte de él. Por otra parte, este grupo hará de puente
para siempre entre la historia de Jesús en un tiempo concreto y la
historia posterior de la Iglesia en todos los tiempos.
Hemos de decir igualmente que quienes acompañaron de
cerca a Jesús elegidos por Él para hacerles partícipes de su
Espíritu y enviarles a liberar a los hombres en su nombre, habrían
de pasar por la crisis de su muerte. Cuando Jesús les fue arrebatado
no supieron ser suyos, no supieron cómo resistir. Sólo al volver
Jesús como Señor vivificado y vivificador con la eternidad de Dios
en su misma carne y hacerles partícipes de su Espíritu, pudieron
los discípulos ser apóstoles, testigos llenos de fe y poder de vida
para todos. Sólo porque fueron enviados por Jesús durante su vida,
pudieron anunciar el Reino ya amanecido. Sólo porque él ya
resucitado renovó su elección con el don de su Espíritu, pudieron
hacerse testigos vivos del perdón renovador de Dios que salva el
mundo. Testigos de que en su resurrección el mundo y la vida se
estaban rehaciendo definitivamente en Dios.
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
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