viernes, 11 de enero de 2019

JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 3


3. ¿QUÉ APORTA LA IGLESIA PARA ENCONTRAR A JESÚS?

Hay que decir que no hay Jesús sin Iglesia. O mejor, que sin Iglesia Jesús se habría quedado enterrado entre las ruinas de la historia. Sin la Iglesia no podemos llegar a él ni siquiera como un personaje histórico con unos mínimos rasgos personales. Ya hemos dicho que son los evangelios los que nos ofrecen la figura de Jesús, pero estos textos han sido compuestos y conservados en la Iglesia para su propia vida. Son fruto de su misma existencia, que pone por escrito los recuerdos sagrados de los que vive y celebra como presentes en sus sacramentos. Bastaría decir, como ha afirmado algún estudioso, que ni los sacerdotes del templo, ni Pilato, ni los que le vieron y le dejaron pasar de largo nos ofrecen nada para llegar a él. Sólo los suyos, su Iglesia, quisieron unir a su presencia viva que sentían cercana la historia vivida con él en los caminos de Palestina. Historia en la que habían palpado la verdad y la bondad de Dios. Por otra parte, fue la Iglesia la que discernió entre historias fidedignas de Jesús que acogió y ofreció como vinculantes (los cuatro evangelios), y otras no aceptables porque deformaban la vida de Jesús o simplemente eran fruto de leyendas piadosas de buena voluntad (incluso si contenían algún dato histórico). Pero además de esta 'primera' Iglesia, la Iglesia 'actual' ofrece la posibilidad de convertir el encuentro con un personaje histórico en una relación viva con él. En ella las palabras sobre Jesús cobran aliento de vida, y el recuerdo de Jesús puede convertirse en relación personal con él.
Con la Iglesia y en la Iglesia podemos descubrir no sólo las palabras de Jesús sino su voz, no sólo su recuerdo sino su compañía, no sólo sus historias de humanidad nueva sino su Espíritu de renovación activa. Junto a los que le confiesan vivo podemos leer su historia y ver cómo se hace presente hoy. Es ésta la misión que Cristo encomendó a su Iglesia y, a pesar de sus errores, aquellos que consiguen superar el antiguo prejuicio (¿es que de Nazaret puede salir algo bueno?) podrán descubrir, en esta pequeña tierra nazarena que es la Iglesia, la buena noticia del Evangelio de Jesús.
La segunda generación de cristianos vio a Jesús de la mano de Pedro, de Felipe, de los primeros testigos... y fueron dichosos sin haber visto a Jesús (Jn 20,29). Jesús sigue atado a aquella promesa suya de no abandonarnos (Mt 28, 20) y, a través del texto evangélico y de sus discípulos que lo ofrecen con fe, sale al encuentro del hombre para proclamar de nuevo las bienaventuranzas.
Existe un antiguo relato en el que Felipe, uno de los apóstoles, es llevado por el Espíritu hasta el carruaje de un hombre que leía sobre Jesús sin llegar a comprender. Una vez allí, se hace invitar por él para, con paciencia y humildad, contarle la vieja historia de Jesús (Hch 8, 26-40). Ésta es la misión de la Iglesia. Sin ella desgraciadamente Jesús se va diluyendo entre las incomprensiones y los intereses de los hombres. Es Jesús mismo quien parece no querer darse a conocer si no es por los suyos, aunque tenga que aceptar que son sólo un pálido reflejo de su grandeza.

(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García Martínez. CCS)

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