jueves, 10 de enero de 2019

JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 21



21. ¿QUÉ SIGNIFICA QUE JESÚS ES EL SALVADOR DE LOS HOMBRES?

Si miramos el mundo y su vida cotidiana estaríamos tentados de decir que nada ha cambiado después de Jesús. A lo sumo -diríamos- Jesús fue un peldaño más en la humanización de la sociedad que, sin embargo, chocó con el poder de la violencia y de la muerte, y por tanto, dejó a la humanidad como siempre, sumida en la frustración y la desesperanza. ¿Se puede decir entonces que hemos sido salvados por Jesús? ¿De qué? ¿Es compatible la salvación con este estado de mediocridad, fracaso y sufrimiento en el que vive la humanidad? O dicho de otra forma, ¿hay salvación cuando todavía estamos desterrados en este 'valle de lágrimas', como afirma el pueblo de Dios al rezar la salve?
Los discípulos de Jesús sólo le reconocieron como Señor definitivo cuando descubrieron que, efectivamente, estos poderes habían sido vencidos, pero ¿qué significa esto?, ¿dónde y cómo han sido vencidos? En la cruz de Jesús los vieron hacerse fuertes. Vieron como la muerte se imponía, el odio acusaba, enfrentaba y aniquilaba, sintieron que la esperanza contemplándolo desfallecía, la fe se desfondaba y la existencia se desvitalizaba.
En este contexto, sin embargo, la resurrección de Jesús aparece como un punto de inflexión. En ella la muerte, el odio y la desesperanza pierden la guerra.
Con la resurrección, 'la muerte' es superada desde dentro. Con la resurrección, la muerte no simplemente se retrasa unos meses o unos años, sino que queda convertida en un difícil cáliz que beber, pero que no envenena la vida aniquilándola, pues aparece muerta en Jesús, sin poder definitivo sobre él. San Pablo, al hablar de la resurrección de Jesús, dirá: “Muerte, ¿dónde está tu victoria?” (Rm 15,55). Y la comunidad cristiana con el tiempo cantará: “Lucharon vida y muerte / en singular batalla / y, muerto el que es la Vida, / triunfante se levanta” (Secuencia del día de Pascua). Si se pudiera poner un ejemplo simplón, diríamos que una vez abierto un boquete en el muro que encerraba nuestra vida en la mortalidad, éste permite pasar a todos haciéndose cada vez más grande hasta arruinar el mismo muro. Esto es lo que ha hecho Cristo con la muerte en su resurrección.
'El odio y la violencia' que desde los albores de la historia enfrentan a los hombres en un círculo infernal, encuentran en la misericordia de Cristo resucitado un lugar de regeneración. Al volver a los discípulos y renovar su confianza en ellos tras su abandono masivo, sentirán que Dios en Cristo se sobrepone al mal a fuerza de bien. Al enviarlos a ofrecer el Evangelio a quienes lo rechazaron, descubrirán la pasión renovadora de Cristo por arrancar al hombre de su desconfianza y de sus odios a fuerza de amor. Es el perdón dado por Dios en Cristo muerto y resucitado el lugar de inicio de la nueva humanidad salvada (2Cor 5,19-20). Ante esta víctima, el hombre no tiene que temer como Caín y convertir su temor en una violencia autoprotectora, sino que puede reencontrarse con el amor originario de Dios que le invita a reconciliarse con su origen amoroso, vivir de él y crear la fraternidad de los hijos de Dios.
'La desesperanza' humana nacida al contacto con el peso de la fragilidad del cuerpo mortal del hombre y del mal que le arremete de continuo, es iluminada por Dios al resucitar a su Hijo. Él se convierte en fuente de luz para todo oscuro sepulcro de la historia al presentar en su cuerpo luminoso un futuro glorioso para quien se confía a él (Rm 6,8-11).
De esta manera, se desfataliza la historia y el hombre se ve liberado de los poderes antihumanos del mundo que apresan su corazón angustiándolo y convirtiéndolo en una fuente de sospechas, acusaciones y violencias. “Dios que nos ama -dirá san Pablo- hará que salgamos victoriosos de todas las pruebas. Y estoy seguro de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes de cualquier clase, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8,37-39). Al contacto con Cristo resucitado, que muestra su historia de fe, amor y esperanza en Dios como acontecimiento de victoria consumada, el hombre alcanza la libertad, pues ya nada ni nadie puede esclavizar a quien se sabe amado e injertado en Cristo, verdadero árbol de vida en el que Dios, desde siempre, quiso anidarnos.

(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García Martínez. CCS)

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