19. ¿ES LA RESURRECCIÓN UNA HISTORIA DE FANTASMAS?
¿POR QUÉ LOS DISCÍPULOS SIGUIERON HABLANDO DE JESÚS CUANDO ÉSTE
HABÍA MUERTO?
Después de un rápido proceso de acusación, juicio,
condena y ensañamiento público que pretendía deslegitimar su vida
humillando su persona, Jesús, rodeado de la indiferencia de unos
verdugos insensibilizados al horror y la burla complacida de sus
opositores, abandonando por los suyos, en una agonía física y
psíquica que dejaba poco espacio para percibir algo distinto que el
abandono absoluto, murió dando un fuerte grito (Mc 15,34).
Así que o bien Dios se había desidentificado de Jesús
de Jesús y al no intervenir estaba diciendo que no era lo que Jesús
había hecho de Él, o bien Jesús pertenecía a esa larga lista de
justos en espera de rehabilitación sin aportar más a la historia
que una bella, pero fugaz realización de lo bueno.
Sin embargo, cualquiera de estas opciones no hubiera
bastado para reactivar la vida de los discípulos espantados ante el
poder del mal y el silencio de Dios, sobre todo cuando Jesús les
había prometido la apertura de las puertas del reino afirmando que
éste ya alboreaba en su acción. Pero los discípulos se levantaron
de la decepción, vencieron el miedo con una nueva vitalidad
convocante, superaron la vergüenza de su abandono, traición y
dispersión, ¡Algo debió de pasar!
Ahora bien, este algo no fue un acontecimiento público
como los anteriores gestos y palabras de Jesús. Sucedió en la
intimidad creyente del grupo de los discípulos. Sucedió sólo en
medio de aquellos que se habían fiado y que tenían preparado el
corazón y la mente para ver la hondura de la acción de Dios, aunque
la oscuridad de la cruz les hubiera cegado y hubiera tupido su
comprensión. María Magdalena, Pedro, Juan, los doce... recibieron
una impresión que les marcó definitivamente y para siempre. El NT
utiliza una expresión que podría traducirse por 'El Señor se
dio a ver' (1 Cor 15,5-8). En ella se condensa un mundo muy
amplio de significados: El Señor actúa y por tanto vive; el Señor
se presenta ante ellos por iniciativa propia y por tanto no es una
ilusión creada por su interior doliente; se muestra como Señor
haciendo reconocer el significado salvífico de su vida y de su
muerte.
Esta impresión tan honda como indescriptible en su
totalidad, tan concreta como inexpresable en toda su densidad va a ir
traduciéndose en diferentes formulaciones. Las tres más importantes
serán: 'El Señor ha resucitado', es decir, vive más allá
de la muerte superándola, su historia va más allá de la historia.
'El Señor ha sido exaltado', es decir, vive en la misma
divinidad señorial de Dios, en aquella gloria luminosa de verdad y
vida que ningún enemigo puede vencer, pues es Dios mismo. 'Jesús
es el Viviente' con una vida plena que define lo que es la vida
misma.
Para los discípulos este acontecimiento tuvo un
significado vital y no sólo teórico: alguien de la historia
habitaba ya en la eternidad gloriosa de Dios y así se había abierto
una puerta que daba acceso a su intimidad eterna. Quien se uniera a
Jesús en vida sabía cuál era su destino (1 Cor 15,54-58). Jesús
era el verdadero Pastor hacia las fuentes de la eterna vida, hacia la
verdadera tierra prometida que era Dios mismo. Además, Jesús no se
olvidaba de su pasado, dejando la historia a su suerte una vez que la
había superado sobrepasándola, sino que se presentaba con su perdón
(Jn 21) y con una renovada oferta de vida para todos. En este
sentido, no sólo acogía a los antiguos amigos que le abandonaron,
sino que les enviaba a todos para ensanchar la buena noticia (Mt
28,18-20; Hch 2,14-41; 3,12-26).
La antigua buena noticia de que el Reino estaba
alboreando se había convertido, en el cuerpo de Jesús, en amanecer
pleno. La luz de la vida estaba ya en el cielo y el sol luminosos era
el mismo Cristo resucitado. En él todo podía ser fecundado con una
semilla de justicia, de amor, de eternidad. Dios había abierto sus
puertas para no cerrarlas más. La vida de Cristo lo decía con sus
brazos extendidos en la cruz y su costado abierto. La visión del
crucificado se transformaba, porque ante él se percibía cómo el
odio del mundo no tiene poder sobre el amor de Dios. Realmente Dios
se había identificado con Jesús de forma impensable y sorprendente.
En su muerte no le había abandonado, sino que se reflejaba en su más
hondo ser-amor-que-sólo-puede-amar-y-que-vence-todo-desamor.
Aquí empezó la historia cristiana, pero sobre todo
aquí culminó la historia de la entrega de Dios y su revelación.
Los bendecidos con su gracia habrían de cargar con la gloriosa
responsabilidad de hacerlo saber a todos. ¿Cómo no iban a contar lo
sucedido y cómo no iban incluso a entregar su vida por hacerlo
patente...?
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
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