viernes, 11 de enero de 2019

JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 12


12. ¿DE VERDAD JESÚS HIZO MILAGROS?

Jesús nunca hizo que un círculo fuera cuadrado. Sus milagros no tienen nada que ver con lo ilógico. Tal y como son presentados por los evangelios, son acontecimientos sorprendentes que suscitan el asombro y la fe de los que los contemplan. Aparece una situación en la que un hombre está limitado por lo que sería necesario para su vida plena. Entonces, justo en ese límite donde el mundo no parece dar más de sí para él, una acción de Jesús hace que ese límite quede vencido en el nombre de Dios. Lo fundamental de los milagros es, entonces, hacer percibir que el hombre no está atado a sus propias fuerzas y a lo que la creación es desde sí misma, sino que existe un poder vitalizador interno a la vida que la hace continuamente sobrepasarse, poder que en algunos momentos es especialmente exuberante. Esta sobreabundancia vital es activada por Cristo como fuerza del Reino de Dios que quiere llevar todo a plenitud. Por eso, los milagros no pretenden demostrar que Dios existe (esto era evidente para sus contemporáneos), sino hacer percibir que está actuando y deja signos especiales para alentar la fe en su presencia vivificadora y en su atracción de todo hacia la plenitud.
En este sentido hay tres elementos importantes que deben tenerse en cuenta para comprender los milagros de Jesús.
El primero es que los milagros se ofrecen en un contexto de fe. Es la fe la que los hace posibles (Mc 9,23-24). Se necesita que el sujeto que los recibe se abra a Dios como presencia vivificadora, como fuerza vital y salvífica de la realidad confiando en Jesús. Sin un mínimo de fe no hay milagro (Mc 6, 1-6), porque Jesús no pretende con ellos exhibir su poder, ser admirado o demostrar nada, sino suscitar la confianza en que, más allá de todo límite y toda situación, Dios tiene poder para llevar a plenitud la vida, para hacer que la historia y la creación terminen envueltas en la gloria inmortal de su poder. Quien no se conforma con los milagros dados y pide más (Lc 4,23ss) no ha entendido que éstos son sólo signos para activar la fe en la obra de Dios que está en marcha, y los convierte en meros parches para hacer el mundo un poco mejor. Jesús realiza sus milagros para todos, aunque no todos reciban el beneficio material de la acción. Los dirige a todos porque en todos quiere suscitar esta confianza radical en la providencia activa de Dios sobre la historia. En este sentido, por ejemplo, el que es curado recibiendo la acción material del milagro con fe, podrá morir con confianza sin pedir una nueva curación, pues habrá descubierto que Dios actuará a su tiempo para superar ese último límite que es la muerte y nos pertenece como criaturas. Esto mismo lo podrán descubrir en ese mismo gesto los que rodean la acción sin recibir ese beneficio material concreto.
El segundo elemento es que Jesús tiene una predilección especial por el sábado como día para actuar con este poder transformador. La razón es que en estas acciones ve la gloria vivificadora de Dios que llevará todo a plenitud en el último día de la creación, el sábado. En este día el pueblo israelita recordaba que Dios debe ser 'todo para todos y en todo', y, por tanto, lo consagra a su alabanza. Con estos signos realizados en sábado, Jesús explica que este 'ser todo en todos' tiene que ver con el deseo de Dios de hacer partícipe a la creación y a los hombres de su vivacidad eterna, de su salud amortal, de su exuberante riqueza, de su claridad sin sombra... Así, los milagros son en Jesús signos del Reino que está amaneciendo, del Dios que está dejándose ver en cuanto 'Emmanuel' (Mt 1,23), del Dios creador y salvador que está derramando su gracia final sobre el mundo.
Por último y en tercer lugar, Jesús rechaza hacer milagros en muchos momentos. Se negó a realizarlos donde no se creía o donde sólo se creería si las cosas iban bien, es decir, si Jesús actuaba en su beneficio (Mc 8,11-12). Jesús sabe que el hombre debe creer como hombre mortal, en y con sus límites. Que debe aprender a entregarse a Dios cuando éste parece un cercano benefactor y también cuando se le siente lejano y olvidadizo. Después de contemplar los milagros, que nunca solucionaban la vida de una vez y para siempre, había que aprender a sufrir confiadamente las limitaciones de la vida, había que aprender a resistir con fe en medio de sus dolores y comprender que se ha de morir porque el hombre es una criatura, un ser finito. Quien acepta los milagros como signos de fe, descubre que Dios puede romper los límites que nos asaltan y nos quitan la vida, pero deberá vivirlo en una confianza que se entrega a Dios, el único que conoce el calendario último de nuestra salvación. Esta es la razón por la que Jesús, arrodillado en Getsemaní y colgado en la cruz, no pidiera ningún milagro. Allí mismo nos muestra su fe y su entrega a Dios muriendo sin ningún beneficio especial y así abre la última puerta para recibir la vida verdadera (Hb 12,1-3)
Un último apunte. En estos tiempos de escepticismo ante los milagros evangélicos, un escepticismo que convive paradójicamente con una credulidad sorprendente en otros ámbitos, hay que decir que, aunque las historias que encontramos en el Evangelio están agrandadas o repetidas en relatos diferentes, a juicio de los especialistas es necesario admitir que Jesús hizo obras que asombraron a sus contemporáneos, que las hizo en nombre de Dios para manifestar la llegada del Reino, y que finalmente supo prescindir de ellas para vivir en oscuridad, pero con fe, fiado de aquella palabra de Dios que le llamó 'Hijo amado'. Acoger estos signos para ensanchar nuestra pequeña fe y después aprender a creer en oscuridad en este lado mortal de la historia de la creación, parece ser el camino indicado por el mismo Jesús.

(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García Martínez. CCS)

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