12. ¿DE VERDAD JESÚS HIZO MILAGROS?
Jesús nunca hizo que un círculo fuera cuadrado. Sus
milagros no tienen nada que ver con lo ilógico. Tal y como son
presentados por los evangelios, son acontecimientos sorprendentes que
suscitan el asombro y la fe de los que los contemplan. Aparece una
situación en la que un hombre está limitado por lo que sería
necesario para su vida plena. Entonces, justo en ese límite donde el
mundo no parece dar más de sí para él, una acción de Jesús hace
que ese límite quede vencido en el nombre de Dios. Lo fundamental de
los milagros es, entonces, hacer percibir que el hombre no está
atado a sus propias fuerzas y a lo que la creación es desde sí
misma, sino que existe un poder vitalizador interno a la vida que la
hace continuamente sobrepasarse, poder que en algunos momentos es
especialmente exuberante. Esta sobreabundancia vital es activada por
Cristo como fuerza del Reino de Dios que quiere llevar todo a
plenitud. Por eso, los milagros no pretenden demostrar que Dios
existe (esto era evidente para sus contemporáneos), sino hacer
percibir que está actuando y deja signos especiales para alentar la
fe en su presencia vivificadora y en su atracción de todo hacia la
plenitud.
En este sentido hay tres elementos importantes que deben
tenerse en cuenta para comprender los milagros de Jesús.
El primero es que los milagros se ofrecen en un contexto
de fe. Es la fe la que los hace posibles (Mc 9,23-24). Se necesita
que el sujeto que los recibe se abra a Dios como presencia
vivificadora, como fuerza vital y salvífica de la realidad confiando
en Jesús. Sin un mínimo de fe no hay milagro (Mc 6, 1-6), porque
Jesús no pretende con ellos exhibir su poder, ser admirado o
demostrar nada, sino suscitar la confianza en que, más allá de todo
límite y toda situación, Dios tiene poder para llevar a plenitud la
vida, para hacer que la historia y la creación terminen envueltas en
la gloria inmortal de su poder. Quien no se conforma con los milagros
dados y pide más (Lc 4,23ss) no ha entendido que éstos son sólo
signos para activar la fe en la obra de Dios que está en marcha, y
los convierte en meros parches para hacer el mundo un poco mejor.
Jesús realiza sus milagros para todos, aunque no todos reciban el
beneficio material de la acción. Los dirige a todos porque en todos
quiere suscitar esta confianza radical en la providencia activa de
Dios sobre la historia. En este sentido, por ejemplo, el que es
curado recibiendo la acción material del milagro con fe, podrá
morir con confianza sin pedir una nueva curación, pues habrá
descubierto que Dios actuará a su tiempo para superar ese último
límite que es la muerte y nos pertenece como criaturas. Esto mismo
lo podrán descubrir en ese mismo gesto los que rodean la acción sin
recibir ese beneficio material concreto.
El segundo elemento es que Jesús tiene una predilección
especial por el sábado como día para actuar con este poder
transformador. La razón es que en estas acciones ve la gloria
vivificadora de Dios que llevará todo a plenitud en el último día
de la creación, el sábado. En este día el pueblo israelita
recordaba que Dios debe ser 'todo para todos y en todo', y,
por tanto, lo consagra a su alabanza. Con estos signos realizados en
sábado, Jesús explica que este 'ser todo en todos' tiene que
ver con el deseo de Dios de hacer partícipe a la creación y a los
hombres de su vivacidad eterna, de su salud amortal, de su exuberante
riqueza, de su claridad sin sombra... Así, los milagros son en Jesús
signos del Reino que está amaneciendo, del Dios que está dejándose
ver en cuanto 'Emmanuel' (Mt 1,23), del Dios creador y
salvador que está derramando su gracia final sobre el mundo.
Por último y en tercer lugar, Jesús rechaza hacer
milagros en muchos momentos. Se negó a realizarlos donde no se creía
o donde sólo se creería si las cosas iban bien, es decir, si Jesús
actuaba en su beneficio (Mc 8,11-12). Jesús sabe que el hombre debe
creer como hombre mortal, en y con sus límites. Que debe aprender a
entregarse a Dios cuando éste parece un cercano benefactor y también
cuando se le siente lejano y olvidadizo. Después de contemplar los
milagros, que nunca solucionaban la vida de una vez y para siempre,
había que aprender a sufrir confiadamente las limitaciones de la
vida, había que aprender a resistir con fe en medio de sus dolores
y comprender que se ha de morir porque el hombre es una criatura, un
ser finito. Quien acepta los milagros como signos de fe, descubre que
Dios puede romper los límites que nos asaltan y nos quitan la vida,
pero deberá vivirlo en una confianza que se entrega a Dios, el único
que conoce el calendario último de nuestra salvación. Esta es la
razón por la que Jesús, arrodillado en Getsemaní y colgado en la
cruz, no pidiera ningún milagro. Allí mismo nos muestra su fe y su
entrega a Dios muriendo sin ningún beneficio especial y así abre la
última puerta para recibir la vida verdadera (Hb 12,1-3)
Un último apunte. En estos tiempos de escepticismo ante
los milagros evangélicos, un escepticismo que convive
paradójicamente con una credulidad sorprendente en otros ámbitos,
hay que decir que, aunque las historias que encontramos en el
Evangelio están agrandadas o repetidas en relatos diferentes, a
juicio de los especialistas es necesario admitir que Jesús hizo
obras que asombraron a sus contemporáneos, que las hizo en nombre de
Dios para manifestar la llegada del Reino, y que finalmente supo
prescindir de ellas para vivir en oscuridad, pero con fe, fiado de
aquella palabra de Dios que le llamó 'Hijo amado'. Acoger
estos signos para ensanchar nuestra pequeña fe y después aprender a
creer en oscuridad en este lado mortal de la historia de la creación,
parece ser el camino indicado por el mismo Jesús.
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
No hay comentarios:
Publicar un comentario