5. ¿ALGUIEN ESPERABA A JESÚS?
Jesús nace en un pueblo que cree firmemente que Dios
guía la historia y que lo hace para dar a sus elegidos una tierra
donde puedan vivir sin carencias ni amenazas, en armonía y paz. Este
espacio de vida está descrito en los textos del AT con muchos
símbolos, entre los cuales 'tierra prometida, nueva Jerusalén,
cielos nuevos y tierra nueva, reinado de Dios' son especialmente
relevantes. Dios llevará al pueblo -lo ha prometido- a una tierra
nueva que aún no existe y que está definida por las bendiciones del
cielo.
Además, el pueblo de Israel ha experimentado cómo Dios
le conduce a través de hombres que dirigen, protegen y orientan al
pueblo: de Moisés a los reyes, de los jueces a los profetas, de los
sacerdotes a los sabios un amplio grupo de hombres han sido elegidos
para representar de múltiples formas el pastoreo de Dios mismo sobre
el pueblo. Sin embargo, la fe del pueblo ha aprendido, a golpe de
malas experiencias, que sólo Dios es un pastor bueno y justo, sin
sombra de intenciones ambiguas (Salmo 23). Si sus elegidos podían
guiar un trecho del camino hacia esa nueva tierra, nunca se llegaba
finalmente y algunos de ellos traicionaban visiblemente su misión
(Ez 34). El peso de la vida con sus sufrimientos, injusticias y
violencias... y la habitual amarga frustración frente a los líderes,
había creado en el pueblo una expectativa más amplia: la esperanza
de una presencia de Dios mismo como guía del pueblo o de un nuevo
pastor fiel a su palabra y compasivo con los pequeños (Salmo 72); la
esperanza de una vida en la que ni el llanto ni la muerte tuvieran
poder, donde todo enemigo del pueblo y de la paz fuera desarmado y
vencido (Is 9,1-6). Esto es lo que se ha venido a llamar esperanza
mesiánica, que se expresa en los textos bíblicos de muchas formas y
que vivía en la mente de los contemporáneos de Jesús con unos
contornos más o menos definidos y con más o menos fuerza según
grupos.
Lo que sí parecía claro es que Dios actuaría con
fuerza, como Señor y rey soberano que somete a toda realidad
contraria para traer la paz. Humillaría a sus enemigos -los enemigos
del pueblo-, vengaría las injusticias cometidas con los pobres y
daría a los suyos un corazón nuevo donde su ley naciera sin
oposición, haciéndose una con la misma vida del hombre, resistente
a los engaños del pecado (Jr 31, 31-34). Algunos, en los años
anteriores y posteriores a los que Jesús saliera a la luz pública,
habían dicho: 'ya está aquí, seguidme', y habían amotinado
al pueblo contra los ocupadores romanos, pero su fracaso manifestará
que no era en ellos donde nacía la esperada soberanía de Dios.
Otros, como Juan el Bautista, invitaban a prepararse con urgencia,
pues era inminente la llegada del juicio transformador de Dios.
Otros, como las comunidades esenias de Qumrán, se retiraban de la
sociedad establecida para crear ese mundo nuevo y ofrecerse como
espacio donde Dios pudiera habitar, ya que su pueblo y su templo se
habían hecho indignos de Él.
En este ambiente apareció Jesús. 'Discreto' en
un principio como quien surge del mundo cotidiano e irrelevante de la
gente común, 'exuberante' como heraldo que convoca a todos en
las plazas de los pueblos y en lo alto de los montes para recomenzar
esta vieja historia ahora bajo la soberanía recreadora de Dios.
¿Era Jesús el Mesías al que esperaba el pueblo de
Israel? Si se responde que sí hay que añadir que lo esperaban en
otra forma, tan distinto que mayoritariamente no lo reconocieron. Si
se dice que no hay que añadir que en él se daba respuesta a los
anhelos profundos que habitaban las experiencias mesiánicas tal y
como alguno descubrieron. El mismo Jesús, que dejó que lo
consideraran Mesías, parecía, sin embargo, contradecir las
expectativas. Sus discípulos irían descubriendo que lo que anhelaba
su corazón estaba envuelto en miedos y prejuicios, y que sólo Jesús
sabía revelarlo verdaderamente. Irían descubriendo que los deseos
primeros de los hombres son demasiado estrechos de miras y viven de
la pequeñez y la angostura del corazón humano. Irían descubriendo
que sólo dejándose guiar por Jesús reconocían el mundo nuevo y
gozoso que esperaban de Dios, su reinado de verdad y vida (Jn 6,
67-69).
De esta manera, muchos que creyeron al principio que
Jesús era el Mesías, lo abandonaron a mitad de camino cuando no
actuó según sus expectativas mesiánicas. Sólo algunos que
resistieron, con la fascinación y las dudas luchando en su corazón,
descubrieron que la presencia de Dios es más grande que lo que nos
imaginamos aun cuando se presenta por caminos tan pequeños que ni
siquiera parecen dignos de un simple buen judío.
Hoy mismo siempre esperamos a Dios y desearíamos a
Jesús según nuestra lógica y deseos, pero éstos también deben
dejarse vencer para que descubran la fuente que los alienta de fondo.
También hoy existen mesías y mesianismos que dicen 'venid, soy
yo', pero la prueba de fuego para todos es, como veremos, no sólo
si saben vivir para crear vida, sino si saben morir dando vida.
He aquí lo que resultó escandaloso finalmente: un Mesías
crucificado. Pero de esto habremos de hablar más adelante.
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
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