24. ¿POR QUÉ REPRESENTAMOS A JESÚS SI NO SABEMOS
CÓMO FUE FÍSICAMENTE?
Aunque no se conservan retratos pictóricos o
escultóricos de Jesús, aunque no poseemos descripciones físicas
sobre su persona, todos tenemos una imagen suya en nuestra mente. Una
imagen que procede de la visión permanente de representaciones
pictóricas, escultóricas, cinematográficas... de su persona. La
contemplación desde la infancia del Cristo del templo parroquial o
de la ermita del pueblo, o la visión continua de estampas y
carteles, o el paso anual de los últimos días de Jesús
procesionando por las calles de nuestras ciudades... dan cuerpo a la
figura de Jesús resucitado que, sin embargo, es inasible.
El creyente concreta el Evangelio escuchado y acogido en
representaciones que posteriormente parecen cobrar vida propia
transformándose ante él en una llamada para que reconozca la vida
viva de Jesús y todo su Evangelio. De esta manera, las imágenes no
son más que un soporte de la propia oración creyente que las
utiliza, al igual que utiliza su imaginación, para acercarse a Dios
sabiendo que tanto la capacidad de representación como la de la
imaginación son un don suyo apto para buscarle. Al igual que Jesús
se acerca a algunos a través de las palabras de otros (Jn 1,40-42),
también se deja llevar por esta forma de lenguaje humano que es el
arte en todas sus formas. Por eso, al representar el artista las
acciones de la vida de Jesús (biblias ilustradas, retablos...) o sus
misterios (iconos, pantocrátor...) invita al que contempla no sólo
a mirar, sino a dejarse interpelar, a entrar en un diálogo a través
de la representación. Estas representaciones de Jesús pueden llegar
a ser una forma de predicación de fe donde Jesús actualiza su
encarnación habitando, para quien abre no el oído sino la vista, en
la obra que contempla.
Aunque estas representaciones están sujetas a la
tentación de ser convertidas en amuleto o iconos idolátricos (razón
por la que siempre ha habido cristianos que no las han admitido),
esta posibilidad no proviene de las imágenes en sí mismas, sino del
corazón del hombre que tiende siempre a buscar seguridades, pues le
cuesta encontrar aquella fe que, en visión terrena o en oscuridad,
en sentimiento de presencia o en sequedad afectiva, se confía a
Dios.
Existe, sin embargo, una imagen propia de Jesús dada
por él mismo que son los necesitados, los enfermos, los
marginados... (Mt 25,31-46). Esta imagen verifica nuestra fe y
conocimiento del Jesús verdadero. Además, es frente a ella donde
nosotros mismos podemos convertirnos, animados por su espíritu, en
presencia suya para todos.
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
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