viernes, 11 de enero de 2019

JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 10


10. ¿VINO JESÚS A DECIRNOS QUE TENÍAMOS QUE AMAR?

Aun a riesgo de contradecir la idea que machaconamente hemos metido en nuestra mente y corazón, tenemos que afirmar que Jesús no vino a decir que teníamos que amarnos. Esto es algo que el pueblo de Dios, y no sólo él, ya sabía. Cuando le preguntan por el mandamiento principal no dice nada nuevo: 'Amarás a Dios, amarás al prójimo' (Mt 22,34-40). Jesús no enseña los mandamientos, no necesita hacerlo porque son sabidos. Él los acepta como forma de vida justa y querida por Dios. Lo más propio de su enseñanza se sitúa en otro lugar. Si nos guiamos por su forma típica de hablar (parábolas y bienaventuranzas), parece que lo definitivo no es la cuestión moral o, dicho de otra manera, lo que el hombre hace, sino la cuestión teológica, es decir, lo que Dios está haciendo. Sólo después de comprender y vivir en el interior de la acción de Dios, el hombre puede preguntarse por su forma de vivir. La cuestión aparece clara en el episodio donde un joven busca a Jesús (Lc 18,18-30). Los mandamientos ya son su forma de vida y ante esto Jesús no tiene nada que decir sino que está bien, y sin embargo algo falta. No se trata de otro mandamiento: “no poseerás nada”, como una lectura superficial daría a entender. Se trata de entrar en el seguimiento de Jesús, donde todo quede definido por lo que Dios mismo está haciendo en él. En este sentido el verdadero mandamiento de Dios es Jesús mismo, su vida. En él se encuentra la forma que Dios quiere dar al hombre y al mundo.
Toda la acción (obras y palabras) de Jesús está encaminada a crear una confianza radical en que el Dios que creó al mundo y lo sostiene (Lc 12,22-34), que guio y alimentó al pueblo en otro tiempo, el Dios que parecía dormido o secuestrado por el poder del mal es Señor de la creación, pastor de su pueblo y está comenzando a mostrarse como rey soberanos que no deja espacio en su Reino a nada que oprima al hombre. Frente a su soberanía, el poder del mal se sabe vencido de antemano (Mt 5,1-8). Se hace relativo el poder del pecado, pues no tiene fuerza para agotar la misericordia de Dios siempre renovada (Lc 19,1-10), se hace relativo el poder de los méritos humanos que nunca pueden dar nada a Dios que Él no haya dado antes y con sobreabundancia. Ahora Dios comienza a hacerse todo en todos los que acepten el reto ante el que les pone la misma vida de Jesús. Ni pobreza ni dolor, ni persecución, ni muerte... pueden separar al hombre de Dios mismo si se entrega con fe a este Dios manifestado en el derroche de amor de Jesús por los caminos de Galilea.
Jesús dedicó su vida entera a descubrir y vivir este y de este amor dado; a mostrar su presencia y aceptarlo con alegría, aun avergonzadamente por inmerecido; a enseñar a dejarse amar por Dios en un mundo donde el pecado nos ha convencido de que hemos de ganar este amor y podemos perderlo.
Sólo quien aprendió esto dejándose habitar entero por el espíritu de Jesús sabría lo que significaba “amaos como yo os he amado” o “amad a vuestro enemigo” (Mt 5,43-48). Por eso sólo es posible vivir estos mandamientos (excesivos, imposibles, absolutamente desmesurados para el hombre) cuando éste se deja habitar por el impulso de vida que acompaña la presencia del reino de Dios. Sin él son palabras vacías. Quien no se deja habitar por la misma vida de Dios que se da a sí mismo, confiado enteramente en ella, sabiendo que todo está ganado de antemano en Él, no puede sufrir el odio de los enemigos sin que éste le contagie, no puede amarlos. Sólo quien ha aprendido a vivir radicalmente del amor dado de Dios, amor inagotable, puede amar más allá de todo mandamiento, puede amar con libertad incluso cuando es apresado bajo las garras de la violencia. Jesús no nos da, por tanto, un mandamiento más, sino que con su misma vida nos da a Dios mismo como manantial inagotable donde el amor verdadero puede nacer.

(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García Martínez. CCS)

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