15. ¿QUÉ PENSÓ LA GENTE DE JESÚS?
Jesús nunca dejó indiferentes a los que se cruzaban de
cerca con él. Algo tenían sus palabras y acciones que tocaban ese
núcleo íntimo donde todo hombre se siente afectado y no puede no
reaccionar, no responder, no definirse. No importaba si eran hombres
instruidos como los letrados y sacerdotes u hombres con la simple
sabiduría popular de los refranes, daba lo mismo si eran varones o
mujeres, si eran poderosos o excluidos incluso del poder sobre su
propia vida... todos sentían en presencia de Jesús que sus acciones
y palabras les afectaban directamente. Las mismas palabras y gestos
hablaban diferentes lenguas a la vez según el nivel y la situación
personal en la que se encontrara el que los contemplaba o escuchaba.
Ésta es la razón de que la gente se admirara, de que
se comentara y extendiera su fama de ser un hombre con una 'autoridad
y libertad inaudita' frente a todo y a todos (Mc 1,22).
Sus mismos gestos eran francamente provocativos, es
decir, llamaban a definirse ante él sin poder ser manipulados y
poniendo en crisis las inercias sociales y personales. Jesús vivió
con una libertad de palabra y de acción que sorprendía hasta tal
punto que nunca se le terminaba de situar del todo desde las figuras
que sus contemporáneos tenían en su imaginario (profeta, sabio,
maestro...). Siempre era eso, pero con un “pero”.
Ante sus dichos y parábolas se podía decir: “Dios
nos trae el perdón y la paz” o “este hombre quiere destruir todo
el orden de justicia” (Lc 15,11-32; Mt 20,1-16). Se podía
encontrar alegría al sentirse invitado a las riquezas del Reino o la
tristeza de encontrarse atado por los afanes del mundo (Mc 10,17-31).
Ante sus gestos se podía percibir cómo la misericordia de Dios
saltaba como un torrente fecundo arrastrando toda la maleza
depositada en los cauces antiguos de la humanidad o un miedo extraño
porque parecían destruirse los estrechos caminos que dan seguridad
al hombre.
Por eso unos sintieron que Jesús les abría las puertas
del cielo, que en él Dios se acercaba, que aparecía su bendición
misericordiosa... y creyeron que era el Mesías. Tanto es así que,
en algunos momentos, trataron de convertirlo en cabecilla de una
revuelta socio-política, de hacer de él un líder social, pero
Jesús se escabullía siempre, pues éste no era su camino ni su
misión pasaba por una forma política de vincular al pueblo (Jn
6,15).
Otros sintieron que Jesús perturbaba sus certezas,
destruía su seguridad y su poder, que Dios era arrancado de su
espacio de santidad habitual y, por tanto, que Jesús era un lobo
disfrazado de cordero, que era Satán mismo quien actuaba detrás de
su supuesta benevolencia (Mc 3,22). Éstos quisieron desprestigiarle
con preguntas capciosas y acusaciones frente al pueblo... un
conflicto que finalmente sería mortal para Jesús mismo, como deja
constancia Marcos desde el principio de su evangelio (Mc 3,1-6).
Un grupo más pequeño se confió a él sorprendidos por
su novedoso y grato anuncio del Reino (¡ya está aquí!),
atraídos por sus gestos de vida, seducidos por su confianza y
libertad que les arrancaba de toda preocupación intrascendente (Mt
6,25-34). Se confiaron a él sin comprender del todo, sin saber
responder por qué decía algunas cosas y actuaba de ciertas formas,
y con miedo a los poderes de este mundo que parecían aliarse contra
él. Estos creían en él con una fe que se demostró finalmente como
amor débil, que quería arraigarse del todo en Cristo, pero que se
encontraba con la pequeñez de las propias fuerzas. Éste es el grupo
que Jesús iría modelando con sus ideas, sentimientos, afectos. Al
que iría haciendo partícipe de su misma existencia. A éstos los
situó en su propio espacio vital, aquel en el que él era y se
sentía Hijo amado de Dios haciéndoles pronunciar aquella palabra
que en verdad sólo le pertenecía a él mismo delante de Dios:
'Abba, Padre' (Lc 11,2-4).
Muchos hablaban de Jesús y comentaban quién podía
ser. Algunos decían que era uno de los grandes de antaño que Dios
había vuelto a enviar (Mc 8,27-28). Otros decían: 'Pero, ¿quién
te crees que eres tú para actuar así?' (Mc 11,28). Algunos,
como los discípulos más allegados y María, iban guardando todo en
su corazón y lo meditaban con paciencia. Es a éstos a los que se
presentó resucitado y a los que dio su Espíritu para que les
llevase a la verdad completa (Jn 14,25-26). Por eso, sólo a través
de estos últimos conocemos realmente el misterio íntimo de Jesús,
más allá de los nombres y los títulos que se le dieron en vida,
más allá de las acciones y palabras que no son sino reflejo
fragmentario de su ultimidad personal, que sólo sus amigos
descubrieron (Jn 15,15).
(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García
Martínez. CCS)
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