SOBRE EL “PADRE-NUESTRO” IVº
Y no nos arrojes a la tentación, sino
protégenos del mal
La única prueba para el hombre es estar
abandonado a sí mismo en contacto con el mal.
La nada del hombre es entonces experimentalmente verificada. Aunque el
alma haya recibido el pan sobrenatural en el momento en que lo ha perdido, su
alegría está mezclada con el temor, pues sólo ha podido hacer su petición para
el presente. El porvenir sigue inspirando miedo. No tiene derecho a pedir pan
para mañana, pero expresa su temor en forma de súplica. Ahí termina la oración.
La palabra ‘Padre’ ha comenzado la plegaria, la palabra ‘mal’ la termina. Hay
que ir de la confianza al temor. Sólo la confianza da la fuerza suficiente para
que el temor no sea causa de caída. Tras haber contemplado el nombre, el reino
y la voluntad de Dios, tras haber recibido el pan sobrenatural y haber sido
purificados del mal, el alma está dispuesta para la verdadera humildad que
corona todas las virtudes. La humildad
consiste en saber que en este mundo toda el alma, no sólo lo que se llama el
‘yo’, sino también su parte sobrenatural, que es Dios presente en ella, está
sometida al tiempo y a las vicisitudes del cambio. Hay que aceptar enteramente
la posibilidad de que todo lo que es natural sea destruido. Pero hay que
aceptar y rechazar a la vez la posibilidad de que la parte sobrenatural del
alma desaparezca. Aceptarla como un hecho que no se produciría si no fuera
conforme a la voluntad de Dios; rechazarlo como algo horrible que es. Hay que
tener miedo de ello, pero un miedo que sea la culminación de la confianza.
Las seis peticiones se corresponden dos
a dos. El pan trascendente es lo mismo que el nombre divino. Es lo que opera al
contacto del hombre con Dios. El reino de Dios es lo mismo que su protección
extendida sobre nosotros contra el mal; proteger es una función regia. El
perdón de las deudas a nuestros deudores es lo mismo que la plena aceptación de
la voluntad de Dios. La diferencia estriba en que en las tres primeras
peticiones la atención se orienta exclusivamente hacia Dios y en las tres
últimas se dirige hacia uno mismo a fin de obligarle a hacer de estas demandas
un acto real y no imaginario.
En su primera mitad, la oración comienza
por la aceptación. Luego se permite formular un deseo. Más tarde se corrige
volviendo a la aceptación. En la segunda mitad, el orden se modifica; se acaba
por la expresión del deseo. El deseo se ha tornado negativo y se expresa como
temor; corresponde así al más alto grado de humildad, como conviene para
terminar.
Esta oración contiene todas las
peticiones posibles; no puede concebirse oración que no esté contenida en ella.
El Padrenuestro es a la oración lo que Cristo es a la humanidad. No cabe
pronunciarla con atención plena en cada palabra sin que un cambio, quizá
infinitesimal pero real, se opere en el alma.
(A
la espera de Dios; Simone Weil)
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