REFLEXIONES SOBRE EL BUEN USO DE LOS ESTUDIOS ESCOLARES COMO MEDIO
DE CULTIVAR EL AMOR A DIOS IVº
La voluntad, la que llegado el caso
hacer apretar los dientes y sopesar el sufrimiento, es el arma principal del
aprendiz en el trabajo manual. Pero, contrariamente a lo que de ordinario se
piensa, apenas cumple ninguna función en el estudio. La inteligencia no puede
ser movida más que por el deseo. Para que haya deseo, es preciso que haya
placer y alegría. La inteligencia crece y proporciona sus frutos solamente en
la alegría. La alegría de aprender es tan indispensable para el estudio como la
respiración para el atleta. Allí donde está ausente, no hay estudiantes, tan
sólo pobres caricaturas de aprendices que al término del aprendizaje ni
siquiera tendrán oficio.
Es el papel que el deseo desempeña en el
estudio lo que permite hacer de él una preparación para la vida espiritual.
Pues el deseo orientado hacia Dios es la única fuerza capaz de elevar el alma.
O, más bien, es Dios quien viene a recoger el alma y a elevarla, pero es el
deseo lo que obliga a Dios a bajar; Dios sólo viene a aquellos que se lo piden
y no pueden dejar de hacerlo cuando se le pide con frecuencia, ardientemente y
de forma prolongada [Si bien es cierto que, no debemos olvidar, lo que el mismo
Dios dice en la Escritura a través de uno de sus profetas: “Yo me hice el encontradizo con
quien no me buscaba, salí al encuentro del que no preguntaba por mí”].
La atención es un esfuerzo; el mayor de
los esfuerzos quizá, pero un esfuerzo negativo. Por sí mismo no implica fatiga.
Cuando la fatiga se deja sentir, la atención ya casi no es posible, a menos que
se esté bien adiestrado; es preferible entonces abandonarse, buscar un descanso
y luego, un poco más tarde, volver a empezar, dejar y retomar la tarea como se
inspira y se espira.
Veinte minutos de atención intensa y sin
fatiga valen infinitamente más que tres horas de esa dedicación de cejas
fruncidas que lleva a decir con el sentimiento del deber cumplido: “he
trabajado bien”.
Pero, a pesar de las apariencias, es
también mucho más difícil. Hay algo [metafóricamente hablando: esa diabólica
fuerza oscura que crece en nuestro espacio vital que no terminamos de ocupar;
A. Gesché] en nuestra alma que rechaza la verdadera atención mucho más
violentamente de lo que la carne rechaza el cansancio. Ese algo está mucho más
próximo del mal que la carne. Por eso, cuantas veces se presta verdadera
atención, se destruye algo del mal que hay en uno mismo. Si la atención se
enfoca en ese sentido, un cuarto de hora de atención es tan valioso como muchas
buenas obras.
La atención consiste en suspender el
pensamiento, en dejarlo disponible, vacío y penetrable al objeto, manteniendo
próximos al pensamiento, pero en un nivel inferior y sin contacto con él, los
diversos conocimientos adquiridos que deban ser utilizados. Para con los
pensamientos particulares y ya formados, la mente debe ser como el hombre que,
en la cima de una montaña, dirige su mirada hacia delante y percibe a un mismo
tiempo bajo sus pies, pero sin mirarlos, numerosos bosques y llanuras. Y sobre
todo la mente debe estar vacía, a la espera, sin buscar nada, pero dispuesta a
recibir en su verdad desnuda el objeto que va a penetrar en ella.
(A
la espera de Dios; Simone Weil)
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