EL LUGAR IDEAL…
Si se pregunta por qué una determinada
palabra ocupa en un poema un lugar determinado y puede darse una respuesta, o
bien el poema no es de primer orden, o bien el lector no ha comprendido nada.
Si puede decirse legítimamente que la palabra está donde está para expresar una
determinada idea, o en virtud de la construcción gramatical, de la rima, de una
aliteración, para completar el verso o darle una cierta coloración, o incluso
por varios motivos de esta índole a la vez, ello demostrará que se había
buscado un efecto en la composición del poema, que no había habido verdadera
inspiración. Para un poema verdaderamente bello, la única respuesta es que la
palabra está ahí porque convenía que estuviera. Y la prueba de tal conveniencia
es que está ahí y que el poema es bello. El poema es bello, es decir, el lector
no desea que sea de otra forma.
Así, pues, el arte imita la belleza del
mundo. La conveniencia de las cosas, de los seres, de los acontecimientos,
consiste solamente en esto, en que existen y no debemos desear que no existan o
que sean de otra forma. Tal deseo es una impiedad respecto a nuestra patria
universal, una falta de amor estoico debido al universo. Estamos constituidos
de tal manera que este amor es de hecho posible; y esta posibilidad tiene por
nombre la belleza del mundo.
La pregunta de Beaumarchais: “¿Por qué
estas cosas y no otras?”, no tiene respuesta porque el universo carece de
finalidad. La ausencia de finalidad es el reino de la necesidad. Las cosas
tienen causas y no fines. Los que creen discernir designios particulares de la
providencia se parecen a los profesores que a expensas de un bello poema se
entregan a lo que ellos llaman análisis de texto.
El equivalente en el arte a este reino
de la necesidad es la resistencia de la materia y las reglas arbitrarias. La
rima impone al poeta una orientación en la elección de las palabras
absolutamente extraña a la secuencia de las ideas. Tiene en poesía una función
quizás análoga a la de la desdicha en la vida. La desdicha obliga a sentir con
toda el alma la ausencia de finalidad.
Si la orientación del alma es el amor,
cuanto más se contempla la necesidad, cuanto más se aprieta contra sí, contra
la propia carne, su dureza y su frío metálicos, más se aproxima uno a la
belleza del mundo. Esto es lo que Job experimenta. Y por ser tan honesto en su
sufrimiento, por no admitir en sí mismo ningún pensamiento susceptible de
alterar la verdad, Dios descendió hasta él para revelarle la belleza del mundo.
Precisamente porque la ausencia de
finalidad y de intención es la esencia de la belleza del mundo, Cristo nos ha
incitado a observar cómo la lluvia y la luz del sol descienden indistintamente
sobre justos y pecadores. Y esto nos recuerda el grito supremo de Prometeo:
“Cielo en el que para todos gira la luz común”. Cristo nos ordena imitar esa
belleza. Platón en el ‘Timeo’ nos
aconseja también hacernos semejantes a la belleza del mundo por medio de la
contemplación, semejantes a la armonía de los movimientos circulares que
determinan la sucesión y el retorno de los días y las noches, de los meses, las
estaciones y los años. En estos movimientos circulares y en su combinación, la
ausencia de intención y finalidad es manifiesta y la belleza pura resplandece
en ellos.
(A
la espera de Dios; Simone Weil)
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