Si se busca con verdadera atención la
solución de un problema de geometría y si, al cabo de una hora, no se ha
avanzado lo más mínimo, sí se ha avanzado sin embargo, durante cada minuto de
esa hora, en otra dimensión más misteriosa. Sin sentirlo, sin saberlo, ese
esfuerzo en apariencia estéril e infructuoso ha llevado una luz hasta el alma.
El fruto se encontrará algún día, más adelante, en la oración. Y también se
encontrará, sin duda en un dominio cualquiera de la inteligencia, acaso ajeno
por completo a las matemáticas. Quizá un día, el protagonista de ese esfuerzo
ineficaz podrá, gracias a él captar más directamente la belleza de un verso de
san Juan de la Cruz. Pero que el fruto del esfuerzo revierte en la oración, eso
es algo seguro, algo de lo que no hay la menor duda.
Las certezas de este tipo son de
carácter experimental. Pero si no se cree en ellas antes de haberlas
experimentado, si no se actúa, al menos como si se creyera, no se llegará nunca
a la experiencia que las hace posibles. Hay ahí una especie de contradicción.
Así ocurre a partir de un cierto nivel con todos los conocimientos útiles al
progreso espiritual. Si no se los adopta como regla de conducta antes de
haberlos verificado, si durante largo tiempo no se les presta adhesión
solamente por la fe, una fe en principio tenebrosa y sin luz, jamás se los
transformará en certezas. La fe es condición indispensable.
El mejor apoyo de la fe es la garantía
de que si pedimos pan al Padre, no nos dará piedras. Al margen incluso de toda
creencia religiosa explícita, cuantas veces un ser humano realiza un esfuerzo
de atención con el único propósito de hacerse más capaz de captar la verdad,
adquiere esa mayor capacidad, aun cuando su esfuerzo no produzca ningún fruto
visible. Un cuento esquimal explica así el origen de la luz: “El cuervo, que en
la noche eterna no podía encontrar alimento, deseó la luz y la tierra se
iluminó”. Si hay verdadero deseo, si el objeto del deseo es realmente la luz,
el deseo de luz produce luz. Hay verdadero deseo cuando hay esfuerzo de
atención. Es realmente la luz lo que se desea cuando cualquier otro móvil está
ausente. Aunque los esfuerzos de atención fuesen durante años aparentemente
estériles, un día, una luz exactamente proporcional a esos esfuerzos inundará
el alma. Cada esfuerzo añade un poco más de oro a un tesoro que nada en el mundo
puede sustraer. Los esfuerzos inútiles realizados por el cura de Ars durante
largos y dolorosos años para aprender latín, aportaron sus frutos en el
discernimiento maravilloso que le permitía percibir el alma misma de los
penitentes detrás de sus palabras e incluso detrás de su silencio.
Es preciso pues estudiar sin ningún
deseo de obtener buenas notas, de aprobar los exámenes, de conseguir algún
resultado escolar, sin ninguna consideración por los gustos o aptitudes
naturales, aplicándose por igual a todos los ejercicios, en el pensamiento de
que todos sirven para formar la atención que constituye la sustancia de la
oración. En el momento en que uno se aplica a un ejercicio, hay que tratar de
realizarlo correctamente, pues esta voluntad es indispensable para que haya
verdadero esfuerzo. Pero a través de este fin inmediato, la intención profunda
debe estar dirigida exclusivamente hacia el acrecentamiento del poder de
atención de cara a la oración, de la misma forma que cuando se escribe se
dibuja la forma de las letras sobre el papel, sin que el objeto sean las letras
en sí, sino la idea que se quiere expresar.
(A
la espera de Dios; Simone Weil)
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