EL AMOR A DIOS Y LA DESDICHA Vº
Este universo en el que vivimos y del
que somos una parcela es la distancia establecida por el amor divino entre Dios
y Dios. Somos un punto de esa distancia. El espacio, el tiempo y el mecanismo
que gobierna la materia son esa distancia. Todo lo que llamamos mal no es sino
este mecanismo. Dios ha hecho de tal forma que su gracia, cuando penetra hasta
el fondo de un hombre e ilumina desde allí todo su ser, le permite, sin violar
las leyes de la naturaleza, caminar sobre las aguas. Pero cuando un hombre se
separa de Dios, se abandona simplemente a la gravedad. Podrá pensar entonces
que es un ser que quiere y elige, pero no es más que una cosa, una piedra que
cae. Si con mirada atenta se mira de cerca las almas y las sociedades humanas,
se verá que, allí donde la virtud de la luz sobrenatural está ausente, todo
obedece a leyes mecánicas tan ciegas y precisas como la ley de la caída de los
cuerpos. Este saber es beneficioso y necesario. Aquellos a los que llamamos
criminales no son más que tejas arrancadas de un tejado por el viento que caen
al azar. Su única falta es la elección inicial que los ha convertido en tejas.
El mecanismo de la necesidad se refleja
en todos los niveles, manteniéndose semejante a sí mismo, en la materia bruta,
las plantas, los animales, los pueblos, las almas. Considerado desde el punto
en que nos encontramos, de acuerdo a nuestra perspectiva, es completamente
ciego. Pero si llevamos nuestro corazón más allá de nosotros mismos, más allá
del universo, del espacio y del tiempo, allá donde está nuestro Padre, y
miramos desde allí ese mecanismo, ofrecerá un aspecto muy distinto. Lo que
parecía necesidad se troca en obediencia. La materia es total pasividad y, por
consiguiente, total obediencia a la voluntad de Dios. Para nosotros, un modelo
perfecto. No puede tener otro ser que Dios y lo que obedece a Dios. Por su
perfecta obediencia, la materia merece ser amada por los que aman al Señor de
la materia, como un amante mira con ternura la aguja utilizada por su amada
fallecida. La belleza del mundo nos advierte que la materia es merecedora de
nuestro amor. En la belleza del mundo la necesidad bruta se convierte en objeto
de amor. Nada es tan bello como la gravedad en los pliegues fugaces de las olas
del mar o en los casi eternos de las montañas.
(A
la espera de Dios; Simone Weil)
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