LA FACILIDAD MÁS DIFÍCIL…
El esfuerzo de la voluntad hacia el bien
es una de las mentiras segregadas por la parte mediocre de nosotros mismos en
su miedo a ser destruida. Este esfuerzo no la amenaza de ningún modo, ni
siquiera disminuye su comodidad, por más que se acompañe de abundante fatiga y
sufrimiento. Pues la parte mediocre de nosotros mismos no teme la fatiga y el
sufrimiento, lo que teme es la muerte.
Hay quienes tratan de elevar su alma
como quien se dedica a saltar continuamente, con la esperanza de que, a fuerza
de saltar cada vez más alto, llegue el día en que alcance el cielo para no
volver a caer. Ocupado en ello, no puede mirar al cielo. Los seres humanos no
podemos dar un solo paso hacia el cielo. La dirección vertical nos está
prohibida. Pero si miramos largamente el cielo, Dios desciende y nos toma
fácilmente. Como dice Esquilo: “Lo divino es ajeno al esfuerzo”. Hay en la
salvación una facilidad más difícil para nosotros que todos los esfuerzos.
En un cuento de Grimm se celebra un
concurso de fuerza entre un gigante y un sastrecillo. El gigante lanza una
piedra a una altura tal que tarda mucho tiempo en caer. El sastrecillo suelta
un pájaro que no cae. Lo que no tiene alas acaba siempre por caer.
Dado que la voluntad es impotente para
operar la salvación, la noción de moral laica es un absurdo. Pues lo que se
llama moral no apela más que a la voluntad y a lo que ésta tiene, por decirlo
así, de más muscular. La religión, por el contrario, corresponde al deseo y es
el deseo lo que salva.
(A
la espera de Dios; Simone Weil)
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