EL AMOR A DIOS Y LA DESDICHA IIIº
Los hombres golpeados por la desdicha
están al pie de la cruz, casi a la mayor distancia posible de Dios. No hay que
pensar que el pecado sea una distancia más grande. El pecado no es una
distancia, sino una mala orientación de la mirada.
Hay, es cierto, un vínculo misterioso
entre esa distancia y una desobediencia original. Desde el origen, se nos dice,
la humanidad apartó su mirada de Dios y ha caminado en dirección equivocada,
llegando tan lejos como le ha sido posible. Lo que significa que podía caminar.
Pero nosotros estamos clavados al suelo, sometidos a una necesidad, libres tan
sólo para orientar la mirada. Un mecanismo ciego, que no tiene en cuenta el
grado de perfección espiritual, hace tambalearse continuamente a los hombres,
arrojando a algunos al pie mismo de la Cruz. Depende sólo de ellos el conservar
o no los ojos orientados hacia Dios en medio de las sacudidas. No es que la
providencia de Dios esté ausente. Es por su providencia por lo que Dios ha
querido la necesidad como un mecanismo ciego.
Si el mecanismo no fuera ciego, no
habría desdicha. La desdicha es ante todo anónima, priva a quienes atrapa de su
personalidad y los convierte en cosas. Es indiferente y el frío de su
indiferencia es un frío metálico que hiela hasta las profundidades del alma a
todos a quienes toca. Éstos no volverán a encontrar el calor, ni volverán a
creer nunca que son alguien.
La desdicha no tendrá esta virtud sin la
parte de azar que encierra. Quienes son perseguidos por su fe y lo saben, sea
lo que fuere lo que tengan que sufrir, no son desdichados. Sólo caen en la
desdicha si el sufrimiento o el miedo invaden su alma hasta el punto de
hacerles olvidar la causa de la persecución. Los mártires arrojados a las
fieras que entraban cantando en la arena no eran desdichados. Cristo sí lo era.
Él no murió como mártir. Murió como criminal de derecho común, mezclado con los
ladrones, sólo que un poco más ridículo. Pues la desdicha es ridícula.
Sólo la necesidad ciega puede arrojar a
los hombres hasta esa distancia extrema, justo al lado de la cruz. Los crímenes
humanos que son causa de la mayor parte
de las desdichas forman parte de la necesidad ciega, pues los criminales no
saben lo que hacen.
Hay dos formas de amistad, el encuentro
y la separación, y ambas son indisociables. Las dos encierran el mismo bien, el
bien único, la amistad. Pues cuando dos seres que no son amigos están próximos,
no hay encuentro; cuando están alejados, no hay separación. Conteniendo el
mismo bien, son igualmente buenos.
Dios se produce y se conoce a sí mismo
perfectamente, como nosotros fabricamos y conocemos miserablemente objetos
exteriores a nosotros. Pero, ante todo, Dios es amor. Ante todo, Dios se ama a
sí mismo. Ese amor, esa amistad en Dios, es la Trinidad. Entre los términos
unidos por esa relación de amor divino hay algo más que proximidad, hay
proximidad infinita, identidad. Pero por la creación, la encarnación y la
pasión, hay también una distancia infinita. La totalidad del espacio, la
totalidad del tiempo, imponiendo su espesor, ponen una distancia infinita entre
Dios y Dios.
(A
la espera de Dios; Simone Weil)
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