SOBRE EL “PADRE-NUESTRO” IIº
Hágase tu voluntad
No estamos absoluta e infaliblemente
seguros de la voluntad de Dios más que con respecto al pasado. Todos los
acontecimientos que se han producido, cualesquiera que sean, son conformes a la
voluntad del Padre todopoderoso. Esto viene determinado por la noción de
omnipotencia. También el porvenir, cualquiera que deba ser, una vez realizado,
se habrá realizado conforme a la voluntad de Dios. No podemos añadir ni quitar
nada a esa conformidad. Así, tras un impulso de deseo hacia lo imposible, de
nuevo, en esta fase, pedimos lo que es. Pero no ya una realidad eterna como es
la santidad del Verbo; aquí el objeto de nuestra petición es lo que se produce
en el tiempo con la voluntad divina. Tras haber arrancado el deseo al tiempo
como primera petición para aplicarlo a lo eterno y haberlo por tanto
transformado, retomamos ese deseo, convertido en cierto modo en eterno, para
aplicarlo de nuevo al tiempo. Entonces nuestro deseo atraviesa el tiempo para
encontrar detrás de él la eternidad. Esto es lo que ocurre cuando sabemos hacer
de todo acontecimiento cumplido, cualquiera que sea, un objeto de deseo. Es una
actitud muy distinta a la resignación. La palabra ‘aceptación’ es incluso
demasiado débil. Hay que desear que todo lo que ha sucedido haya sucedido y
nada más. No porque lo que haya sucedido esté bien a nuestros ojos, sino porque
Dios lo ha permitido y porque la obediencia del curso de los acontecimientos a
Dios es por sí misma un bien absoluto.
Así en el cielo como en la tierra
Esta asociación de nuestro deseo a la
voluntad todopoderosa de Dios debe extenderse a las cosas espirituales.
Nuestros ascensos y desfallecimientos espirituales y los de los seres a los que
amamos tienen relación con el otro mundo, pero son también acontecimientos que
tienen lugar en este mundo y en el tiempo. Por esta razón, son detalles en el
inmenso mar de los acontecimientos, arrastrados con todo ese mar según la
voluntad de Dios. Puesto que nuestros desfallecimientos pasados se han
producido, debemos desear que se hayan producido. Y debemos extender el deseo
al porvenir para el día en que se haga presente. Es una corrección necesaria a
la petición de que venga el reino de Dios. Debemos abandonar todos los deseos
por el de la vida eterna, pero debemos desear la vida eterna con
renunciamiento. No hay que apegarse ni siquiera al desapego. El apego a la
salvación es todavía más peligroso que los otros. Hay que pensar en la vida
eterna como se piensa en el agua cuando se está a punto de morir de sed y, al
mismo tiempo, desear para sí y para los seres queridos la privación eterna de esa
agua antes que ser colmados con ella en contra de la voluntad de Dios, si tal
cosa fuere concebible.
Las tres peticiones precedentes se
relacionan con las tres personas de la Trinidad, Hijo, Espíritu y Padre, y
también con las tres partes del tiempo, presente, porvenir y pasado. Las tres
peticiones que siguen inciden más directamente sobre las tres partes del tiempo
en otro orden, presente, pasado y porvenir.
(A
la espera de Dios; Simone Weil)
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