LA BELLEZA COMO ETERNIDAD DEL MUNDO…
El amor carnal en todas sus formas,
desde el más alto, el matrimonio verdadero o amor platónico, hasta el más bajo,
hasta el libertinaje, tiene por objeto la belleza del mundo. El amor que se
dirige al espectáculo de los cielos, las llanuras, el mar, las montañas, al
silencio de la naturaleza que se hace sensible en la infinitud de sus pequeños
ruidos, al soplo de los vientos, al calor del sol, ese amor que todo ser humano
presiente al menos vagamente en algún momento, es un amor incompleto, doloroso,
porque se dirige a cosas incapaces de responder, a la materia. Los hombres
desean llevar ese mismo amor a seres que les sean semejantes, capaces de
responder al amor, de decir sí, de entregarse. El sentimiento de belleza ligado
a veces al aspecto de un ser humano hace posible esta transferencia, al menos
de manera ilusoria. Pero es la belleza del mundo, la belleza universal la que
constituye el objeto de deseo.
Esta clase de transferencia es la que
expresa toda la literatura que rodea al amor, desde las metáforas y
comparaciones más antiguas, las más usadas en poesía, hasta los sutiles
análisis de Proust.
El deseo de amar la belleza del mundo en
un ser humano es esencialmente deseo de Encarnación. Sólo por error se piensa
que es otra cosa. Únicamente la Encarnación puede satisfacerlo. Por eso es una
equivocación reprochar a los místicos la utilización de lenguaje amoroso. Ellos
son sus legítimos poseedores. Los demás sólo tienen derecho a tomarlo de
prestado.
Si el amor carnal en todos sus niveles
está más o menos dirigido hacia la belleza –y las excepciones no son quizá más
que aparentes- es porque la belleza de un ser humano hace de él, para la
imaginación, algo equivalente al orden del mundo.
Este es el motivo de que los pecados en
este terreno sean graves. Constituyen una ofensa a Dios por el hecho de que el
alma está buscando inconscientemente a Dios. Por otra parte, todos se reducen a
uno solo consistente en querer pasar por alto el consentimiento en una u otra
medida. Pretender dejar completamente de lado el consentimiento es con mucho el
más horrible de los crímenes humanos. ¿Qué puede haber más horrible que no
respetar el consentimiento de un ser en quien se busca, aunque sin saberlo, un
equivalente a Dios?
Es un crimen también, aunque menos
grave, contentarse con un consentimiento surgido de una región inferior o
superficial del alma. Haya o no unión carnal, la relación de amor es ilegítima
si el consentimiento no procede por ambas partes de ese punto central del
hombre en el que el sí no puede ser más que eterno. La obligatoriedad del
matrimonio, que tan frecuentemente se considera en la actualidad como una
simple convención social, está inscrita en la naturaleza misma del pensamiento
humano por la afinidad entre el amor carnal y la belleza. Todo lo que tiene
alguna relación con la belleza debe ser sustraído al curso del tiempo. La
belleza es la eternidad en este mundo.
(A
la espera de Dios; Simone Weil)
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