viernes, 24 de marzo de 2017

REFLEXIONES SOBRE EL BUEN USO DE LOS ESTUDIOS ESCOLARES COMO MEDIO DE CULTIVAR EL AMOR A DIOS VIº

REFLEXIONES SOBRE EL BUEN USO DE LOS ESTUDIOS ESCOLARES COMO MEDIO DE CULTIVAR EL AMOR A DIOS  VIº      

Todo adolescente amante de Dios, al hacer un ejercicio de latín, debería tratar de parecerse un poco más, por medio de dicho ejercicio, al esclavo que vela y escucha junto a la puerta esperando la llegada de su señor. A su llegada, el señor sentará al esclavo a la mesa, y él mismo le servirá de comer.
Es sólo esa espera, esa atención, lo que obliga al señor a ese derroche de ternura. Cuando el esclavo se ha fatigado hasta el agotamiento en el campo, el señor a su vuelta le dice: “Prepara la comida y sírvemela”. Y le considera un esclavo inútil que hace sólo aquello que se le manda. Ciertamente, hay que cumplir, en lo que atañe a la acción en todo lo que se manda, al precio de cualquier esfuerzo, fatiga y sufrimiento, pues el que desobedece no ama. Pero, hecho todo eso, no se es más que un esclavo inútil. Es ésa una condición del amor, pero no es suficiente. Lo que fuerza al señor a hacerse esclavo de su esclavo, a amarle, no es eso; y menos todavía cualquier búsqueda que el esclavo pudiese emprender temerariamente por propia iniciativa; es únicamente la vigilia, la espera y la atención.
Felices, pues, aquellos que pasan su adolescencia y su juventud formando únicamente ese poder de atención. Sin duda no están más próximos al bien que sus hermanos que trabajan en los campos y en las fábricas. Pero lo están de otra manera. Los campesinos, los obreros, poseen esa cercanía de Dios, de sabor incomparable, que yace en el fondo de la pobreza, de la ausencia de consideración social y de los sufrimientos largos y constantes. Pero consideradas las ocupaciones en sí mismas, los estudios están más próximos a Dios a causa de esa atención que constituye su alma. Aquel que pasa sus años de estudio sin desarrollar la atención, pierde un gran tesoro.
No es sólo el amor a Dios lo que tiene por sustancia la atención. El amor al prójimo, que como sabemos es el mismo amor, está formado de la misma sustancia. Los desdichados no tienen en este mundo mayor necesidad que la presencia de alguien que les preste atención. La capacidad de prestar atención a un desdichado es cosa muy rara, muy difícil; es casi –o sin casi- un milagro. Casi todos los que creen tener esta capacidad, en realidad no la tienen. El ardor, el impulso del corazón, la piedad, no son suficientes.
En la primera leyenda del Graal se dice que el Graal, piedra milagrosa que por la virtud de la hostia consagrada sacia toda hambre, pertenecerá al primero que diga al guardián de la piedra, rey paralítico en las tres cuartas partes de su cuerpo a causa de una dolorosa herida: “¿Cuál es tu tormento?”.
La plenitud del amor al prójimo estriba simplemente en ser capaz de preguntar: “¿Cuál es tu tormento?”. Es saber que el desdichado existe, no como una unidad más en una serie, no como ejemplar de una categoría social que porta la etiqueta “desdichados”, sino como hombre, semejante en todo a nosotros, que fue un día golpeado y marcado con la marca inimitable de la desdicha. Para ello es suficiente, pero indispensable, saber dirigirle una cierta mirada.
Esta mirada es, ante todo, atenta; una mirada en la que el alma se vacía de todo contenido propio para recibir al ser al que está mirando tal cual es, en toda su verdad. Sólo es capaz de ello quien es capaz de atención.
Por eso es cierto, aunque pueda parecer paradójico, que una traducción latina, un problema de geometría, aunque se hayan resuelto mal, siempre que se les haya dedicado el esfuerzo adecuado, pueden proporcionar mayor capacidad de llevar a un desdichado en el momento culminante de su angustia, si algún día la ocasión de ello se presenta, el socorro susceptible de salvarle.
Para un adolescente capaz de captar esta verdad y lo bastante generoso para desear este fruto antes que ningún otro, los estudios tendrían una plenitud de eficacia espiritual, al margen incluso de toda creencia religiosa.
Los estudios escolares son un campo que encierra una perla por la que vale la pena vender todos los bienes, sin guardarse nada, a fin de poder comprarlo.


(A la espera de Dios; Simone Weil)

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