sábado, 25 de marzo de 2017

EL AMOR A DIOS Y LA DESDICHA VIIIº

EL AMOR A DIOS Y LA DESDICHA VIIIº

El amor divino ha atravesado la infinitud del espacio y el tiempo para venir de Dios a nosotros. ¿Pero cómo puede rehacer el trayecto en sentido inverso cuando parte de una criatura finita? Cuando la semilla de amor divino depositada en nosotros ha crecido y se ha convertido en árbol, ¿cómo podemos, nosotros que la llevamos, devolverla a su origen, hacer en sentido inverso el viaje que Dios ha hecho hacia nosotros y atravesar la distancia infinita?
Aunque parece imposible, hay un medio que conocemos bien. Sabemos a semejanza de qué está hecho ese árbol que ha crecido en nosotros, ese árbol tan bello, en el que se posan los pájaros del cielo. Sabemos cuál es el más bello de todos los árboles. “Ningún bosque tiene uno semejante”. Aún más terrible que una horca, así es el más hermoso de los árboles. Y una semilla de ese árbol ha sido  puesta por Dios en nosotros sin que supiéramos qué semilla era esa. De haberlo sabido, no habríamos respondido “sí” en el primer momento. Ese árbol ha crecido en nosotros y ya no puede ser arrancado. Sólo la traición podría desarraigarlo.
Cuando se golpea un clavo con un martillo el impacto recibido por la cabeza del clavo pasa íntegramente al otro extremo, sin que nada se pierda, aunque aquel no sea nada más que un punto. Si el martillo y la cabeza del clavo fuesen infinitamente grandes, ocurría de la misma forma, La punta del clavo transmitiría ese choque infinito al punto sobre el que está aplicado.
La extrema desdicha, que es a la vez dolor físico, angustia del alma y degradación social, es ese clavo. La punta está aplicada al centro mismo del alma. La cabeza del clavo es la necesidad repartida por la totalidad del tiempo y el espacio.
La desdicha es una maravilla de la técnica divina. Es un dispositivo sencillo e ingenioso que hace entrar en el alma de una criatura finita esa inmensidad de fuerza ciega, brutal y fría. La distancia infinita que separa a Dios de la criatura se concentra íntegramente en un punto para clavarse en el centro de un alma.
El hombre a quien tal cosa sucede no tiene parte alguna en la operación. Se debate como una mariposa a la que se clava viva con un alfiler sobre un álbum. Pero en medio del horror puede mantener su voluntad de amar. No hay en ello ninguna imposibilidad, ningún obstáculo, casi podría decirse que ninguna dificultad. Pues el dolor más grande, en tanto no llega el desvanecimiento, no afecta a ese punto del alma que da su consentimiento a la buena orientación.
‘Ahora bien, hay que saber que el amor es una orientación y no un estado del alma. Si se ignora, se cae en la desesperación al primer embate de la desdicha’.
Aquel cuya alma permanece orientada hacia Dios mientras está atravesada por un clavo, se encuentra clavado en el centro mismo del universo. Ése es el verdadero centro, que no es su punto medio, que está fuera del espacio y del tiempo, que es Dios. Por una dimensión que no pertenece al espacio y que no es el tiempo, por una dimensión totalmente distinta, ese clavo ha horadado un agujero a través de la creación, en el espesor de la barrera que separa al alma de Dios.
Por esta dimensión maravillosa, el alma puede, sin dejar el lugar y el instante en que se encuentra el cuerpo al cual está ligada, atravesar la totalidad del espacio y el tiempo y llegar a la presencia misma de Dios.
El alma se encuentra en la intercesión de la creación y el creador, que es el punto en el que se cruzan los dos brazos de la cruz.
San Pablo tenía quizá un pensamiento semejante cuando dijo: “para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer al amor de Cristo, que excede todo conocimiento”.


(A la espera de Dios; Simone Weil)

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