martes, 14 de marzo de 2017

EL LUGAR IDEAL

EL LUGAR IDEAL…   
Si se pregunta por qué una determinada palabra ocupa en un poema un lugar determinado y puede darse una respuesta, o bien el poema no es de primer orden, o bien el lector no ha comprendido nada. Si puede decirse legítimamente que la palabra está donde está para expresar una determinada idea, o en virtud de la construcción gramatical, de la rima, de una aliteración, para completar el verso o darle una cierta coloración, o incluso por varios motivos de esta índole a la vez, ello demostrará que se había buscado un efecto en la composición del poema, que no había habido verdadera inspiración. Para un poema verdaderamente bello, la única respuesta es que la palabra está ahí porque convenía que estuviera. Y la prueba de tal conveniencia es que está ahí y que el poema es bello. El poema es bello, es decir, el lector no desea que sea de otra forma.
Así, pues, el arte imita la belleza del mundo. La conveniencia de las cosas, de los seres, de los acontecimientos, consiste solamente en esto, en que existen y no debemos desear que no existan o que sean de otra forma. Tal deseo es una impiedad respecto a nuestra patria universal, una falta de amor estoico debido al universo. Estamos constituidos de tal manera que este amor es de hecho posible; y esta posibilidad tiene por nombre la belleza del mundo.
La pregunta de Beaumarchais: “¿Por qué estas cosas y no otras?”, no tiene respuesta porque el universo carece de finalidad. La ausencia de finalidad es el reino de la necesidad. Las cosas tienen causas y no fines. Los que creen discernir designios particulares de la providencia se parecen a los profesores que a expensas de un bello poema se entregan a lo que ellos llaman análisis de texto.
El equivalente en el arte a este reino de la necesidad es la resistencia de la materia y las reglas arbitrarias. La rima impone al poeta una orientación en la elección de las palabras absolutamente extraña a la secuencia de las ideas. Tiene en poesía una función quizás análoga a la de la desdicha en la vida. La desdicha obliga a sentir con toda el alma la ausencia de finalidad.
Si la orientación del alma es el amor, cuanto más se contempla la necesidad, cuanto más se aprieta contra sí, contra la propia carne, su dureza y su frío metálicos, más se aproxima uno a la belleza del mundo. Esto es lo que Job experimenta. Y por ser tan honesto en su sufrimiento, por no admitir en sí mismo ningún pensamiento susceptible de alterar la verdad, Dios descendió hasta él para revelarle la belleza del mundo.
Precisamente porque la ausencia de finalidad y de intención es la esencia de la belleza del mundo, Cristo nos ha incitado a observar cómo la lluvia y la luz del sol descienden indistintamente sobre justos y pecadores. Y esto nos recuerda el grito supremo de Prometeo: “Cielo en el que para todos gira la luz común”. Cristo nos ordena imitar esa belleza. Platón en el ‘Timeo’ nos aconseja también hacernos semejantes a la belleza del mundo por medio de la contemplación, semejantes a la armonía de los movimientos circulares que determinan la sucesión y el retorno de los días y las noches, de los meses, las estaciones y los años. En estos movimientos circulares y en su combinación, la ausencia de intención y finalidad es manifiesta y la belleza pura resplandece en ellos.


(A la espera de Dios; Simone Weil)

No hay comentarios:

Publicar un comentario